Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
La incertidumbre, las nuevas cepas más contagiosas y que, al parecer, no saben de edad, ni de enfermedades preexistentes. La experiencia de un 2020 agotador, el pánico de que se repita o sea aún peor. El terror a enfermar gravemente, a que no haya camas, a contagiar sin saberlo o a que enfermen seres queridos. A no llegar a fin de mes. A perder el trabajo. A no soportar más. Son algunos de los miedos y sentimientos de nuestros lectores y lectoras y, arriesgo, de buena parte de los argentinos y argentinas (y de quienes en otros países pasan por la misma situación).
“‘No sé si voy a poder’, es la frase que mucha gente dice a la hora de las nuevas restricciones y esta sensación de que se vuelve a lo mismo”, dice el psicólogo y especialista en vínculos Miguel Espeche, quien también coordina el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, una red de talleres gratuitos, de conversación y contención emocional entre pares.
“El comentario generalizado —continúa— es que ‘las balas pican cerca’, y hay una sensación más física del temor al coronavirus, de una cercanía del virus más palpable, y el tipo de miedo abarca a más personas. No me refiero a un miedo patológico sino a la prudencia, a la alerta; los estados de ánimo propios de un inminente peligro. Sin embargo, sí hay un aumento de ansiedad, porque a todo lo que sabemos que ocurrió en el 2020 le agregamos el cansancio y el hartazgo”.
Analía Forti, licenciada en Ciencias para la Familia y consultora psicológica, coincide en que “en esta segunda ola los miedos se han intensificado por la experiencia del aislamiento de 2020 y el temor a que se repita, y por la evidencia de la alta circulación y contagiosidad de las nuevas cepas”. “Hoy, la percepción es que estamos rodeados de casos y que todos podemos ser contagiados y contagiar. Han aumentado los miedos en relación a las edades de las personas en las que el COVID impacta y el modo en que organismos sanos, jóvenes y sin ser de riesgo responden a la enfermedad”, agrega.
La especialista dice que aumentaron las consultas relacionadas a “estados de ansiedad y angustia que genera la incertidumbre de no saber hasta cuándo la vida estará en riesgo de COVID”. También aquellas vinculadas a las consecuencias laborales y económicas. “Pero la preocupación principal es por los efectos emocionales en los niños y adolescentes a causa de la suspensión de la presencialidad; la soledad de los adultos mayores y el sufrimiento emocional que les ocasiona estar lejos de sus hijos y nietos; y una ansiedad creciente por la escena fantasmagórica de un nuevo aislamiento social por falta de vacunas con colapso del sistema de salud”.
Cómo convivir con la incertidumbre: asumamos el miedo, evitemos el pánico
Espeche dice que si bien no recibe consultas específicas por la pandemia, la pandemia atraviesa y amplifica “como si le pusieras un megáfono”, los conflictos familiares cotidianos.
“El escenario exacerba ciertas circunstancias emocionales que subyacían, debido al encierro y otros factores. También hay muchos conflictos en relación a la convivencia entre generaciones jóvenes y gente más grande, porque los chicos salen, claramente es más difícil mantenerlos adentro por una lógica de la especie humana y porque tienen menos facilidad de sufrir complicaciones muy negativas, y cuando eso convive con una generación más vieja, como la de los padres o los abuelos, se hace problemático y a veces hay culpas y reproches”, explica.
A pesar de los miedos y ansiedades que la nueva ola trae, rompiendo con mucha fuerza y espuma la vida que comenzaba a acomodarse, a diferencia del año pasado, hay un mundo un poco más feliz más allá del horizonte oscuro. Hay vacuna. Hay vacunas. Y funcionan. Mientras llegan y el efecto inmunizador hace su trabajo, hay algunas estrategias a las que podemos recurrir para que el miedo no nos gane.
Información real como primer antídoto a la intoxicación mediática
Entre el bombardeo de los medios que, no pocas veces, nos carga de angustia, consumir información certera y conocer la realidad de la situación ayuda a tomar conciencia y decisiones que brinden tranquilidad, a saber cómo actuar.
