Pozo del Anta —del municipio tarijeño de Yacuiba, ubicado al sur de Bolivia— se convirtieron en guardianas de su territorio ante los impactos de la crisis climática. Desde 2019, lideran una batalla contra la poca variedad de alimentos y la desertificación de esta región. Lo hacen a través de huertos comunales, pequeños oasis que traen esperanza a familias indígenas.
“Es importante cuidar la tierra para alimentarse adecuadamente, cuidar el monte y la poca agua que tenemos, porque si no nos quedaremos cada vez sin cosecha, sin nada y eso es preocupante”, explica la exMburuvicha (capitana grande) Hilda Vallejos Coímbra.
Ella y otras mujeres de las tres comunidades que forman parte del Territorio Indígena Yaku-igüa, perteneciente a la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG), diversificaron la producción con hortalizas y vegetales, para alimentarse mejor durante la crisis sanitaria por COVID-19. A partir de ello tomaron conciencia de la importancia de proteger la seguridad alimentaria.
Ante el abrupto cambio del clima, las familias de Yaguacua y otras comunidades del sector se vieron afectadas por sequías y heladas, que se dieron con más fuerza en los recientes cinco años.
En ese contexto, las mujeres de este lugar, de Timboy Tiagusú y Pozo del Anta, tomaron las riendas del manejo de las huertas comunitarias, debido a la conexión que tienen aún con su territorio. Algunas asumieron como Mburuvichas (nombre en guaraní que también se da a la capitana grande o primera autoridad de la comunidad) de los huertos comunales, donde lideran el proceso.
Las mujeres de la comunidad Timboy Tiguasú se reúnen en el huerto comunal, donde siembran colectivamente hortalizas y vegetales. Esta labor la hacen desde que comenzó la pandemia de COVID-19. En aquel momento, se dieron cuenta que necesitaban alimentos más nutritivos y decidieron diversificar su dieta.
Las mujeres de la comunidad Yaguacua siembran hortalizas durante los meses de agosto y septiembre. Esta acción permite introducir nutrientes al suelo y generar espacios húmedos. La implementación de los huertos comunales es fundamental para aminorar la extrema sequía y la desertificación.
Las huertas comunales de las tres comunidades son un aporte para resguardar la seguridad alimentaria de unas 700 personas. Todos los miembros de cada comunidad se hacen cargo de manera colectiva de la actividad, pero hay una mayor presencia de mujeres.
En la huerta comunitaria de Yaguacua comenzaron a plantar lechuga, nabo, acelga, cebolla y remolacha para humedecer la tierra. Además, estos cultivos se combinan con la siembra de árboles de limón, pomelo y naranja, con el fin de tener sombra para la plantación de hortalizas y, así, generar microclimas que ayuden a potenciar la producción.
El ingeniero forestal del Centro de Estudios Regionales para el Desarrollo de Tarija (Cerdet), Samuel Flores, recuerda que entre las causas de la crisis climática están la deforestación y el avance de la frontera agrícola y ganadera. “Es un proceso provocado por la acción humana (lo que sucede acá)”, acota.
Esta es una de las realidades que afecta a las comunidades del Chaco, pues la frontera agrícola de soja se amplía cada vez más e incluso bordean las zonas indígenas.
Grandes áreas fueron deforestadas debido a la actividad agrícola en la frontera de Pozo del Anta, donde producen de forma mecanizada maíz y soja. Las que lideran esta actividad son las colonias menonitas, según Flores.
Debido a la deforestación de la zona, muchos riachuelos que suministran agua a las comunidades indígenas se ven cada vez más secos y con poca afluencia. En el lugar se deforesta, además, para abrir caminos con el fin de sacar producción agrícola industrial hacia Santa Cruz.
A la Mburuvicha de la comunidad Yaguacua, Mari Isabel Córdova, le preocupa la sequía que amenaza a su territorio, que repercute en el abandono de las comunidades de parte de los más jóvenes que migran por las pocas posibilidades de sobrevivir a corto y largo plazo.
Una comunaria de Yaguacua riega manualmente un sector de la huerta. Este es un trabajo que deben hacer periódicamente para evitar que lo recién sembrado se pierda debido a los 30°C del lugar.
Los baldes de plástico son la compañía permanente de las comunarias, quienes las llevan casi a todos lados para recibir agua y aprovechar el bombeo, que funciona pocas veces a la semana. Esta tarea depende, además, de que haya gasolina para el motor que la activa.
Si bien esta zona del Chaco se caracteriza por ser seca y con tierras áridas, los impactos del acelerado cambio climático golpean aún más a esta región. Por eso, las guaraníes de estas comunidades aprenden, también, a implementar otros sistemas de recolección de agua, como la cosecha de la poca lluvia que a veces cae por allí y el almacenamiento de este recurso.
A partir de 2019, la comunidad de Timboy Tiguasú usa la “bolsa tanque”, que es un recipiente de lona en el que se recolecta de los pozos y rellena cada semana, aproximadamente, 5.000 litros de agua. Esta bolsa fue facilitada por el Cerdet y el Foro Internacional de Mujeres Indígenas (FIMI).
La dinámica del cuidado de los huertos depende de todas las integrantes, quienes tienen tareas específicas individuales, pero también labores conjuntas cada semana.
Rosabel Villalba Soto, de 33 años, es una de las encargadas del cuidado de las huertas comunitarias de Timboy Tiguasú, donde también se producen calabazas. Este es uno de los productos que tradicionalmente sembraban las comunidades tanto para el autoconsumo como para la venta a pequeña escala.
Muchas mujeres de la comunidad Timboy Tiguasú están a cargo del cuidado de las huertas comunitarias y colocan unos pequeños carteles para dejar una representación de que son parte de este proyecto. El trabajo comunal en las comunidades indígenas es vital en la cultura guaraní.
El maíz es un alimento muy importante para las comunidades Yaku-igüa: no sólo los representa culturalmente, sino que es uno de los principales productos de consumo alimenticio para las familias guaraníes.
Por ello, a la par de la siembra de hortalizas, continúan con la producción de maíz nativo y se resisten a la incorporación de semillas transgénicas de este producto, que en los últimos años ingresó, de manera ilegal, al Chaco boliviano.
Rosa Baldiviezo (36 años), de la comunidad Timboy Tiguasú, posa con su pequeña hija de dos años, en su huerta familiar. Ante la implementación del huerto comunal, muchas familias mencionan que tomaron conciencia en torno a la calidad y diversidad de su alimentación, por eso comenzaron a sembrar en los patios de sus casas.
Recolectar agua es una de sus labores diarias de Hilda Vallejos Coímbra (39 años), agricultora y excapitana de la comunidad Pozo del Anta. Lo hace muchas veces en varios recipientes pequeños de plástico en las horas puntuales en las que se bombea agua durante la semana.
El sueño y la meta de las mujeres de estas comunidades guaraníes del Chaco boliviano es seguir aprendiendo nuevas y mejores formas de alimentar a sus familias, reforzando la unión de su pueblo a través del trabajo colectivo, y así también evitar que se queden vacíos por la migración, y cuidar su territorio frente el avance de la frontera agrícola.
Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que RED/ACCIÓN forma parte. En el caso de este fotoreportaje, este también fue producido con el apoyo de Climate Tracker América Latina. Licencia Creative Commons con mención del autor/es.