Susana*, de 67 años, lidera una congregación evangélica y dice que es “un dolor” que Florencia (hoy de 39) y Damián, dos de sus hijos, estén lejos de la iglesia. Y que la golpeó mucho enterarse hace 19 años que su hija era lesbiana, y que hoy esté casada con otra mujer. Es más, aún le choca en ocasiones esta situación.
Sara, una abogada judía que hoy tiene 60 años, soñaba con un futuro profesional brillante para su hija (hoy de 28), quien en 2015 se había recibido de abogada, casi terminado Ciencias Económicas y se aprestaba para hacer una maestría en Harvard, cuando decidió convertirse en ortodoxa y aquellos planes quedaron atrás. “Se me vino el mundo abajo”, recuerda Sara.
Hay otras decisiones menos rigurosas que generan disgusto, malestar o incomodidad en los padres y las madres. “Uh, que hippie de m….”, le decían en su familia a Belén, de 24 años y una de nuestras miembros co-responsables, cuando ella decía que quería hacerse vegetariana para cuidar al planeta. O: “Uh, esa cosa inmunda”, le replicaban cuando hablaba de poner un compost.
No siempre los desacuerdos llegan a rupturas o grandes tensiones en las relaciones. Pero estas se ven condicionadas de algún modo por cuestiones conflictivas. “Hay una cosa de búsqueda por evitar ciertos temas que siempre está latente”, cuenta otra miembro cuya ideología política es opuesta a la de su papá, con quien discuten a menudo, aunque en buenos términos.
Estos son algunos de los muchos ejemplos de situaciones en las que padres y madres encuentran difícil aceptar una decisión de sus hijos e hijas por desconocimiento, convicciones, o prejuicios. Esta nota no trata sobre sexualidad, política, religión, hábitos sustentables, profesiones, etc. Esta nota habla sobre relaciones complejas, en las que opiniones contrapuestas a veces dividen.
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El 8 de enero, Diego Poggi, periodista de TN, compartió un tuit con la captura de pantalla del chat con su padre. En esa conversación, Poggi le contó que era homosexual y que iba a irse de vacaciones con su novio. “Olvidate de que tenés papá. Que seas muy feliz”, respondió su padre. Entre la catarata de críticas que recibió el padre en ese hilo, fue el propio Poggi quien salió en su defensa: “Aclaro esto, mi viejo es el mejor de todos. Honesto, buena persona, un tipazo. Pero bueno, es de otra generación y estás cosas supongo que cuestan”.
Aquel hilo fue el disparador que nos llevó a preguntarnos qué hace que ciertos temas sean tan difíciles de digerir para padres y madres. Pero, sobre todo, cómo se pueden construir puentes y conservar las relaciones cuando las miradas sobre algo son antagónicas.
Son situaciones complejas y desde RED/ACCIÓN lo sabemos. Por eso, para abordarlas, invitamos a miembros co-responsables a participar de una reunión. En la que pudieran acercarnos sus recomendaciones y aportes: opiniones, experiencias personales y fuentes sugeridas.
Cambios de era
El psicoanalista y filósofo Luciano Luterau explica que “la transmisión entre generaciones implica un proceso de reproducir instituciones y valores y, a la vez, otro de diferenciación. Antes, ambos procesos estaban equilibrados, pero hoy prima la diferenciación de los hijos en relación a sus padres y las instituciones”.
Para él, el cambio obedece a dos motivos. “El primero es que los hijos son hijos mucho más tiempo: hace 40 años se consideraba adulta a una persona de 18 años, hoy todavía se piensa en alguien de 30 años según su familia de origen”, explica.
El segundo motivo, continúa, “se vincula a modificaciones sociohistóricas y culturales, como el desarrollo del neoliberalismo, que modificaron instituciones como el matrimonio o el lenguaje. O por ejemplo la institución trabajo: antes era estudiar para laburar. El otro día un chico de 10 años me dijo que estaba buscando sumar seguidores en YouTube, porque con determinada cantidad empezaba a ganar dinero”.
A su vez, Bautista Logioco, ex funcionario de la ONU y la OEA y especialista en diálogo, transformación de conflictos y sostenimiento de la paz, señala: “En la mesa del domingo en los 80 el jefe de familia (era él, no ella) tenía la voz cantante en esa mesa. Hoy tenés otra dinámica familiar: las mujeres y los y las jóvenes han ido ganando un espacio que no se les daba antes. Ahora los y las jóvenes tienen acceso a un mundo de información en el celular y desde ese lugar pueden ejercer una especie de desafío a lo que antes era una autoridad indiscutida”.
