Uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad para los próximos 50 años es la provisión de agua potable. Según un artículo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), pese a los avances en la materia, una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable, dos de cada cinco no cuentan con una instalación básica para lavarse las manos con agua y jabón y más de 673 millones defecan al aire libre. La meta, según UNESCO, es la “seguridad del agua”: la existencia de un nivel aceptable de agua que permita satisfacer la diversidad de usos. No se trata solo de tener suficiente agua, sino de garantizar que sea adecuada, confiable y de calidad para las poblaciones y las actividades sociales y económicas. Y que esta disponibilidad se dé en forma sostenible para el ambiente, con mitigación de los riesgos del agua (inundaciones, sequías y contaminación) y con el abordaje de potenciales conflictos sobre la territorialidad del agua.
Israel es una nación que, además de haber resuelto la realidad de sobrevivir sobre un 60 % de desierto y el resto de territorio semiárido, hoy exporta agua a países vecinos y es referente mundial en el tema. Su uso de la desalinización ya era conocido, pero además lograron sistematizar un sistema de reciclaje de aguas efluentes, que les garantiza su abastecimiento.
“Las soluciones surgen por la necesidad. Hace 40 años empezamos a reusar el agua de efluentes porque no había otras fuentes. Pienso que Israel fue bendecido con la falta de recursos hídricos; tuvimos que usar la cabeza y lo poco que había”. Quien habla es Diego Berger (58 años), ingeniero por la Universidad de Buenos Aires y con un posdoctorado en manejo del agua. Vive hace 34 años en Israel, donde tiene una larga trayectoria en Mekorot, la compañía estatal de agua del país. Hoy es el coordinador de Proyectos Internacionales de la empresa, que en los últimos meses comenzó a trabajar en planes de largo plazo con Gobiernos de cinco provincias argentinas: Mendoza, San Juan, Río Negro, Catamarca y La Rioja.
Agua en el desierto
En su best seller mundial El Agua: la solución de Israel para una cuestión vital en todo el mundo (2017), el abogado, activista y emprendedor norteamericano Seth M. Siegel cuenta cómo Israel logró liderar el mundo de la tecnología hídrica. Ahí explica que el exterminio nazi movilizó al pueblo judío en la búsqueda de la excelencia en tres áreas centrales para la población de Israel: la seguridad, la inmigración y el tratamiento del agua. Mediante la cultura de la prevención, la fijación de precios y la innovación, hoy el país se caracteriza por haber solucionado la escasez de agua.
Israel contó con dos leyes centrales para conseguir agua. Por un lado, la Ley de Medición del Agua (1955) que logró determinar cómo se usa el agua y fomentar su uso racional. Por el otro, la Ley de Aguas (1959) que la colocó como recurso de dominio público.
La política del manejo de agua es una de las bases fundamentales de Israel, que riega, desaliniza y reutiliza. La empresa de agua israelí Mekorot trabaja en ese sentido desde su fundación en 1937, once años antes de que el Estado de Israel declarara su independencia. En 1948 se convirtió en la empresa estatal. Mekorot maneja 700 millones de dólares por año para proyectos hídricos y, desde sus orígenes, apunta a la eficiencia en el empleo del agua como vía para la certeza financiera y la calidad de vida. Opera 3.000 plantas de abastecimiento que proveen agua potable mediante el reúso de aguas efluentes (o purificación de aguas residuales) y la desalinización (con la técnica de ósmosis inversa). También maneja el acueducto que lleva el agua desde el norte al centro y el sur.
Los efectos del cambio climático (más años de inundaciones y más años de sequías, eventos extremos más pronunciados y de mayor frecuencia) traen como consecuencia riesgos en el abastecimiento del agua. “Hay dos tipos de recursos que son bastante independientes de esto: uno es el agua de desalinización y el otro las aguas de los efluentes tratadas. Entonces en Israel, donde la mayor cantidad de agua proviene de esas dos fuentes, estamos bastante independizados de estas fluctuaciones”, sostiene Berger.
Pilares para el manejo del agua
El manejo del agua en Israel se basa en cuatro ejes centrales: la Ley de Medición del Agua (1955), que dice que toda agua consumida debe ser medida; la Ley de Aguas (1959), que establece que todas las formas de los recursos hídricos pertenecen al público y deben ser administradas por el Estado; la gestión centralizada (establecida en 2005, cuando comenzó la desalinización a gran escala), que define a la Autoridad del Agua (un ente autárquico) como único responsable del manejo del agua y, por último, la decisión (también de 2005) de que el sector hídrico fuera autofinanciable: no depende del presupuesto estatal, sino que todos sus recursos vienen de la boleta del agua que paga el usuario (un 30 % de esa cuenta del agua es para hacer proyectos nuevos).