Para esto, el doctor en bioquímica, especialista en inmunología e investigador de CONICET Jorge Geffner, traza una radiografía de lo que está sucediendo: “La situación actual no es grave, es crítica: es peor que en la primera ola, los casos duplican o triplican con el correr de tres semanas; duplica, en ese mismo lapso, la mortalidad, tenemos dos variantes nuevas del virus que están circulando con un nivel importante, que son la variante P1, de Manaos, y la B117, de Reino Unido, y encima estamos hablando de que estamos teniendo 25.000 casos registrados, es decir que tenemos más casos”.
“La manera más gráfica de verlo —continúa— es cuando observás el crecimiento de los casos, día a día, en el transcurso del último mes: ya no es una pendiente, parece una recta que apunta al cielo. Entonces, lo que hay que comprender son dos cosas: primero, la situación es crítica y, segundo, hay que restringir la circulación. Estamos en un momento en que las vacunas están mostrando que andan muy bien, pero tenemos pocas. Ese es el problema. Para las franjas etáreas de 70 y 80 y el personal de salud, que son los sectores que están cubiertos, la tasa de internación bajó dramáticamente. Pero estamos teniendo entre 200 y 300 fallecidos por día, entonces hay que ubicar la discusión en este sentido y tomar medidas en forma urgente”.
Lo que debemos entender es que, al margen de que los adultos y adultas mayores sigan siendo el segmento de mayor riesgo, las dos variantes nuevas que circulan, más contagiosas, transmisibles y asociadas a cuadros más complejos, ponen en riesgo a todas las personas. “Con la variante de Manaos, por lo que estuvimos aprendiendo del desastre de Brasil, empieza a aparecer en una franja importante a nivel de internación y en terapias intensivas, en personas de 40 y 50 años, sin comorbilidades previas. Eso antes no lo veíamos. Hay un corrimiento, no hacia una edad adolescente pero sí hacia una edad de adulto joven”, dice el inmunólogo.
Si bien el panorama no es demasiado alentador, entender la gravedad del asunto y recordar, como señala Geffner, que esto no nos pasa solo a nosotros, que muchos países del mundo pasaron por esta segunda ola (incluso hay algunos que padecieron tres o cuatro) y debieron, cada vez, tomar algunas restricciones para preservarse y salvar el sistema de salud del colapso, nos permite comprender, también, que hay salida. Pero para que sea exitosa no hay más opción que hacer sacrificios los próximos meses.
El investigador indica que lo que tiene que hacer cada uno para conservar la calma y cooperar desde su lugar a que la situación no empeore es limitar al máximo la circulación y respetar de manera estricta los protocolos que ya aprendimos de memoria como un rezo que estamos hartos de repetir, pero que aparentemente funciona: distanciamiento social, usar barbijo, airear los ambientes, lavarse las manos con frecuencia. “Y después tener una actitud comprensiva frente a las medidas que se plantean, porque el manejo de la pandemia realmente es muy complejo”, asegura.
Los jóvenes y la segunda ola: ¿egoístas e irresponsables o fatigados y temerosos de estar solos?
Las vacunas llegarán. Mientras lo hacen y se avanza en el programa de vacunación, dice, necesitamos contener el sistema de salud tres o cuatro meses. Y eso implica hacer sacrificios. Sacrificios que se traducen en la pérdida de actividades, de encuentros y salidas sociales, de productividad económica, y en ganancia de vidas. Sacrificios que tienen una meta que está muy cerca y que se estima que, si los tomamos, podrían devolvernos la normalidad —o algo que se le parezca— justo a tiempo para la primavera.
Qué hacer para pasar el invierno sin sucumbir al miedo
Lectores y lectoras de RED/ACCIÓN dicen que algunas de sus estrategias para dejar de pensar en la pandemia y pasarla mejor son comer sano, estar al sol, pasear por espacios verdes, consumir pocas noticias.
Además de esto y, claro, quedarse en casa el mayor tiempo posible y continuar con los protocolos que ya nos sabemos, Analía Forti y Miguel Espeche sugieren diferentes recursos para lograr la tranquilidad y no dejarnos vencer por el miedo.
Ambos coinciden en que no se debe pensar demasiado en qué sucederá a futuro. “Es mejor no hacer anticipaciones catastróficas para evitar un sufrimiento innecesario por algo que aún no ha sucedido. Es conveniente anclar los pensamientos en el presente, en el aquí y ahora, poniendo el foco en la responsabilidad individual para cuidar de sí mismo y del otro”, señala la consultora psicológica.
