—Mami, mirá, el señor tiene tu barbijo —le dice a Silvia Cano, responsable del polo textil del Frente Popular Darío Santillán, su hija de 7 años cuando se cruzan en la calle a alguien con el Atom Protect. El polo textil es una de las cinco cooperativas del conurbano que firmó un acuerdo con Kovi SRL, la pyme de la Matanza que tiene la licencia exclusiva para fabricar el tapaboca popularizado como “del Conicet”.
Es conocida la historia del Atom Protect, el superbarbijo desarrollado por un equipo de investigación integrado por científicas del Conicet, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Está compuesto por telas tratadas con activos antivirales, bactericidas y fungicidas, y sus propiedades antimicrobianas fueron testeadas con éxito por el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y su acción antiviral por el Instituto de Virología del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Es menos conocido el capítulo social del proyecto, que involucra a diversos actores de la economía popular y garantiza que el superbarbijo llegue a personas que, de otra manera, no los podrían adquirir.
El modelo se apoya en una suerte de “donación en cascada”. Cuando el equipo que desarrolló el Atom Protect decidió cómo comercializarlo, firmó un convenio con la empresa donde el proyecto dio sus primeros pasos y cedió la licencia exclusiva de la fabricación de los tapabocas con la condición de que, durante los primeros seis meses de producción, Kovi SRL donara el 10 % de la tela a talleres textiles del conurbano bonaerense. La tela es de triple capa de protección —antibacterial, antiviral y antihongos— y cuenta con una durabilidad equivalente a 15 barbijos descartables. A su vez, el convenio compromete a los talleres textiles que reciben la tela, y que se encargan de comprar el resto de los insumos y terminar los barbijos, a entregar gratuitamente el 50 % de su producción.
El polo textil del Frente Popular Darío Santillán, que comparte su ingreso con el de la estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki —exestación Avellaneda— o “Darío y Maxi”, como la nombra Cano, es una de las cinco cooperativas que están fabricando los barbijos. La única en Avellaneda.
“Somos 60 trabajadoras y trabajadores que nos dividimos en dos turnos para confeccionarlos. Si un rollo de tela nos rinde para hacer alrededor de 5.000 barbijos, comercializamos 2.500 y donamos los otros 2.500. Porque nosotros solamente recibimos la tela, después tenemos que comprar el resto: los elásticos, los hilos, las bolsas, el packaging. Entonces con lo que recaudamos de ese 50 % que vendemos, compramos los insumos y con lo que queda les pagamos a las 60 compañeras y compañeros”, explica Cano. Y aclara: “Los comercializamos a un precio accesible para que los vecinos y las vecinas y los compañeros y compañeras de la cooperativa puedan comprarlos porque en los barrios populares es medio imposible comprar el Atom Protect al precio que está en el mercado”.
Los barbijos que donan, dice, son para los barrios donde además hacen todas las noches una olla popular para que los vecinos “vayan a buscar un guiso calentito y los chicos puedan dormir con la panza llena. O para clubes y merenderos de los barrios más humildes (21-24, 31, Ciudad Oculta, 1-11-14) donde sabemos que eso no llega”.
También hicieron una donación de más de 2.000 barbijos a docentes, de cara al inicio de clases. Y a quienes se fueron contactando y los fueron solicitando: en el polo textil, cuentan, reciben los pedidos, anotan y, cuando pueden y tienen stock, entregan.
“Tenemos un montón en el listado. A algunos comedores les llevamos 50 y a otros, 200. También tuvimos que hacer unos más chiquitos para niñes en edad escolar, porque iban a empezar las clases y queríamos hacerles llegar a los docentes, donde por ahí el Gobierno no hace llegar los barbijos. Porque pasa también que los chicos llegan a la escuela sin barbijo y el docente tiene que tener algo para que se pongan”.
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Los periodistas que están en la calle haciendo notas también fueron beneficiarios de las donaciones “porque entendemos que están todo el día afuera y a veces la situación que viven también es precaria”, explica Cano.
La venta del otro 50 % de los barbijos la realizan personalmente, en la estación de tren o en los barrios, o a través del mercado de consumo popular (MECOPO), un mecanismo de comercialización propio.
“La mayoría de los movimientos sociales tiene sus esquemas de comercialización a través de vendedoras. Por ejemplo, el Darío Santillán tiene MECOPO, el movimiento Barrios de Pie tiene una que se llama Ahorremos Juntos, muchos fueron desarrollando estrategias o herramientas como estas”, explica Diego Bartalotta, subsecretario de Economía Social y Popular de la Municipalidad de Avellaneda. “Entonces —continúa— el Frente Darío Santillán, por un lado, realiza una venta minorista a vecinos o trabajadores que van a tomar el tren y después los comercializan por su comercializadora, el Mercado de Consumo Popular".