El agua no tiene una tarifa fija: se paga una tarifa bimensual solo de lo que se usa. Cada usuario tiene su medidor y el precio del agua es el mismo en cualquier lugar. No importa si es más caro llevar el agua a Jerusalén, donde hay que subirla 800 metros, o a Tel Aviv, que está al lado del mar. Se ponen todos los costos de producción y se divide por el agua que se produce; entonces una parte del país está subsidiando a la otra parte.
“Nuestra filosofía es que no hay por qué penalizar a alguien por estar en un lugar menos favorable, y no darle también una bonificación a alguien por estar en un sitio que es más barato”, cuenta Berger. “Y eso también es a nivel del agua para la agricultura. Por ejemplo, en el norte de Israel hay más lluvias y por ende más agua. El agricultor va a pagar lo mismo que el agua que estamos llevando al medio, al desierto”.
Como todos los consumidores tienen medidor, si alguien tiene dificultades para pagar el agua, existe una cantidad básica que se puede adquirir por una tarifa muy reducida y hasta gratis. Si usa más que esa cantidad básica, sí se le va a empezar a cobrar. Esto se basa en el compromiso que el ciudadano tiene con el cuidado del recurso.
Precisamente, la conciencia del uso del agua es básica para encontrar soluciones. “En Israel se hacen campañas recordatorias. Pero si un chico desde niño se baña y cierra el agua para enjabonarse y cuando se lava los dientes cierra la canilla no es porque el precio del agua es alto. No saben lo que es barato y lo que es caro. Pero saben que es un bien finito y que hay que cuidarlo. A los chicos los educamos en la escuela y a los adultos se lo recordamos en la cuenta del agua”, agrega Berger.
Reúso y desalinización del agua
“Hay lugares del mundo (como regiones en América Latina o África) donde el 80 o 90 % del agua va para la agricultura, por lo tanto, su reúso es muy marginal. En los años ’60 en Israel, el 80 % del agua era para la agricultura; hoy esa cifra bajó a poco más del 50 %. Ahora el 85 % de los efluentes son reutilizados, lo que permite que la mitad de la irrigación agrícola sea de agua usada”, cuenta Berger. El agua de efluentes es la que es tratada para reutilizar luego de que sus propiedades sean alteradas por el uso doméstico o industrial. Es decir, se trata de aguas cloacales tratadas para reusarse; una técnica que pocos países del mundo utilizan.
La planta Shafdan (modelo según las Naciones Unidas), por ejemplo, trata 400.000 m3 por día de efluentes municipales de la zona de Tel Aviv. Busca neutralizar la contaminación, los riesgos para la salud y los vertidos no tratados. A su vez, suministra efluentes seguros, tratados y transportados por un oleoducto para irrigar gran parte de la agricultura del país en el desierto.
Con 67 instalaciones, desde el año 2000, Israel destinó más de 750 millones de dólares a la recuperación centralizada del agua. Esto sumó 160 millones de m3 por año de agua.
Su red de tuberías recorre casi todo el país; transporta y distribuye el excedente de agua cuando hace falta. A partir de 2010 también se incluyeron reglamentaciones que limitan la salinidad y la presencia de metales tóxicos. Esto es crucial para paliar los efectos de las sequías y el cambio climático.
Por otra parte, desalinizar es quitar la sal del agua del mar o de las aguas saladas para hacerlas potables o útiles para otros fines. Israel lo hace mediante un proceso que se llama de ósmosis inversa. Pero la desalinizada es un agua cara en términos de consumo de energía eléctrica, a lo que se suma la inversión de capitales, la operación y el mantenimiento, entre otros. En Israel el agua desalinizada representa casi el 35 % de la oferta total de consumo de agua.
Berger hace una aclaración: “Se llega a eso después de que hiciste mucho para cuidar el recurso: reducir las pérdidas, utilizar toda el agua que tenes, y recién después ponés el agua de desalinización”, explica. “También por una cuestión ética: no se puede empezar a poner agua más cara antes de hacer todo lo demás. Primero hay que gestionar la demanda; que el ciudadano y los agricultores usen menos agua”. Israel empezó la desalinización a gran escala hace casi 20 años para aumentar el consumo en toda la región del mar Mediterráneo.
Argentina y Latinoamérica
En 2017, a tres semanas de haber sido publicado en Estados Unidos, Siegel presentó su libro El Agua: la solución de Israel para una cuestión vital en todo el mundo en la Argentina, donde focalizó en la importancia de que los ciudadanos demandaran políticas públicas sanitarias concretas. Consideró que el modelo israelí tiene muchos puntos replicables, pero el desafío es cambiar la cultura del consumo de agua y accionar con decisión, sin esperar situaciones extremas para actuar.
