“Viejos son los trapos”, decían las abuelas del siglo pasado. Eran mujeres que en algunos casos no llegaban a los 50 años, pero ya pertenecían a esa porción de la sociedad que recibía a hijos y a nietos los domingos y se dedicaba, mayormente ellas, a lo que hoy se identifica como tareas de cuidado. Mientras, los hombres leían el diario y jugaban ajedrez o bochas en la plaza. En el mejor de los casos, claro. Porque muchos debían resignarse a dejar su casa y mudarse a un geriátrico, con todas las implicancias negativas que esto tenía —y aún tiene— en la mirada social.
Hoy se habla de adultos mayores o de personas de tercera o cuarta edad para representar a quienes, luego de cumplir los 60 o 65 años, se retiran de la vida laboral activa y aún tienen, si la buena salud acompaña, una perspectiva futura de dos décadas. En este contexto, las denominadas cohousing senior aparecen como una alternativa a los geriátricos para transitar estos últimos años de vida con autonomía y sin padecer la soledad, de manera activa acorde a sus posibilidades.
Estas “comunidades colaborativas autogestionadas”, como también se las llama, son complejos habitacionales administrados de manera cooperativa, donde los socios adquieren un derecho de uso de los departamentos que habitan y a la vez cuentan con espacios comunes en los que comparten actividades y servicios, mientras reciben atención y cuidados de parte de personas especializadas.
La idea del cohousing surgió en Dinamarca y Países Bajos —por entonces, Holanda— en la década de 1970. Los primeros proyectos fueron llevados adelante por grupos de parejas jóvenes que se instalaban en condominios con espacios comunes para practicar la crianza colectiva de sus hijos pequeños. Luego aparecieron las iniciativas pensadas para la tercera edad, que se extendieron en especial en España y Suecia, en su mayoría en pueblos pequeños o suburbios de grandes ciudades.
El caso español
Hace veinte años nacía en Málaga el primer cohousing senior de España. Hoy funcionan 14 y hay cientos en proyección. Se trata del país europeo con mayor desarrollo de esta modalidad, con una activa y creciente participación del Estado en lo que implica, sobre todo, establecer normativas que regulen el sector.
Este año, por ejemplo, la Comunidad de Madrid estableció un “régimen de autorización de viviendas colaborativas para la promoción de la autonomía personal y la atención a la dependencia de personas mayores”, donde se definen los requisitos y estándares de calidad, de acuerdo a la naturaleza y finalidad de este tipo de viviendas. En la redacción de esta normativa participó de manera activa Hispacoop, la Confederación Española de Cooperativas de Consumidores y Usuarios.
La cooperativa andaluza Los Milagros fue la pionera. En la década de 1970, un grupo de 16 jóvenes de 30 años comenzaron a pensar en cohabitar un lugar que fuera propio para pasar la vejez, como alternativa a un geriátrico tradicional. Pasaron veinte años hasta que fundaron la cooperativa y diez más hasta que terminaron la construcción del Residencial Santa Clara, en la ciudad de Málaga, que inauguraron el 7 de junio de 2001.
Hoy la cooperativa tiene más de 125 socios que conviven en un complejo con pileta, sobre una ladera de los montes de Málaga y a poco más de veinte cuadras del centro de la ciudad. Los socios habitan los 76 departamentos de una superficie de 50 metros cuadrados y amplias terrazas con vistas al mar, donde disfrutan del clima mediterráneo de la Costa del Sol.
Aurora Moreno, fundadora y expresidenta del Residencial Santa Clara, recuerda en una nota de la web de Hispacoop: “Preocupados por nuestra futura vejez y la calidad de vida que tendríamos el día de mañana, comenzamos a depositar pequeñas aportaciones económicas para poder comprar una finca en el lugar donde nacimos”, y describe aquel proyecto de vida como “una alternativa de futuro con solidaridad.”
En una extensión de cinco hectáreas, la finca posee espacios comunes donde se realizan actividades tan diversas como pintura decorativa, gimnasia, baile en línea, informática, escuela de espalda, taller de memoria, castañuelas y karaoke. También, salidas en grupo para visitar museos o asistir a eventos.
Los departamentos están equipados con cocina, pero en la mayoría de los casos la gente elige almorzar o cenar en el comedor comunitario.
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El de Santa Clara es un modelo que, con variantes, se replica en cada una de las experiencias españolas. Todas incluyen un sector para los socios con problemas de salud; los médicos geriatras y el personal asistencial están disponibles de manera permanente.
El esquema de organización también se repite. La propiedad de todo el complejo es de la cooperativa, mientras que los socios adquieren el derecho de uso exclusivo de los departamentos y acceden al uso compartido de los espacios, instalaciones y servicios comunes.
El valor de lo comunitario
Cuando la pandemia de COVID-19 azotó al mundo, estas comunidades le sumaron un sentido a su existencia. En medio de las más rígidas restricciones, pudieron seguir moviéndose por los espacios abiertos de los complejos y continuar con las actividades compartidas.