Y agrega: “Estamos pasando un momento crítico pero estamos en el camino de salida y no hay que perder la actitud esperanzadora en un contexto de adversidad como el actual. Es necesario transitar esta pandemia a ciencia y conciencia. Con esperanza, confianza en la ciencia y responsabilidad individual y colectiva”.
El coordinador del Programa de Salud Mental va en el mismo sentido cuando dice que “generalmente uno tiene miedo por lo que pasa y por lo que podría pasar”. Y explica la diferencia entre ambos: “El miedo por lo que pasa, lo que nos está ocurriendo en el entorno más inmediato, es un miedo útil porque nos advierte de un peligro; pero el miedo que anticipa escenarios de catástrofes nos genera mala sangre y no conduce a nada. Un consejo es tener un rango de percepción más acotado y no hacer pronósticos demasiado negativos, porque la verdad es que no sabemos qué nos deparará el futuro”.
Además de tratar de no imaginar mañanas apocalípticos y centrarnos en el mantra de “un día a la vez”, Forti sugiere que una buena manera de transitar los días de distanciamiento y pandemia es “desarrollar una actitud de adaptación activa a la realidad, sin quedarse en el pánico que paraliza ni en la negación que minimiza los riesgos y te expone al peligro. Esto implica aceptar lo que sucede y desplegar conductas ajustadas a esa realidad que permitan atravesarla de manera responsable. Es un desafío de aceptación y adaptación creativa, afrontando la adversidad con actitud y confianza en que vamos a superarla en la medida en que actuemos de manera consciente y responsable”.
Esto, traducido a acciones prácticas, consiste en “aceptar que la vida tal como la conocíamos ha cambiado, y lo que antes era seguro ya no lo es”. Y ante esto, hay que buscar otras maneras de hacer las cosas que hacíamos (trabajar, socializar, recrearnos, estudiar) para no ponernos en riesgo. Ellas son, las de siempre: “mantener distancia social, estar en espacios abiertos o ventilados con distancia y barbijo, mantener una higiene exhaustiva en las manos con agua, jabón y alcohol, sanitizar espacios, naturalizar la utilización de elementos de protección, aprender a hablar con el barbijo colocado adecuadamente tapando nariz y boca y tolerar la incomodidad que la realidad actual presenta por un tiempo limitado hasta superar la situación sanitaria”.
Eso, asegura Forti, “nos permite sentir que tenemos cierto control sobre una situación que nos excede y que no podemos cambiar y hace que la angustia y la ansiedad disminuyan”.
Espeche, además de todo lo dicho, pone el foco en la importancia de la conversación: “El consejo siempre es compartir, hablar, no quedarse encerrado con los pájaros negros de la cabeza. Y cuando digo hablar también es escuchar. Cuando estamos muy angustiados, muy paranoicos, muy ansiosos y con esa lógica implacable pero no tan verdadera de miedo, que hace olvidar todos los recursos que tenemos y solo ve los peligros, tendemos a no escuchar a los demás, nos escuchamos a nosotros mismos y solo queremos descargarnos. Cuando digo conversar es expresar lo que sentimos pero también escuchar al otro, recibir sus palabras, eso corta el chorro de nuestra propia angustia y nos saca del ensimismamiento. Entonces: acompañarse, contarse historias, mantener vínculos a través de las plataformas, tener conversaciones que hagan recordar que somos humanos y no solamente seres asustados metidos en la cueva”.
También apela a pensar en nuestras raíces y recordar que si llegamos hasta acá es porque nuestra especie es suficientemente fuerte para superar crisis: “en la historia familiar de todos nosotros hay miles de experiencias de mucha resiliencia, mucho coraje, de situaciones como la guerra, la hambruna, el exilio, donde se ha comprobado no solamente que la especie humana es fuerte, si no que la propia estirpe es fuerte porque todos descendemos de gente que se la ha bancado”. Pensar en eso tranquiliza. “Es como si vinieran energías desde otras generaciones a nutrirnos en este presente tan extraño y surrealista”, dice.
Y agrega lo más difícil, quizás, que es trabajar la paciencia.
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