Berger lo explica así: “En todos lados hay un derecho al agua de buena calidad y siempre disponible. El asunto es que eso es un contrato, el país debe abastecer el agua, pero el consumidor tiene que cumplir con una obligación: no derrocharla, cuidarla. Es algo sobre lo que casi no se habla en América Latina. Todo el mundo debe tener agua, pero el derroche no se sanciona. Es un tema cultural y de educación. En muchos casos ni siquiera hay medidores; en agricultura tampoco se sabe. La gente no le da al agua el valor que le corresponde”. En Argentina, el consumo medio a nivel nacional real es de 180 litros/habitante/día, el triple de lo que recomienda la OMS.
Para Berger la gente tiene que entender cuál es el costo real del agua, más allá de si hay, o no, un subsidio. Entender que solo hay que usar el agua necesaria. “Puede parecer complicado, porque hay costumbres arraigadas. Pero no es imposible. No queremos hacer obras de ningún tipo en el país, sino ayudar a la planificación y a cambiar la cabeza, que creo que es lo mejor que se puede hacer acá”, dice en relación al asesoramiento que hoy Merkorot brinda a cinco provincias argentinas.
La agricultura también es un gran desafío. En Israel hoy se usa, en promedio y proporcionalmente, la cuarta parte de agua que en América Latina para esta actividad. “Hay que disminuir la ineficiencia”, explica Berger. “Históricamente, se hicieron canales porque es barato, pero tienen mayores pérdidas. En Israel no existen, es todo por cañerías y cada agricultor tiene un medidor. Es otro paradigma. Claro que es más caro hacer cañerías. No se puede modificar la infraestructura en forma radical ni inmediata. Pero sí encarar una dirección de cambio”.
Con la desalinización en el paquete del precio, el agricultor va a tener que aprovechar hasta la última gota. Hay que cuidar el agua para aumentar la productividad. En Israel, entre el ’68 y el 2008, aproximadamente con la misma cantidad de agua y de área irrigada, la producción agrícola creció cuatro veces. “Eso se explica porque el agricultor tenía porqué ser más eficiente. Esa es la base de todo”, dice Berger. “Si seguimos hablando solamente de innovación y tecnologías, sin abordar el cambio de la mentalidad, no sirve”.
Mientras tanto, el cambio climático trae desafíos urgentes, que —al igual que en el resto del mundo— suman nuevos paradigmas a la región. Naciones cómodas en lluvias hoy enfrentan largas sequías y la contraparte, fuertes inundaciones. En la Argentina, a pesar de la extensa pampa húmeda, casi el 70 % del territorio nacional tiene déficit hídrico. En ese contexto, con obras financiadas por el Consejo Federal de Inversiones (basado en aportes provinciales), cinco provincias están haciendo planes maestros con Merkorot. Empezaron con Mendoza y San Juan, en noviembre de 2022 y con Río Negro, Catamarca y La Rioja recientemente. Por otro lado, Formosa y Santa Cruz acordaron una consultoría y Santiago del Estero y Santa Fe hicieron un acuerdo para la creación de un plan maestro hídrico en el mediano plazo. “Nos sentamos con cada provincia y vemos cómo podemos mejorar la operación, la centralización de los proyectos existentes. Los planes maestros son de planificación a largo plazo”, explica Berger.
Para el ingeniero argentino, en un contexto de inundaciones y sequías, la planificación es clave para disminuir riesgos. Y para eso “hay que revisar la infraestructura para acumular la cantidad de agua excedente en los años buenos para usar en los años malos. Para esto hay que gestionar de manera que estas oscilaciones no afecten tanto. En ocasiones, un año con mucha agua provoca que los agricultores quieran más agua, aunque no la necesiten. Hace falta saber cuál es la cantidad que se puede usar en forma sustentable en el futuro”. Y dice que “esto debe ser una decisión política. Nuestros proyectos de planeamiento maestro a 30 años son para eso; definir esos valores e independizarse de la cantidad de agua. Lo que está pasando ahora con las sequías es algo que no puede pasar”.
Mekorot también tiene planes maestros de largo plazo (30 años) muy desarrollados en lugares de India y Azerbaiyán. Por otro lado, firmaron acuerdos de consultoría con Uruguay, México y Chile.
Aunque el 60 % de la superficie de Israel sigue siendo tierra desértica, es el único país en el que —según la ONU— el desierto retrocede. Su manejo del agua funcionó para la producción y para sus habitantes.
Berger cierra: “En países donde supuestamente somos todos iguales ante la constitución, no puede seguir habiendo personas sin acceso a agua segura y saneamiento. En países de América Latina con 200 años, ¿tiene que venir la ONU a decir que el agua es un derecho que hay que asegurar? Esto no pasa por un problema de presupuesto, sino de desigualdad. Si somos todos iguales, todos tenemos que tener las mismas oportunidades. Incluido el derecho al agua y el saneamiento, que es uno básico”.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre RED/ACCIÓN y Río Negro.