En tiempos de pandemia, estudiantes y docentes tuvieron que mudarse a aulas virtuales de un día para el otro. Y mientras se viralizan sus divertidas desventuras por las redes, ella -directora de la Maestría en Tecnología Educativa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA- se muestra decidida y activa. Sonríe, habla pausado, superpone emojis y hashtags en sus historias de Instagram. Está preparada: hace años que propone reinventar las clases para que los estudiantes se sientan motivados a aprender, romper con la didáctica clásica que implica la explicación lineal de conceptos, salvar la escuela.
Hoy -al fin, dice- los sujetos educativos tienen la posibilidad de experimentar otros recursos, repensar sus prácticas, hacerlas más atractivas y relevantes. Pero, a pesar del optimismo, la doctora en Educación Mariana Maggio también alerta: “El riesgo de llevar de un día para el otro la escuela o universidad a espacios virtuales, es reproducir la lógica de la enseñanza clásica, ponerse detrás de una pantalla y revolear archivos pdfs”.
—¿Cómo generar propuestas de enseñanza atractivas en espacios virtuales?
—Desde hace años la educación funciona adentro y afuera del aula; en la escuela, pero también en las redes, en las series y en los juegos en línea. Allí están los chicos. En la virtualidad, lo que tenemos que hacer los docentes es traer el cuerpo. No en términos de realidad aumentada sino de que en lo tecnológico esté también lo humano. En este contexto de aislamiento por el coronavirus, los docentes tenemos que trabajar también con nuestras emociones, nuestras preocupaciones. Como si estuviéramos en la escuela; si en el aula nos conectamos intensamente con lo que pasa, si dialogamos, nos enojamos, nos emocionamos, en la virtualidad tiene que estar eso también: mi tono de voz, mi mirada. El desafío es que las plataformas y sus infinitas posibilidades no nos deshumanicen.
—¿Cómo lo puede llevar adelante un equipo docente que no tenga experiencia en entornos digitales?
—Hay una trama que tiene que ver con articular y construir acuerdos entre las políticas, las instituciones, los docentes, las familias y, por supuesto, los estudiantes. En los entornos digitales hay que generar encuadres nuevos donde podamos ser sensatos y tener sentido común: si un chico estaba ocho horas en el colegio, con actividades que se iban alternando, entre los recreos y sus amigos, no podemos esperar que esté esas mismas horas sentado atrás de una computadora porque no sería formativo. En función del acceso, y ese es otro gran tema en esta sociedad tan desigual, se pueden pensar propuestas maravillosas que, entre otras cosas, impliquen redimensionar los tiempos de las actividades y trabajar de manera colaborativa.
—En tu libro Reinventar la clase en la universidad, que es de 2018, ya proponías repensar las prácticas que dejan en evidencia la distancia entre lo que la escuela le ofrece a los estudiantes y sus intereses, preocupaciones y necesidades.
—Lo que digo es que la clase, presencial o no, tiene que ser un espacio de construcción del conocimiento original, porque lo que no es original ya está en YouTube. ¿Para qué vamos a repetir lo que los estudiantes pueden leer por sí solos? Los rasgos de la didáctica clásica son hegemónicos; la explicación está en el centro, robándose gran parte de la clase y el profesor o profesora monopoliza la relación escupiendo una teoría que ya está en los libros. Por eso digo, un poco en chiste y un poco en serio, que corremos el riesgo de subir pdfs y creer que eso ya es enseñar algo. Por otro lado, el dictado de materias sigue una secuencia progresiva lineal: primero doy esto, después esto otro y después evalúo, en general apelando a procesos cognitivos super básicos, como tomar un parcial para verificar que efectivamente el alumno comprendió.
—Suena poco desafiante para los estudiantes.
—¡Por supuesto! Pero además, a una generación que no aprende nada linealmente, que hace siete cosas a la vez, que sabe buscar por sus propios medios, que cuando quiere aprender algo mira tutoriales y cuando quiere enseñar algo produce tutoriales... entonces en la cátedra decimos: el modelo cruje por todos lados porque lo que ellos quieren aprenden, lo aprenden solos. En el aula hay que producir conocimiento, no repetirlo.