En esta línea, Lorena, otra de nuestras miembros, opina: “Los padres creemos que tenemos garantías de futuro o supervivencia cuando nuestros hijos siguen los caminos que creemos correctos, nos otorga una supuesta seguridad”. Con 49 años, cree que está en una generación “intermedia”: “Por un lado querés sostener este modelo ideal, pero somos una generación interpelada por los hijos, que plantean, cuestionan, viven más tiempo con nosotros. Nuestra generación es de mucha apertura, contemplación”.
Por otra parte, para Logioco, muchos padres “no saben cómo tramitar este cambio de status quo”. Y dice que, a su vez, del lado de los hijos que expresan decisiones que van en contra de los ideales de sus progenitores “hay una necesidad de reivindicación de la propia identidad. La pregunta de fondo es: ‘¿Me seguís queriendo como soy?’”.
Guadalupe Nogués, científica y autora de Pensar con otros: una guía de supervivencia en tiempos de posverdad, cree que en estos contextos “puede entrar en juego el tribalismo, identidades grupales que son muy fuertes y muy refractarias a considerar como válidas otras posturas”.
¿Por qué hay cortocircuitos?
¿Cómo se viven estos conflictos en las familias? Y, especialmente, ¿a qué se atribuyen?
“Los padres proyectamos nuestros deseos para la vida de nuestros hijos. Proyecté todos mis sueños, preparé mi estudio para dejárselo a ella”, cuenta Sara, la madre judía cuya hija se convirtió en ortodoxa.
A veces lo que genera diferencias con los hijos no es una decisión, sino las consecuencias de la misma. Así le pasó a Claudia cuando José, su hijo, decidió separarse tras casi 15 años de casado y tres hijos. “Cuando él se quiso divorciar con los niños tan pequeños, le rogamos que siguiera casado. Fue tremendo. Creo que tuvo mucha presión de nuestra parte y, aunque mantuvimos el diálogo, en ese momento la relación se resintió. No lo supimos manejar”, recuerda ella.
Graciela, una abogada de 50 años, no pudo disimular su disgusto cuando su hija universitaria le contó que había conseguido un trabajo para limpiar la casa de dos adultos mayores un par de veces por semana. “Me tomó por sorpresa y quizás tenía un estigma al respecto, lo relacionaba con una tarea de alguien que no tiene la posibilidad de estudiar”, explica.
Belén, la miembro que busca ser más sustentable, cree que la falta de información suele ser motivo de varios de estos cortocircuitos: “Cuando dije que quería hacer un compost todos me empezaron a decir que la casa se iba a llenar de ratas y bichos”, recuerda.
Al mismo tiempo, en línea con la autocensura de la que hablaba Guadalupe Nogués, hay ocasiones en las cuales los propios hijos o hijas son quienes se reprimen o evitan temas. Germán tenía 17 años cuando, tembloroso, le confesó a Sixta, su madre de entonces 44, que era gay.
“Yo ya lo sabía. Durante años esta situación me había llevado a hacer un trabajo en contra de lo que había aprendido”, cuenta sobre el viaje que hizo de ser militante en una iglesia pentecostal a su visión actual, alejada de su antigua fe. “Entendí que era yo la que debía modificarme, no modificar a mi hijo. Me parece que lo muy malo de esta situación es la falta de confianza, que una persona no pueda mostrarse como quiere ser”, considera Sixta.
En relación a las situaciones en las que la sexualidad es el eje de las diferencias, Andrea Rivas, presidente de la Asociación Familias Diversas de Argentina (AFDA), opina que “estos temores subsisten porque lo impone el heterocís patriarcado con todas sus estructuras. Todas las instituciones y la sociedad prejuzgan y presumen que la heterosexualidad es la norma y esto genera violencia”. En este sentido, cree que es “fundamental la Educación Sexual Integral (ESI)”. Y da un consejo para familias que atraviesan una situación de este tipo: “Les diría que trabajen desde el amor, desde entender que la elección sexual es un derecho humano. Sacarse el miedo, aprender y buscar más información”.
Puentes construidos con empatía, escucha y amor
¿Qué ideas/recursos/consejos/herramientas brindan los especialistas citados? ¿Qué les resultó a las familias que son parte de este relato?
Lorena cree que la clave es “estar cerca”. Ella señala: “Mientras más miedo tenemos más hay que acercarse, informarse desde el lugar de la comprensión”. Y se pregunta: “¿Tenemos la apertura mental para entender que nadie nos hace nada a nosotros en términos personales, sino que son las elecciones de vida de cada uno?”.