El rumor de que los estaban vendiendo a menos de la mitad del precio de mercado ($ 150) corrió tanto que tuvieron que limitar las cantidades a no más de diez por persona porque no faltó quien quisiera comprar al por mayor para revenderlos y sacar tajada.
Desde que comenzaron, llevan confeccionados más de 40 mil barbijos y llegaron a fabricar un promedio de cinco mil al mes. Ahora, dice Cano, hace un mes que no tienen tela. Y están desbordados de pedidos.
Mientras esperan que llegue otra tanda de tela tricapa siguen elaborando kits sanitarios (que incluyen cofia, botas y bata), que es lo que hacen en paralelo a los barbijos con una altísima demanda, y guardapolvos escolares que luego el Estado repartirá en las provincias.
La oportunidad de tejer redes
Bartalotta dice que la recepción de esta iniciativa en el municipio fue muy buena: “No solamente porque es mucho más barato, sino porque se trabaja sobre la idea de que al no haber intermediarios, al ser una comercialización directa, se puede generar un producto de muchísima calidad, con todas las normas que se requieren, a un precio accesible para cualquier trabajador. Porque si no, para un laburante es mucho más difícil acceder a un barbijo como este que está a $450”.
Si la pandemia propició algo, “fue la posibilidad de construir tramas o redes”, dice. Y cuenta que hacia fines de 2020 a las ferias de productos esenciales que ya organizaban en Avellaneda con los movimientos sociales, se les sumó una feria al aire libre (con protocolos y distancia) exclusivamente para productores textiles que nombraron Tejiendo Redes. Abrieron este espacio ya que, de 1200 emprendimientos y unidades productivas de trabajadores de la economía popular que registraron desde su Secretaría desde mediados del año pasado, casi un 30 % está vinculado a la producción textil.
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“En paralelo desarrollamos una plataforma digital para que todos los emprendimientos y unidades productivas que quisieran (no solo los textiles) pudieran potenciar su comercialización a través de un catálogo virtual de productos subido a la web del municipio. Si bien el municipio no hace las veces de plataforma de comercio electrónico, ahí ellos pueden contar su historia, su recorrido, promocionar lo que producen y poner sus páginas de contacto”, explica Bartalotta.
Y sigue: “A partir del desarrollo de estos espacios de comercialización, tanto virtuales como presenciales, más allá de que eso no le brinda al productor el ingreso de todo el mes, se genera una red entre ‘prosumidores’: productores y consumidores. Entonces: productores les compran a otros productores o encuentran en pares o en vecinos productos de calidad. Esa fue otra de las cuestiones que atravesó la economía popular en la pandemia”.
Protección ahí donde más la necesitan
Silvia Cano trabaja en Avellaneda, pero vive en la villa 21-24. Cuenta que el año pasado, en el barrio “la pandemia arrasó”. Y explica: “Cientos y miles de contagios por día. La 21-24 es un barrio muy popular, muy humilde, que ni siquiera tiene lo básico para cubrir las necesidades, los derechos que tiene cada persona: el agua, la luz, las cloacas. En muchos lugares esto faltaba y teníamos que acercarles a los vecinos o vecinas mayores o a quienes estaban aislados el balde de agua porque si no, no había quién los atendiera”.
Ante esta situación, la responsable del polo textil asegura que para ella y sus compañeras y compañeros “es un orgullo poder confeccionar estos barbijos fabricados por científicas argentinos, por la universidad y poner la mano de obra para que puedan llegar a todos. Porque gracias a todo el laburo de las cooperativas y al trabajo en equipo del CONICET con la empresa que nos donó la tela, estos barbijos llegaron y protegen a los barrios populares. Si no, creo que sería imposible que estos vecinos y vecinas, estos niñes y docentes pudieran acceder. Estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo, y es muy gratificante poder cuidar a los que más lo necesitan y verlos contentos”.
La demanda de los Atom Protect fue tal que desbordó a los integrantes del polo textil que aún tienen una lista de pedidos pendientes: personas que necesitan “aunque sea 10 o 20 para el comedor, para el merendero o para una escuela a la que todavía no habíamos llegado”.
Por eso, esperan la próxima donación de tela. Porque saben que hay un montón de vecinos y vecinas que, a su vez, esperan.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 6 de mayo de 2021.
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