Erik es una persona sorda de 26 años. Hasta marzo trabajaba higienizando y distribuyendo frutas y preparando snacks saludables para empresas. Pero, por la cuarentena, su trabajo se paró.
Tuvo que reinventarse. En pocas semanas, se capacitó y hoy no solo trabaja: también ayuda en la lucha contra el coronavirus desinfectando camiones que distribuyen lácteos.
Su caso es similar al de varios de sus compañeros de En Buenas Manos, una cooperativa que ofrece distintos servicios a las empresas empleando a personas con discapacidad. Una semana antes de la cuarentena, 250 de las 260 empresas que contrataban los servicios de En Buenas Manos los dieron de baja.
“Fue una semana trágica”, resume Hernán Español, el fundador de la organización, conformada por 130 personas, 110 de ellas con discapacidad. Y aunque en su mayoría no son población de riesgo, la crisis las golpeó fuerte: a ellas, conseguir trabajo les es más difícil. La falta de interés del mercado laboral, la sobreprotección de muchas familias, los prejuicios y la ausencia de incentivos estatales son algunos motivos.
Es amplio el universo laboral de las personas con discapacidad, que, según el INDEC, son una de cada diez en el país. Mientras que algunas pueden trabajar a la par del resto de la población, otras requieren de alguna organización que las ayuden generando proyectos (es lo que hace En Buenas Manos) o del apoyo de un profesional (como un terapeuta ocupacional). En estos casos, hay cierto margen para buscar alternativas a la crisis económica.
Otro caso distinto es el de los talleres protegidos. ¿Qué son? Organizaciones de la sociedad civil que producen bienes o servicios (desde alimentos y ropa hasta reciclaje) empleando a personas con discapacidad. ¿Por qué son particulares? Porque su funcionamiento está pensado para las necesidades de las personas con discapacidad.
“Son ámbitos que brindan seguridad y respetan los tiempos de cada uno”, explica Mónica Pissarro, integrante del comité de la Red Federal de Talleres Protegidos. En la Argentina se estiman 400 talleres protegidos que emplean, al menos, 6.500 trabajadores. Hoy, todos están sin trabajar. “Hay muchos grupos de riesgo y se requiere mucho acompañamiento, creemos que vamos a ser de los últimos en volver”, explica Pissarro.
Aunque la ley 26.816 otorga derechos laborales a sus trabajadores con discapacidad y detalla la ayuda que el Estado debe dar a los talleres (estímulos económicos, créditos o beneficios tributarios), está parcialmente reglamentada. En este contexto, los talleres pidieron que el Estado tome medidas de emergencia para ayudarlos, tal como hizo, por ejemplo, con las pymes.
Desde el Estado aumentaron de $ 1.600 a $ 3.300 el aporte que hace a los trabajadores de los talleres protegidos, pero aún resulta insuficiente. Mientras la ayuda prometida se demora, algunos talleres tuvieron que cerrar por su situación económica. Por eso la Red Federal presentó un petitorio ante el Gobierno nacional y también inició una campaña para reunir apoyo en Change.
La situación de En Buenas Manos es distinta. Pero no fue fácil su reconversión.
Hasta una semana antes de la cuarentena, la organización ofrecía varios servicios a empresas. Por ejemplo, personas sordas hacían selección, higienización, armado y distribución de frutas, además de catering. Personas con discapacidad visual hacían masajes corporativos. Mujeres usuarias de sillas de ruedas hacían manicura. “Buscamos desarrollar proyectos sustentables y servicios con un valor agregado. Cada trabajador gana lo que paga el mercado”, explica Español.
Con la baja de varias empresas que están cerradas, la cooperativa se ha sostenido con un fondo propio para emergencias.
“Después de la semana trágica tuvimos una reunión para pensar nuevas actividades”, cuenta Español. También conversaron con clientes habituales para saber qué podía servirles.
Uno de los nuevos servicios ofrecidos –rápidamente contratado por empresas como La Serenísima y Danone– fue de desinfección (de vehículos y edificios como hospitales o farmacias) para combatir el Covid-19 bajo el protocolo de seguridad y sanidad de la OMS, a cargo de personas sordas.
“Tuve miedo de quedarme sin trabajo y no poder mantener a mi familia. Ahora estoy feliz, no solo por trabajar, sino por aprender cosas nuevas y ayudar a luchar contra el COVID-19”, resume Erik, la persona que nombramos al principio de esta nota.
