¡Hola! Nada ni nadie quedó indemne en esta pandemia, pero el teatro recibió uno de los golpes más duros. Una industria que acá siempre brilló, se apagó brutalmente con el covid. Cinco meses después se reactiva de a poco, aunque en modo virtual.
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Los géneros. Unas newsletters atrás compartí con ustedes mi opinión sobre cómo se van borrando los límites entre ficción y no ficción. Sobre cómo de a poco todo se degenera. Lo admito, no es una idea nueva, pero está vigente, ¡y cómo! A los pocos días de esa columna, se armó revuelo porque la escritora Mariana Enríquez, ahora directora de Letras del Fondo Nacional de las Artes, convocó a su premio anual, pero esta vez circunscribiendo el concurso a los géneros de terror, ciencia ficción y fantasía. Todos, entre comillas, pusieron el grito en el cielo. “¡No excluyen, nos excluyen!”, gritó la platea literaria, poco amante de los géneros. Así hasta que Magalí Etchebarne, con un tweet, puso –para mí– las cosas en orden: “Toda historia familiar –dijo– es una historia de terror, así que seguimos todos en carrera”.
Después de este brevísimo affaire, seguí pensando en que los géneros ya fueron, pero como para mí Enríquez es la uno, pienso que por algo hizo lo que hizo. “En un momento excepcional, un concurso excepcional”, dijo. Y esta discusión sobre los géneros se me actualizó cuando vi online El niño argentino, la obra de teatro de Kartun en el Complejo teatral y pensé: esto es alta literatura y muchas cosas más. Y así me embalé y seguí con el teatro. O mejor dicho: me embalé con el teatro que logró resurgir.
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Una obra en construcción. Dependientes de la concurrencia a salas, los teatros cerraron y todos los jugadores de esa industria se quedaron, como Hamlet, sin saber qué hacer. Pero en los últimos tiempos, aunque golpeadísimo por la pandemia, el teatro empezó a dar señales de vida, y lo hizo de dos maneras.
Reinventándose o volviendo a mostrarse por otros medios. Como me dijo el actor Pablo Disciani, “algunos y algunas produjeron, pero otros en el sopor del choque quemaron las naves y se llamaron a la reflexión sobre cómo la actividad teatral tiene que bajarse del estrado y reconocer que tiene barro hasta las rodillas, y otros aprovecharon para desempolvar viejos archivos”.
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Distintas maneras de revivir. El teatro argentino encontró varios canales virtuosos para enfrentar la pandemia: por un lado, como dice Disciani, desempolvando obras viejas. Es decir, con la promoción de links o plataformas para ver obras grabadas que ya tuvieron sus días de gloria, pero que hace años no se representan.
Una oportunidad única, digamos, para que nosotros, los espectadores, hagamos una suerte de revisionismo teatral a la carta. Ahí se destacó Timbre cuatro por su amplísima convocatoria. Junto con Alternativa teatral, Timbre cuatro fue el ideólogo de la “gorra virtual”, una forma de contribución monetaria que es un aporte voluntario de dinero que luego se reparte entre la obra y la sala.
- Un fenómeno mundial. Los teatros Paseo la Plaza y Metropolitan ofrecieron un ciclo de teatro online en Vimeo. Allí presentaban obras grabadas de sus clásicos de los últimos 15 años, como El Rey Lear, el suceso teatral de Alfredo Alcón. La experiencia fue increíblemente exitosa: se estima que dos millones ochocientas mil personas vieron el ciclo en nueve funciones por Vimeo. El éxito fue tan pero tan rotundo que la plataforma les pidió a los creadores que dieran de baja su cuenta: el nivel de tráfico que generaban no era negocio para el correcto funcionamiento de la plataforma. Así, un millón de personas se sentaron al mismo tiempo a ver obras de hora y media. En abril fue la cuenta número 2 del mundo en todo Vimeo y en mayo pasó a estar entre las primeras cincuenta.
Dentro de las experiencias de revisión, para mí la más interesante fue el revival del Grupo Krapp, uno de los más relevantes e irreverentes de la danza local, del que se pueden ver las obras vía streaming desde África, Rubios hasta Olympica y Mendiolaza. El Grupo se encarga de colgar los links con la obra escogida en Instagram.
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Conversaciones con Cervantes. Otro que se adaptó muy bien fue el Teatro Cervantes, con una programación muy novedosa, que no solo puso a disposición del público links a obras que ya se representaron en el teatro (con minidocumentales muy buenos que muestran el detrás de escena), sino que también propuso acciones como, para mí la más interesante, el ciclo Conversaciones, en donde se pueden ver charlas con diferentes personalidades del teatro mainstream o independiente.
- Paloma Lipovetzky, productora y gestora de teatro, cuya opinión para mí es muy valiosa, recomienda La Guiada, de Gustavo Tarrío, que se puede ver en el canal del Cervantes. “Me copó”, dice, “porque es una visita al teatro y habla de la historia del teatro, y en este contexto, ver el Cervantes y, además, incluso ver al público reaccionando cobra un valor superlativo”.
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Zoom teatral. Después, el otro fenómeno, y quizás el más vistoso y novedoso, fue el de las nuevas producciones ad hoc, es decir, el de las obras que se adaptaron al lenguaje de los dispositivos tecnológicos que nos mantienen en contacto con el universo, como Instagram, WhatsApp y Zoom. Un formato que –dicen varios actores y actrices con las que hablé– “llegó para quedarse”. En este sentido, vale mucho la pena el Teatro UAIFAI, creado en clave pandemia, un proyecto independiente y de autogestión que ofrece funciones de obras escénicas originales, en vivo, a través de internet.
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Amor de cuarentena. Camila Sosa Villada, Jorge Marrale, Leonardo Sbaraglia, Dolores Fonzi y Cecilia Roth forman parte del elenco de Amor de cuarentena, una propuesta que trasciende el video y el Instagram y se pasa al WhatsApp. La idea –y el elenco– es genial. Está escrita por Santiago Loza y se vende como una experiencia sonora y visual para celulares. El método es simple: después de sacar una entrada por Alternativa Teatral te anotás con tu teléfono celular y elegís un personaje para seguir que, durante quince días, te va a mandar mensajes a tu teléfono con fotos, videos, audios, texto. Una historia de amor de confinamiento en nuestros celulares.
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Va un fuerte abrazo,
Flor