Algunas personas se contraen de la risa mientras que otras, menos sensibles a sus efectos, son inmunes a la “excitación o estimulación producida por el roce suave sobre algunas partes del cuerpo, que provoca sensaciones agradables o desagradables y, normalmente, risa involuntaria”, según define la RAE a las cosquillas.
Lo cierto es que, además de ser un comportamiento verdaderamente curioso que compartimos los seres humanos con otras especies, ahora los científicos lo están utilizando para comprender algo más allá. En concreto, están usándolo para entender la base neuronal del juego y la risa.
Para ello –por más irrisorio que parezca– se propusieron hacerle cosquillas a roedores. Sucede que estos animales también disfrutan del juego brusco y dejan escapar chillidos agudos similares a la risa humana cuando son estimulados de esta manera. En efecto, los investigadores dicen que han identificado el área del cerebro responsable de esta alegría, informó Science.
El hallazgo se publicó en la revista Neuron y parte de la base de que, de todas las clases de comportamientos de los mamíferos, el juego es uno de los menos entendidos. “Si bien tenemos una idea aproximada de los loci (lugar de un cromosoma en el que se encuentra un gen determinado) neuronales responsables de los comportamientos sexuales y agresivos, el miedo, la recompensa, el procesamiento sensorial e incluso la cognición, todavía no podemos delinear los circuitos neuronales que subyacen al juego”, explica el paper.
¿Cómo lograron el hallazgo? Dado que cuando estos animales juegan a pelear entre sí exhiben comportamientos que imitan el miedo y la agresión, el equipo sospechó que tendría que ver con un área del cerebro llamada gris periacueductal (PAG). Se trata de un punto dentro del tronco encefálico, la parte más primitiva del cerebro y la que controla la respiración y modula el dolor, explica Scientific American.
En un experimento anterior a este estudio reciente, los científicos les enseñaron a los roedores a jugar a las escondidas. Una rata estaba encerrada en una caja mientras un investigador se escondía en algún lugar de la habitación; luego el investigador abría la caja con un control remoto; el animal comenzaba a buscar; cuando encontraba al científico se la recompensaba con cosquillas. También lo hicieron en viceversa, las ratas se escondían y los investigadores las buscaban, a grandes rasgos.
Pero para ir más allá, pusieron a las ratas en un nuevo sitio de juegos que les quedara cómodo que era una caja de plástico con poca luz. Luego, los investigadores jugaron a "perseguirlas con la mano" y les hicieron cosquillas a los animales en sus espaldas y panzas. Mientras tanto, controlaban la actividad cerebral de las ratas con electrodos.
Cuando una rata “se reía” –chillaba– y jugaba, una región distinta de su PAG se iluminaba. En contraste, cuando se las exponía a una condición que les genera ansiedad (luz intensa) dejaban de exponer comportamientos de juego y sus neuronas PAG se oscurecían. Finalmente, les inyectaron una sustancia química en esta región del cerebro para detener el funcionamiento de las neuronas y los animales dejaron de chillar cuando se les hizo cosquillas. Además, perdieron interés en sus compañeros de juego humanos.
Los resultados sugieren que esta región del cerebro juega un papel crucial en las cosquillas y el juego, concluyó el equipo.
Michael Brecht, neurocientífico de la Universidad Humboldt de Berlín y autor del estudio, dijo a Science que “la neurociencia tiende a centrarse mucho en cosas aversivas”, como la agresión y el miedo, pero el juego sigue siendo un misterio. "Hay relativamente poca investigación sobre las emociones positivas, lo que tiendo a pensar que es un error".
Una de las autoras del estudio, Natalie Gloveli, estudiante de posgrado en la Universidad Humboldt de Berlín, aclaró a Scientific American: “No estamos diciendo que el PAG es donde comienza y termina el juego. Está involucrado en un circuito de otras regiones y proyecciones del cerebro”.
Con todo, la investigación muestra que las ratas seguirán jugando incluso después de que se haya destruido toda su corteza, la parte del cerebro esencial para la conciencia y los comportamientos de nivel superior, concluye Science. “Esto sugiere que el juego, como el miedo, es instintivo”.