1. Emmanuel
De pronto sucede: el cuerpo pasa factura por todo lo que le hicimos vivir. Tal vez una pandemia mundial, tal vez una enfermedad, un trabajo extenuante, una relación difícil. Nos molesta, duele, tira de acá y hace un ruido extraño allá, como un automóvil que está exigiendo un service. Dice, el cuerpo, basta de mil maneras: con contracturas, acidez, insomnio, migrañas. Y mientras el cuerpo dice basta, la cabeza posiblemente sea un hervidero de pensamientos parásitos, rumiando ansiedad, angustia, depresión como una vaca que mastica una y otra vez el mismo pasto seco.
Cuando eso sucede es que surgen las palabras mágicas. Las pronuncian la pareja, los amigos, el médico, la terapeuta, la vecina, el maestro de los hijos.
Yoga, dicen, como si fuera la respuesta a todas las preguntas.
Meditación, dicen, como si cerrando los ojos desaparecieran los problemas del mundo.
Entonces uno, que necesita algo que lo baje a tierra, un poco de calma, un momento de silencio interior, una paz que no encuentra, se compra la colchoneta o se sienta en posición de loto en el suelo duro, respira, porque sabe que lo más importante es respirar: inhalar, exhalar, y espera que la magia haga su parte.
Pero no es tan fácil, por supuesto.
Lo vuelve a intentar y determina: no funciona.
La mente no se calma, el cuerpo sigue dolorido. Y además, ¿qué es meditar? ¿Qué tiene el yoga de diferente a todas las otras actividades físicas? ¿Qué verso místico nos están vendiendo, qué cosa de gurúes y mantras?
Un día, sin embargo, el dueño o la dueña del cuerpo y la mente que no dan más se encuentra con un libro. Un libro que se llama, justamente, Yoga, del escritor francés Emmanuel Carrère, y lee:
"La meditación es todo lo que ocurre interiormente durante el tiempo en que permaneces sentado, inmóvil y en silencio. El aburrimiento es meditación. El dolor en las rodillas, en la espalda, en la nuca, es meditación. Los pensamientos parásitos son meditación. Los gorgoteos en el estómago son meditación. La sensación de que pierdes el tiempo con un rollo de espiritualidad barata es meditación. La llamada telefónica que preparas mentalmente y las ganas de levantarte para contestar es meditación. La resistencia a este impulso es meditación, pero no ceder a él, sin embargo. Es todo. Nada más. Todo lo que hay de más sobra. Si se hace regularmente, diez, veinte minutos, media hora al día, lo que ocurre durante el tiempo en que estás sentado, inmóvil y en silencio cambia. La postura cambia. La respiración cambia. Los pensamientos cambian. Todo cambia porque todo cambia, de todas formas, pero también porque lo observas. En la meditación lo más importante es no hacer nada más que observar. Observar la aparición de los pensamientos, de las emociones, de las sensaciones conscientes. Observas su desaparición. Observas sus pilotes, sus puntos de apoyo, sus líneas de fuga. Observas su tránsito. No te sumas a él, no lo rechazas".
Y entonces descubre que le estaba saliendo bien, que de algún modo extraño cuando se sentó en el piso en posición de loto pensando en las cuentas a pagar, estaba meditando.
Habrá que seguir probando.
"Buscaba relajación y encontré equilibrio en todo sentido".
Yani Muñoz (Instagram)
2. Cynthia
La meditación y el yoga parecen ser dos caras de la misma moneda, vienen juntas, son parte de la misma historia. Tal vez meditar sea la quietud y el yoga el movimiento. El yin y el yang.
Cynthia Sánchez (55) es una obstetra que encontró en el yoga, dice, "la posibilidad de una disciplina que se presenta como práctica del cuerpo pero que permite, a la vez, acceder con más serenidad a observar el estado de la mente". La práctica la llevó a formarse como yogaterapeuta. "Encontré en esta nueva disciplina", explica, "muchas herramientas para la resolución, la observación, la exploración o el reconocimiento de ciertos desequilibrios o desregulaciones psicofísicas que pasamos como humanos. Allí mis maestros y maestras me enseñaron que el cuerpo es la parte más densa de nuestra energía y que desde la práctica física se accede poco a poco a esos otros niveles de consciencia que nos conforman".
Quienes imaginan el yoga como una serie repetida de asanas (cada una de las posturas corporales) hasta el aburrimiento total, se asombrarían con las clases de Cynthia, que incluyen pelotas de distintos tamaños, espaldares y columpios que predisponen al juego y al desafío. Al salir de la clase (esta periodista da fe) la columna parece tener cinco centímetros más, los pulmones reciben más aire y la cabeza se llena de una alegría que se parece mucho al sosiego.
Cynthia trabaja con mujeres embarazadas y durante el posparto, con personas con diferentes patologías (hernias de disco, escoliosis, alteraciones del equilibrio) y personas mayores. Pero además, es una estudiosa del yoga y comparte sus saberes con entusiasmo: "El yoga nace en India como una práctica de los reyes o castas superiores, dirigida a la filosofía. Tenía una base de asanas que surgían de la observación de la naturaleza, de allí sus nombres: ´perro que mira abajo´, ´cobra´, ´árbol´, ´guerrero´, y se divulgaba de manera oral a los elegidos. Hasta que un sabio de nombre Patanjali decide realizar un compendio al que llamamos ´Sutras de Patanjali´, a partir del cual la disciplina yóguica se abre al mundo".
"Patanjali", continúa Cynthia, "nos cuenta que hay un camino de 8 pasos (ashtanga) que conforman la base de la disciplina. Uno de los sutras más bellos y descriptivos de la práctica de yoga nos dice: ´Cuando cesan las fluctuaciones de la mente comienza el estado de Yoga´, yoga como vocablo significa unión y esta unión es entre cuerpo-mente-espíritu”.