Logioco coincide con esto de “perder el miedo al diálogo intergeneracional: el diálogo permite ver cómo piensa el otro y a la vez hacer que este otro se replantee las cosas”. A la hora de dialogar cree que, mientras que los hijos deben ser empáticos porque sus padres crecieron en otro contexto, es clave que los adultos reconozcan la voz de los jóvenes “como una voz válida que aporta. No creer que el adulto se las sabe todas”.
Si evitaste hablar con alguien porque piensa distinto que vos sobre el tema aborto, leé esta nota
Un ejemplo lo da Graciela, la abogada cuya hija consiguió trabajo limpiando una casa. Ella meditó durante un día en las palabras de su hija, quien le dijo que “cualquier trabajo dignifica”. Al día siguiente, le escribió un mensaje en el cual le pedía perdón por no haberla entendido. Y la instó a que fuera libre, a que sea “timón, nunca ancla”.
Para entablar este diálogo, Nogués sugiere: “Suele funcionar hacer a un lado las diferencias por un momento y tratar de encontrar todo lo que tienen en común, que suele ser muchísimo más, y muchísimo más valioso que esas diferencias que notan. Como lindos recuerdos, gustos o ideas compartidos. Cuando paramos y revisamos lo que nos une solemos encontrar que es mucho más de lo que nos parecía en un principio”.
“La relación con Florencia se basó en el respeto, en no atacarnos si no en enfocarnos en lo que vemos bueno de la otra persona. Yo quiero hacer de esto una regla general”, cuenta a propósito Susana.
Además, Nogués dice que en esta búsqueda de un diálogo, “en el cual cada uno tenga el propósito de comprender y no de convencer”, es útil “reformular en nuestras palabras lo que el otro dice, hasta que la otra persona diga ‘sí, eso es lo que me pasa, eso es lo que pienso, eso es lo que siento’. Incluso si seguimos en desacuerdo, se armó una comprensión más genuina, sin estereotipos y con menos malentendidos”.
“Entender cómo pensaba mi viejo me permitió hablarle de ciertos temas en sus términos. Por ejemplo, usar argumentos liberales para defender la legalización del aborto. Ahora él está de acuerdo”, cuenta la miembro mencionada al principio de la nota, de posición política contraria a la de su padre.
“Llegó el momento en que entendí que no era el título, no era la ropa, no era la comida, no era nada, lo más importante era la felicidad de mi hija. Lo primero y lo último es que sean felices. Pero para esto hay que tener humildad, grandeza, inteligencia, emoción y por sobre todas las cosas amor. Empatía con el hijo, con el padre. Todo eso junto”, resume Sara.
Por otra parte, Luterau cree que “los hijos tienen que entender que sus padres no deben avalar todas sus decisiones”. Y explica: “Es aceptar que sus padres son seres humanos, con sus puntos de vista. En un contexto general de armonía, la conflictividad es parte de los vínculos. Más que pensar en términos idealistas que no tendría que haber conflicto, hay que pensar cómo hacer para vivir con el conflicto. Es parte del crecimiento de una relación”.
“Podemos estar en desacuerdo siempre que se reconozca la humanidad de la otra persona, con los mismos derechos que yo. Y siempre que le hayas dado una oportunidad para entender al otro”, suma Logioco.
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Entonces, ¿se puede lograr una buena relación con los hijos, teniendo creencias contrapuestas? Sixta, en su caso, cree que no es posible. “Hay un momento en que la ambivalencia es imposible de sostener y hay que decidir qué es lo más sano”.
Susana no concuerda. Ella sostiene su creencia: “Me hubiera gustado que mi hija se casara con un hombre, como Dios quiere”. Pero a la vez señala que se ha aferrado a sus mismos principios para mantener el vínculo con su hija: “Yo creo en un Dios de misericordia y que estamos para romper barreras entre quienes creemos distinto. Cada uno tendrá su postura. Pero para mí debe prevalecer el amor al ser humano, no la condición”.
La hija de Susana, Florencia, reconoce que evita demostraciones afectivas en público, que sabe que pueden lastimar a sus padres. ¿Son válidas conductas de este tipo? Logioco considera que son “negociaciones personales, que cada uno hace en el contexto familiar”. Pero destaca: “Hay un límite muy claro que tiene que ver con el reconocimiento de mi derecho”.
Susana a su vez cuenta que el resto de la familia de Florencia (su padre y hermanas) también se mostraron reacios a las decisiones de Florencia, y que entonces Susana sintió la necesidad de “acercarla a sus hermanas y cuidarla”.
Y cierra: “Por supuesto que al principio sufrimos mucho. Pero creo que con Florencia prevaleció el amor que nos tenemos, por eso las cosas funcionan y hoy nuestra relación es excelente”.
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*Varios nombres fueron cambiados, para resguardar la identidad de las personas.