Maggio tiene una preocupación; salvar la escuela. Que la escuela sea un lugar donde los pibes quieran estar, dice. Que las clases sean experiencias que docentes y alumnos queramos vivir, dice. Y que, para eso, hay que reconocer las prácticas culturales que nos seducen y llevarlas al aula.
—¿Te referís a los consumos culturales como las series o las redes sociales?
—Exactamente, pero también a los libros, a los museos y a las experiencias inmersivas. Me refiero a que reconozcamos las tendencias. Reconozcamos que esos objetos culturales nos interesan, nos atrapan y empecemos a laburar con eso en clase para ver hasta dónde llegamos. Hay hechos que, en lugar de criticar, podemos usarlos a favor: vivimos en una intermitencia on line/ off line, estamos acá pero también estamos en otro lado. Los pibes estudian con el celular en conexión con el mundo, capitalicemos eso. En esa línea, muy poco de lo que consumimos se desarrolla de manera lineal. Yo lo llamo “formas alteradas”, como en el cine, o en las series, donde se alterna la secuencia lineal. El único lugar donde “primero va esto”, “después esto” y “después esto”, es en la escuela o la universidad. La didáctica que implementemos tiene que acompañar este salto en los tiempos.
Grupos de WhatsApp con estudiantes, publicación de stories en Instagram, respuesta a stickers de preguntas en esa misma app. Maggio y su equipo, como tantos docentes de distintas modalidades y niveles, utilizan todas las herramientas y recursos disponibles.
“Mi vida de influencer es muy precaria”, asegura divertida. Sin embargo, en su cuenta de Instagram entrevista a docentes, presenta experiencias, rescata bibliografía y responde consultas de colegas. Y desde la semana pasada publica, todos los días, experiencias y reflexiones en torno a la educación en línea en tiempos de coronavirus.
La investigadora, que en 2019 coordinó el Postítulo en Educación y TICs para formadores de docentes en Río Negro, señala: “De manera presencial o a distancia, hay que generar propuestas que inspiren, que emocionen, que los pibes encuentren algo único, que no esté en YouTube. Y, en ese sentido, también planteamos el codiseño de contenidos.”
—¿Tus estudiantes deciden qué quieren estudiar?
—Lo definimos juntos en base a acuerdos. Primero tomamos decisiones en la cátedra sobre qué vamos a dar de todo lo que conforma el campo. Hace un tiempo definimos que solamente daríamos lo que construye marcos actuales, contenidos que nos ayuden a pensar y producir contextualmente. Y después preguntamos a los pibes… tienen mucho para decir respecto a lo que los motiva ¡Tienen grandes ideas, además! Cuando abrís ese juego el movimiento es expansivo y verdaderamente enriquecedor para todos. Nosotras decimos: “En este cuatrimestre tienen que leer estos cinco libros enteros”. Y los leen; yo no dedico mi tiempo a repetirles lo que dice el libro. Entonces la clase se enriquece porque trabajamos siempre mirando para afuera, poniendo en juego la teoría, no desde el lugar de la repetición, sino de la producción. Hay que poner en la calle gente que sea capaz de cambiar la realidad, en un sentido de justicia, de igualdad de oportunidades. Estos chicos tienen que salir de la universidad sabiendo hacer eso, no repitiendo teoría que ya está en los libros, en la web.
Lo mismo aplica para la secundaria y, aunque se habla mucho de innovación, Maggio sostiene que hay que mirar colectivos que sostienen propuestas, no proyectos aislados que no van a terminar modificando el sistema. “Reconozcamos dónde estamos parados; reconozcamos que cambiamos también nosotros, los docentes, ¿por qué seguimos enseñando igual? Si seguimos así los pibes no van a querer estar más en ese sistema.”
—Y ustedes que vienen trabajando en esta línea de la alteración de los tiempos, de generar prácticas atractivas, de codiseñar junto a estudiantes, ¿qué devolución tienen de su parte?
—¿Sabés qué nos dicen? “¡Gracias por movernos el piso!” Lo que necesitan es eso: sentir que lo que piensan vale, que pueden construir ellos nuevas categorías, que pueden intervenir, cambiar la realidad... ¿Para qué la universidad si no?