Rodeada de montañas, como inicio de la famosa Ruta del Vino de Tucumán, yendo desde Tafí del Valle hacia el norte, por la ruta 307, se encuentra Bodega Los Amaichas, la primera de las bodegas llevada adelante por pueblos originarios que hay en América Latina. Familias de la comunidad indígena Amaicha del Valle cosechan cada uno en su parcela, y luego se realiza la elaboración y la comercialización de vino malbec y criollo, en la bodega que conformaron.
Son cinco mil habitantes de esta etnia que integra la nación diaguita-calchaquí, un grupo que aprendió el oficio del cultivo y la producción de uvas de alta calidad. El proyecto nació en el 2010, cuando retomaron prácticas ancestrales y dieron marcha a este sueño para evitar la venta a bajo precio de la fruta para abastecer a otras bodegas.
“Entre los productores, el que más tiene, posee una hectárea o hectárea y media, sobre todo por la escasez de agua. Para cada productor era imposible hacer vino por sí solo”, cuenta Sebastián Pastrana, integrante de la comunidad y uno de los guías turísticos que reciben a los visitantes. “Son pequeñas parcelas en las que se fomenta el trueque y se defiende la soberanía alimentaria”, agrega. Cada uno de los integrantes ofrece la uva que tiene en sus fincas, todas ellas sin agregado de químicos ni fertilizantes.
Pero además de esto, la comunidad goza de un privilegio único: la Cédula Real de 1716 que los convierte en dueños de las tierras desde que los españoles pactaron con sus antepasados, los amaichas.
Con este gran aliciente, según cuenta Pastrana, en 2010, la comunidad entendió que la forma de gestar este proyecto productivo era en comunidad. Entonces, recibió un subsidio inicial de la Subsecretaría de Desarrollo Territorial del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación para avanzar.
Además obtuvo la donación de 47.000 plantas de la variedad malbec —la cepa emblema de la Argentina—, palos y alambres para construir las espalderas que sirven para dar sostén y vida a cada viñedo.
El 1 de agosto de 2016 logró constituirse formalmente como bodega de economía solidaria. Su primera producción, que consistió en un lote de 9.900 botellas con vino de uva malbec y 1.500 unidades con vino de uva criolla, los incentivó a continuar.
Costumbres a flor de piel
Todo en la bodega remite a la tradición. Por un lado, hay un cacique y un consejo de ancianos, todo ellos son cargos ad honorem. La forma en que se construyó el establecimiento fue en base a una técnica ancestral de elevación de muros para el desarrollo de los habitáculos circulares interconectados. Tiene un sector para alojamiento y para degustación que cuenta con un diseño único que representa las unidades habitacionales propias del período prehispánico.
El módulo central es el sitio destinado a la administración y espacio de reunión donde se puede catar, degustar y adquirir vinos. En el semicírculo inferior están los tanques de acero inoxidable para la producción y almacenamiento del vino. Un tercer semicírculo está en una habitación contigua, y es el lugar destinado a la cava. “Esta arquitectura nos ayuda a mantener una temperatura óptima de entre 18 y 20 grados, sin tener que utilizar un sistema de frío mientras el vino está estacionado”, sostienen.
Acerca de la bodega, Sebastián revela que se inspiraron en una en Canadá y otra en Australia. “Nos constituimos como la primera en Latinoamérica administrada por un pueblo originario con todas las exigencias del INV (Instituto Nacional de Vitivinicultura)”, destaca. Son 40 familias en promedio las que integran el proyecto, aunque depende del año y, sobre todo, del clima: “Hubo una helada tardía a fin de 2022 y en algunas parcelas pequeñas se heló todo y eso condicionó la producción”, explica.
La bodega fue pautada para producir 50.000 litros anuales pero hoy están en un promedio de 35.000. Realizan el vino con las uvas propias y lo presentan en una botella que, además del nombre en una lengua autóctona, incluye símbolos ancestrales. En botellas, rondan las 45.000 anuales y aclaran: “no hacemos a granel ni en damajuana”.
La actividad involucra a productores que ocupan una área amplia de los Valles Calchaquíes, que se extiende desde Ampimpa, pasando por Los Zazos, Amaicha del Valle, Encalilla y El Paso, hasta las Ruinas de Quilmes.
Las etiquetas llevan el nombre de Sumak Kawsay que significa buen vivir en quichua y se basa en una filosofía andina de equilibrio y autodesarrollo. El horario de trabajo en la bodega se distribuye de 9 a 13 h y de 14 a 17 h. “Hay días que son exclusivos del vino y otros de las tareas de turismo. Estamos dentro de la Ruta del Vino Tucumán del ente provincial de turismo. Sobre la ruta 40, nosotros somos como el ingreso desde Tafí del Valle; se hace atención al cliente, se brinda información turística, se cuenta la historia de la comunidad, lo que es ser dueños del territorio y lo que significa estar en este lugar estratégico. Es un trabajo del día a día”, menciona Pastrana.
Los integrantes de la comunidad que trabajan en la bodega Pablo Cisneros y Germán Flores hicieron la carrera de Tecnicatura en Enología en Colalao del Valle (Tucumán). También cuentan con el enólogo Germán Gómez que es de Cafayate, que los asesora en los movimientos de los vinos. Los jóvenes junto a otra integrante de la comunidad, Micaela Lera, hacen el embotellado y el etiquetado.
Aparte de eso, “cada uno hace la cosecha en su finca; cada productor y cada familia maneja su extensión, como así también la poda, la cosecha y el riego. Colaboramos con el tractor para el acarreo y la elaboración se hace en la bodega”, continúa.
El aporte comunitario
La unión hace la fuerza, dice el refrán. Y en esta bodega la unidad de todo un grupo permite que la vida transcurra con progreso. Aunque cada integrante tiene sus uvas, la bodega se ocupa de todo lo que tiene que ver con la elaboración. Tiene una moledora móvil, para la que se saca turno y van a cada domicilio. Una vez que se hace la cosecha, se tiene el jugo molido inmediatamente.
Pastrana sostiene que “cuando uno pierde el territorio, pierde su libertad. Tener nuestro territorio nos permite tener nuestro sistema propio”, resume.
El producto de esta bodega ya es conocido entre los amantes del vino. Se comercializa en Buenos Aires gracias a un acuerdo con los almacenes de la Unión Trabajadores de la Tierra y Alimentos Cooperativos. Y lo difunden por internet y a través de la venta directa.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.