Otras personas sordas y con discapacidad motriz se capacitaron para confeccionar barbijos.
Hay más proyectos en marcha: un call center con personas con discapacidad visual y la construcción de estaciones sanitarias a cargo de personas sordas. Para cada nuevo rubro, En Buenas Manos se asoció y se capacita con quienes saben: empresas de desinfección, arquitectos, especialistas en desarrollo.
Marcelo (40) tiene baja visión. Antes de la cuarentena, visitaba cuatro empresas para dar masajes. “Tantas bajas juntas fue un balde de agua frío. Después comenzamos a buscarle la vuelta: sabemos que crisis es oportunidad”, destaca.
Ahora, Marcelo dirige pausas activas online para quienes hacen home office: sesiones de 15 minutos que combinan estiramientos y movimientos para mejorar la circulación y prevenir el estrés. “Estar encerrados es difícil y esto brinda distracción”, considera y nos manda un audio en el que explica su reconversión laboral:
Laura (28), también con visión reducida, hacía masajes desde 2014 y en el último tiempo además coordinaba a los masajistas y el servicio presencial de pausas activas.
“Pasamos de estar afuera todos los días a encerrados en casa. Fue un cambio drástico económico y anímico”, analiza. Ahora brinda pausas activas online y mira el vaso medio lleno: “Este tiempo sirve para reflexionar, ser más creativos y ver qué podemos aprender nuevas herramientas”. Ella, por ejemplo, incluye en las pausas “ejercicios más exigentes, para liberar el estrés”.
“Nos reinventamos para enfrentar la pandemia, demostrando que las personas con discapacidad no solo pueden luchar contra los prejuicios, sino también contra el virus”, sintetiza Español.
Una empresa que da cuenta del potencial de las personas con discapacidad es Santander Río, que en 2019 contrató servicios de En Buenas Manos (delivery de frutas, frutos secos, talleres de alimentación saludable y masajes). “Demostraron gran adaptabilidad, ellos diseñan servicios según nuestras necesidades”, explica Bárbara García, analista Senior de Bienestar y Clima Interno del banco.
Por ello, Santander optó por continuar su vínculo con la cooperativa: ahora reciben sesiones de meditación de 15 minutos por Zoom cada mañana, a cargo de un profesional con discapacidad visual. “Son basadas en mindfulness y nos ayudan a empezar el día enfocados”, explica Bárbara, una de las asistentes regulares.
De todas formas, hay que aclararlo: no todos pueden cambiar sus servicios con esta agilidad. Por ello, en este momento los talleres protegidos, de los que contamos más arriba, se limitan a ayudar a sus trabajadores dándoles alimentos o conteniéndolos emocionalmente.
“Esto les dio ansiedad y temor de que cerremos. Para llevar tranquilidad hacemos reuniones por Zoom y enviamos actividades para mantenerlos animados”, cuenta Laura Pelagatti, presidente de la Asociación Laboral para Personas con Discapacidad Intelectual (ALPAD). Una de sus actividades es la producción de textiles sustentables. “Les mandamos sachets de leche y packs de galletitas para que uno produzca y comparta fotos de lo que hace”, agrega.
Lejos de lo que ocurre con los talleres protegidos, Inmigrantes Digitales –una ONG con solo 2 años– es otra muestra de cómo las personas con discapacidad pueden ayudar en la cuarentena: trabajan enseñando a usar la tecnología en distintos talleres.
Inmigrantes Digitales se asocia con empresas que financian los talleres y permiten que sean gratuitos. Actualmente, también analizan nuevos formatos de talleres.
Hoy, el foco está puesto en capacitar a un grupo de nuevas instructoras: las clases debieron mudarse de aulas físicas a Zoom y un aula digital (Moodle).
“Hay gente que no saber usar Internet o el homebanking y queremos ayudar en este momento”, señala Agustín (23), uno de los cuatro instructores de la organización, quien tiene acondroplasia. Y asegura: “Esto también sirve para transformar prejuicios en oportunidades”.
Es que las personas con discapacidad saben mucho de superar adversidades. Algo que explica Fernando Miranda, quien es ciego, daba masajes corporativos con En Buenas Manos y ahora trabaja en el proyecto de un call center: “El mundo se va transformando y quienes tenemos alguna discapacidad debemos readaptarnos todo el tiempo. Tenemos gran capacidad de adaptación a los cambios”.
Si querés podés escucharlo a él explicar cuál es el desafío: