Cómo la naturaleza humana puede combatir el cambio climático- RED/ACCIÓN

Cómo la naturaleza humana puede combatir el cambio climático

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La pandemia de COVID-19 ha demostrado que conquistaremos el virus enfocándonos en un objetivo común, cooperando y permitiendo a las personas la libertad de innovar. Superaremos la amenaza del calentamiento global de la misma manera.

Cómo la naturaleza humana puede combatir el cambio climático

Foto: AFP

Tanto la pandemia del COVID-19 como el calentamiento global tienen que ver con la supervivencia y son esencialmente crisis sanitarias. Pero la tipología no es su única característica común. También podemos superarlos de manera similar –trabajando junto con la naturaleza humana, no en contra de ella.

El alfa y omega de la política climática es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI): la Unión Europea apunta a recortarlas un 55% en 2030 y alcanzar cero emisiones netas para 2050. Nuestra primera reacción a estos objetivos ambiciosos suele ser que deberíamos comer menos carne, volar con menos frecuencia, reutilizar lo que usamos y cuestionar nuestra suposición de que el PIB debe aumentar constantemente. Desde esta perspectiva, recortar las emisiones de GEI aparentemente conlleva una reducción de nuestros estándares de vida actuales.

Del mismo modo, en un principio enfrentamos el COVID-19 cercenando la vida social, cerrando los comercios y las empresas y reduciendo las libertades civiles. Eso implicó menos contactos y menos contratos. Pero pronto quedó en evidencia que estas medidas no eran más que una reparación rápida y temporaria. En nuestras sociedades occidentales liberales, es imposible –afortunadamente- mantener a la gente encerrada en casa.

El hecho de que casi todos los países hayan tenido que lidiar con una segunda o hasta una tercera ola de infección demuestra que una estrategia de “menos” no representa una victoria duradera sobre la pandemia. Los seres humanos no estamos hechos para “menos”. Si bien se suele decir que las personas son simples maximizadores de ganancias, nacimos sin duda siendo competidores. Nos encanta negociar y hacer grandes planes para dejar atrás un mundo mejor para nuestros hijos. Pero, como observó Aristóteles, también somos animales sociales por excelencia.

Cualquier política vinculada al cambio climático que niegue o ignore estos rasgos fundamentales está condenada al fracaso. Después de todo, lo que desaceleró inicialmente el coronavirus no fue una aplicación brutal de la ley sino nuestra sociabilidad: el reconocimiento colectivo de que cada esfuerzo individual importaba y nuestra voluntad de proteger a los demás manteniendo distancia.

Pero lo que demostró la pandemia, al final de cuentas, fue el poder de la curiosidad humana, que nos permitió desarrollar vacunas contra el COVID-19 en menos de un año. El concepto mismo de una vacuna –inyectar una versión debilitada de un virus real en el torrente sanguíneo de una persona- es tan audaz como ingeniosa. Desde que Edward Jenner desarrolló la primera vacuna, contra la viruela, en 1796, los científicos han modificado y mejorado constantemente la técnica. Para fines del siglo XX, las vacunas protegían a miles de millones de personas de infinidad de enfermedades, inclusive la polio, la difteria, la fiebre amarilla, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la rabia y el tétano. En parte como resultado de ello, la expectativa de vida promedio en Europa ha aumentado de por debajo de 40 años en los años 1800 a alrededor de 80 años hoy.

En el siglo XXI, esta combinación de mejora incremental y avances innovadores resultó en la nueva tecnología ARNm que hace que la producción de vacunas sea más estable y, por lo tanto, más rápida y más predecible. Gracias a las plataformas de ARNm, algunas vacunas contra el COVID-19 se pueden adaptar a mutaciones del coronavirus casi de la noche a la mañana.

Deberíamos abordar la crisis climática de la misma manera. La estrategia que necesitamos no es “menos”; es “más, pero diferente”. Eso implica reorganizar nuestra economía e invertir en nuevas tecnologías, reconociendo a la vez que no hay una fórmula mágica o una solución milagrosa. La ciencia y el espíritu empresarial son graduales: dos pasos hacia adelante, un paso hacia atrás y luego otros dos pasos a los costados antes de volver a avanzar.

Asimismo, la creatividad humana atraviesa la actividad económica. Hoy, los vehículos eléctricos siguen emitiendo una cantidad significativa de dióxido de carbono de manera indirecta. Pero dentro de aproximadamente diez años, los VE estarán cerca de la emisión cero y también volaremos sin consumo de carbono.

La innovación y la competencia son los volantes que impulsan el conocimiento y la innovación. Las turbinas eólicas de los años 1980 y 1990 tenían palas de rotor de acero con un diámetro de 17 metros y producían un promedio de 75 kilovatios-hora de electricidad (ver gráfico). Las turbinas de hoy tienen palas de rotor de carbono con un diámetro promedio de 126 metros –más grandes que un Airbus A380- y producen 7.500 kilovatios-hora en promedio. Eso representa un incremento de 100 veces de la capacidad de producción en poco más de 20 años.

La capacidad de las baterías también ha aumentado rápidamente. Las baterías de níquel-hierro de los años 1970 eran muy similares a las que Henry Ford utilizaba para su Modelo T. Palidecen en comparación con las baterías de ion de litio que hoy suministran energía a ciudades enteras como Zhangbei, China. Estos saltos en innovación muchas veces no le parecen fundamentales a la población, pero constituyen la esencia misma del progreso humano.

Nuestra imperiosa victoria sobre el COVID-19 demuestra el modo de proceder para limitar el calentamiento global. Seguiremos conquistando al virus centrándonos en un objetivo común, cooperando y dándole a la gente la libertad para innovar. Es más, los gobiernos en todo el mundo han sabido cuándo intervenir para alentar la innovación y cuándo dar un paso atrás.

Hoy, muchos países han desarrollado planes de recuperación post-crisis. Los gobiernos deberían utilizar el estímulo para acelerar las inversiones privadas y reducir el riesgo privado. Cada proyecto amigable con el clima –ya sea nueva tecnología de hidrógeno, trenes o granjas eólicas de altamar- encarna innovaciones previas y, a la vez, impulsa progresos futuros. El resultado es un círculo virtuoso de cambio, donde cada revolución da vida a un mundo que es un poco diferente, un poco más eficiente y un poco mejor.

Superaremos la pandemia canalizando nuestra naturaleza humana. Y superaremos la amenaza del cambio climático de la misma manera. Al sumar cada aporte individual al esfuerzo colectivo, podemos marcar una enorme diferencia y eso haremos. Es así como la humanidad avanza junta y mitiga las amenazas globales.

Alexander De Croo es primer ministro de Bélgica

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