Se realizó en el Hipódromo de San Isidro una nueva fecha del torneo que reúne a luchadores medievales de todo el mundo. Protegidos por armaduras con componentes históricos y equipados con espadas, los combatientes son parte de una comunidad que pretende vivir en la Edad Media.
Una bandera amarilla se entromete entre los escudos. De un lado, acorralado contra la reja, un caballero de armadura sencilla pelea por recuperar su posición. Tiene el brazo inmovilizado por lo que blande su espada moviendo apenas la muñeca. Su espada sigue una trayectoria semicircular y va a parar contra la cabeza -contra el casco- de su oponente. El estruendo que genera el choque de las dos latas impresiona al público, que se anima de pronto, vislumbrando apenas la recuperación del más débil.
De entre el público sale una voz: “como le abolló la cacerola”, dice. Sus amigos se ríen, con un pie dentro y uno fuera de ese universo.
Justo entonces es el renacer del caballero de la armadura sencilla: logra librar sus brazos, se agacha a tiempo para evitar el embate de la espada contraria y ahí, con la espalda de su oponente a merced mide la distancia y estrella un tremendo espadazo sobre su cuello -o sobre la cota de malla que cubre su cuello-.
Será suficiente. El caballero cae al piso, primero con una rodilla, después la otra, y antes de que lo rematen, lo ya dicho: una bandera amarilla se entromete entre los escudos.
-¿Duele? -le pregunto a un caballero transpirado que descansa sobre el piso tras una pelea.
-No sabés cuánto.
Dónde sucede es la gran pregunta. Para quienes están ahí, de algún modo sucede en algún momento entre el siglo V y el XV, en plena época medieval. En rigor, sucedió en el Hipódromo de San Isidro último el fin de semana y fue una fecha del torneo internacional de Combate Medieval. Así como suena, así como lo ve: hay una liga oficial de combate medieval. Los participantes -en equipos- deben presentar armaduras que tengan algún componente histórico -no se aceptan, por caso, cacerolas-, y puede participar de la competencia.
Se disputa en dos días: en el primero, el sábado, son combates individuales. Primero espada y escudo, luego espada y rodela (que es como un escudo pequeño). Las espadas no pueden tener punta ni filo, y la batalla se define por puntos. Lo que más puntos da es desarmar a tu oponente. Después, los golpes en la cabeza. Después, en el resto del cuerpo. Impactos contra el escudo no cuentan.
El segundo día se combate entre equipos, cinco contra cinco. El ganador es el equipo que logra derribar a los cinco participantes del otro equipo. El primero que muerde el polvo, afuera. Funciona parecido al Fortnite pero en la vida real. Si te derriban, salís de la competencia.
Cada equipo tiene un escudo propio como marca identificatoria. No un escudo protector, un escudo simbólico. “Los que flameaban en las banderas en las batallas antes de entrar a combate, para que supieran que familias estaban ahí y, si eran de tradición guerrera, temieran de antemano”, explica uno de los habitués del lugar. Está vestido con túnica bordó y riñonera de cuero. Tiene la barba hasta el medio del pecho. Parece, sin intención de caricaturizarlo, una suerte de Jesús.
-Y vos, ¿si tuvieras que hacer un escudo que pondrías? -le pregunta un adolescente a otro en medio del público.
-Pondría el signo pesos -le dice.
Es alentador, de pronto, ver que los adolescentes medievales no piensan en dólares. Es que el truco no parece ser una movida comercial. Mientras los jóvenes se emocionan con las batallas, los más chicos practican arco y flecha (con flechas con puntas de plástico), las chicas miran ropa medieval en la feria montada para la ocasión, y los más grandes -convertidos en sabios- fuman pipa o comen guisados medievales.
Hay música, también. “Esta es una canción de época escocesa en contra de la guerra”, dice el músico de turno, y todos escuchan sentados en el piso, con sus túnicas y sus barbas, como si fuera un campamento hippie en el campo de algún señor feudal copado.
“Lo lindo es que, mientras jugamos a estar en otro tiempo, lo estamos”, dice un chileno que llegó exclusivamente para el torneo. Está instalado en una carpa a un rincón del predio, donde están varias carpas de los participantes. Vinieron equipos de Rusia (los pioneros y números 1 en este deporte), de Chile, de Argentina, y hasta se convocó a un árbitro polaco.
Los mundiales, nos explican, se realizan siempre en el predio de algún castillo europeo. Por regla general, no se puede andar por el campamento con el celular en la mano. Solo se puede utilizar la tecnología dentro de las carpas. Las reglas en la Argentina todavía son más laxas pero apuntan a eso que nos dice el chileno: ¿qué es habitar una época sino vivir con los mismos medios y recursos que en ella? ¿Qué es habitar una época, sino construirla?
-Yo haría un escudo con el casco de Iván -dice otro chico del mismo grupo, en referencia a Iván, uno de los peleadores argentinos más reconocidos.
-Yo lo haría con cara de una chica mejor- dice otro chico del mismo grupo.
-Con la cara de tu mamá lo harías vos -le responde un amigo, y se empujan, sin bronca, molestándose apenas.
Mientras, del otro de los pinos, en el mismo predio gigante del Hipódromo de San Isidro, un grupo de caballos atraviesa una pista a toda velocidad. En las gradas, cuyos gritos no llegan hasta acá, hay poco pero apasionados apostadores. Todo alrededor del suelo, hechos un bollo, arrojados tras el estupor de la derrota, un montón de tickets de apuestas esperan a ser removidos. Recojo uno por curiosidad: $148 que alguien derivó a un sueño salvador. ¿El padre del adolescente aquel, pienso, que también pondría el signo pesos en su escudo? Es probable que no. Es probable que ni sepa que ahí, tras los pinos, la gente deposita su fe en otros héroes.
Es paradójico: según Wikipedia, si bien las carreras de caballo se remontan hasta antes del nacimiento de Cristo, cayeron en desgracia en la Edad Media, hasta casi desaparecer. La historia tiene sus trucos. ¿Qué es habitar una época, después de todo, sino olvidarse de que siempre habrá alguien habitando otra?