Félix Martín, secretario general de Hispacoop, en un artículo de su autoría, describe la esencia del cohousing senior: “El deseo de envejecer con autonomía personal, ser dueño de tu propio destino con independencia de la edad, compartir experiencias y vivir en comunidad, empezar una nueva fase de la vida que puede ser igual de ilusionante, y disponer de servicios que pueden ser necesarios en la vejez, huyendo de cargas familiares y soluciones residenciales clásicas”.
Con estos ejes, resulta evidente que la elección del formato cooperativo no es casual, pues se trata de un modo de gestión basado en la democracia interna y valores como la autoayuda, la autorresponsabilidad, la equidad, la sustentabilidad y la solidaridad.
“Los efectos de la soledad no deseada suelen ir acompañados de tristeza, depresiones, miedos, inseguridades, pérdida de autoestima y de calidad de vida, pensamientos derrotistas, más aislamiento y hasta pensamientos suicidas”, explica Matilde Fernández Sanz, presidenta de la Asociación Contra la Soledad, de Madrid, en su informe Los hogares que necesitan (todas) las personas mayores.
En ese trabajo se hace un recorrido por diferentes alternativas a las residencias tradicionales para personas mayores. A modo de conclusión, la Asociación Contra la Soledad defiende “un urbanismo integrador con entornos accesibles y comunitarios” y destaca “el cooperativismo valiente, comprometido con la construcción de viviendas colaborativas o ‘cohousing senior’”.
El jurista y gerontólogo Josep de Martí, responsable de un portal dedicado al sector de las residencias para personas mayores, conoció por su actividad diferentes formas de cohousing, tanto intergeneracional como sénior, en Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda, Alemania y Austria. Más allá de las diferencias, cuenta: “Lo que tenían en común era que las personas que convivían habían optado por vivir de una forma diferente, en la que el concepto de comunidad tenía un peso importante”.
Compartir, sí, pero no todo. Tener privacidad, organizar el hogar al propio gusto y disfrutar del silencio, pero no estar en soledad forzada. Ese parece ser el espíritu que ronda las experiencias de viviendas colaborativas: formar parte de una comunidad sin perder la autonomía.
“Quien vive en el cohousing donde vives tú no es tu ‘vecino’, sino más bien un compañero de vida, un miembro de tu tribu”, dice Josep de Martí, y cierra: “Puedes llevarte mejor o peor, pero sabes quién es parte de tu grupo”.
Experiencias locales
En la Argentina, el desarrollo de experiencias de este tipo es todavía incipiente. El primer y único caso es Vida Linda, fundada hace 51 años cuando un grupo de amigos judíos alemanes compraron un edificio en el barrio de Belgrano. Actualmente, unas cien personas mayores ―no solamente de esa colectividad― habitan los departamentos de uno, dos y tres ambientes distribuidos en 15 pisos.
Vida Linda cuenta con ascensor camillero, grupo electrógeno, guardia las 24 horas y un sistema de pulseras antipánico. En el predio hay un restaurante concesionado, un jardín, una biblioteca y salones para actividades comunes.
Los departamentos son propiedad de la Asociación Mutual Israelita Vida Linda. Los asociados adquieren el derecho a uso de por vida y si desean mudarse, venden ese derecho y recuperan la inversión.
Este es el único ejemplo local de vivienda colaborativa basada en una gestión cooperativa, en este caso mutualista. Lo que proliferan en cambio son desarrollos privados que, en general, apuntan a un segmento de poder adquisitivo medio-alto; grandes complejos donde las personas mayores compran su departamento y pagan una cantidad de dinero por mes ―similar a las expensas― con el que acceden a los espacios y servicios comunes. Algunos emprendimientos se presentan como cohousing senior, aunque son en realidad residenciales para personas de tercera edad de gestión privada tradicional. Son, se puede decir, lugares de lujo con denominaciones alternativas que evitan palabras como “hogar”, “residencia” y “geriátrico”. En otros casos, son barrios privados pensados y construidos para personas mayores, que incluyen servicios específicos.
Como iniciativa pública, está el Complejo para Adultos Mayores de la localidad bonaerense de Tapalqué, que funciona desde 2009 sobre un par de hectáreas destinadas a viviendas sociales para personas de más de 60 años. Los departamentos son independientes pero tutelados. Hay un Centro de Día, una vez por semana asiste personal de enfermería para hacer controles de rutina y quienes allí habitan cuentan con un botón de emergencia.
A comienzos de este año, el Gobierno de la provincia de Chubut inició el proceso de licitación para la construcción de 32 viviendas y un Centro de Día para personas mayores en la ciudad de Comodoro Rivadavia, en el marco de un proyecto a nivel nacional que prevé construir 3.200 viviendas en cien complejos habitacionales, que se adjudicarán en comodato a personas mayores de 60 años, con equipamientos colectivos para actividades educativas, deportivas y de recreación, además de cien centros de atención primaria de la salud y terapéutica.
El Programa Casa Activa, que así se llama, está impulsado por el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, que se ocupará de la infraestructura, en conjunto con el Programa de Atención Médica Integral (PAMI), a cargo de los aspectos asistenciales. A su vez, las provincias o municipios con los que se firmen los acuerdos serán los entes ejecutores.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 14 de diciembre de 2022.
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