Así es como comienzan a surgir las respuestas. Ahora que sabemos esto sobre el yoga, difícilmente podamos comparar su práctica con otras actividades físicas. No hay modo, porque el yoga y la meditación parecen ofrecer algo tan profundo y tan necesario a la vez que llamarlos ejercicios sería casi como faltarles el respeto. ¿Pero esto, entonces, funciona? ¿Cómo funciona?
Cynthia continúa: "El objetivo supremo del practicante, si lo traducimos para nuestra vida diaria es, a través de la práctica de asanas y pranayamas (ejercicios respiratorios), poder enfocar sus sentidos hacia adentro de su piel, llegando a enfocar su mente, concentrarse en el autocuidado y en el cuidado de su comunidad". Y como lo hace Carrère en su libro "Yoga", Cynthia también considera que meditar no es esa cosa superior que solo pueden hacer algunos yoguis. "Meditar no es poner la mente en blanco", dice, "no es descanso, no es sueño. Es, al contrario, un momento muy activo donde toda la energía que ponemos hacia afuera la tenemos que concentrar hacia adentro. La mente obstaculiza (tengo que ir a preparar la comida) y el cuerpo también (me pica la nariz), poco a poco el practicantes se instala en el momento presente para disfrutar, aceptar, fluir en la meditación. Es un proceso, es un camino. Se puede meditar sin hacer yoga, sí, se puede hacer yoga sin meditar, pero es poco probable que suceda de ese modo".
"Buscaba en el yoga hacer deporte, encontré un modo de canalizar sentimientos".
Victoria Cerdán (Instagram)
3. Julieta
Julieta Semerdjian (46) es instructora de Ashtanga Vinyasa Yoga, un estilo dinámico y con un orden de posturas seriadas, que se repiten en cada práctica para lograr una meditación en movimiento. También es apneista, otra disciplina en la cual la respiración lo es todo.
"Siempre tuve la necesidad de hacer alguna actividad física" cuenta Julieta, "practiqué distintos deportes pero nunca me interesó el yoga, lo veía como algo muy tranquilo para mi forma de ser. Hasta que nos separamos con el papá de mis hijas y tuve que afrontar situaciones difíciles y complejas. Justo me invitaron a una clase de yoga, explicándome lo bueno que era para momentos como los que estaba atravesando, y jamás dejé de practicarlo".
"Con el yoga buscaba aquietar mi mente que no paraba un minuto y era realmente mágico lo que sucedía en cada clase. El cuerpo, la mente y la respiración cambiaban luego de cada práctica, lograba ver con más claridad dónde enfocarme y poner mi energía. Subirme al mat (la colchoneta), pensar en la alineación de mi cuerpo y en la inhalación y exhalación en cada postura: solo eso, tan fácil y difícil a la vez. Fluir en el presente. A medida que avanzaba en la serie se abrían espacios que no sabía que existían dentro de mí".
También Julieta, como Cynthia, se conecta con la teoría del yoga y la comparte con sus alumnos de este modo: "Según Patanjali, el gran maestro indio, el yoga es un complejo compuesto de prácticas que nos permiten ver la realidad, quienes o qué somos realmente, separando todo aquello que no somos y que nos confunde, que nos produce dolor, angustia, depresión, en una palabra: sufrimiento".
Julieta sabe de esto. En 2018 falleció su maestro de yoga y a ella le diagnosticaron cáncer de mama. Entonces necesitó profundizar en la disciplina, ir más allá, así llegó al instructorado, incluso cuando su cuerpo no le respondía del todo. Desde la escuela, sin embargo, la animaron: "Es lo mejor que podés hacer para atravesar este momento", le dijeron. "Así fue como una vez más", cuenta ella, "el yoga me ayudó a transitar ese doloroso camino. Entendí que no se practica yoga solo con el cuerpo físico, la respiración es el alma de la práctica, es energía que nos envuelve y nos libera del sufrimiento. La respiración consciente de inhalar, tomar aire, activar el prana; y exhalar, soltar, relajar y liberar tensiones. El aire frío que tomamos del universo, se transforma en cálido cuando sale de nuestras fosas nasales, y vuelve a unirse con el todo".
"Me acerqué a la meditación y el yoga buscando mejorar mi salud pero encontré un modo de vida. Las utilizo para todo".
Fernanda Varela (Twitter)
TAMBIÉN PODÉS LEER
4. Francisco
A veces el yoga y la meditación marean. La cantidad de nombres en sánscrito, la cantidad de maestros, escuelas, filosofías, estilos, modas. A veces hay que adentrarse en estas prácticas como en una selva: cortando las ramas que impiden avanzar.
¿Qué hacer? ¿Qué elegir? ¿Qué es bueno para uno?
Francisco Germán (47), oficinista, parece haber encontrado la respuesta a esa última pregunta. Él practica Chi Kung o Ki Gong, avisa que la traducción del chino puede variar, que es un tipo de meditación relacionada muy estrechamente con las artes marciales y, especialmente, con el Tai Chi.
¿Nos estaremos yendo del tema? Pero es meditación... ¿es meditación? Francisco lo afirma: "Al ser una meditación también se enfoca en la respiración".
Seguimos, entonces.
"A diferencia del yoga (hindú), el zazen (japonés) y otros tipos de meditaciones", explica Francisco, "el chi kung se practica estando parados. Se separan las piernas a un ancho de hombros, se flexionan las rodillas, se adelanta la pelivs, se lleva el centro de gravedad ligeramente sobre los dedos de los pies, la espalda recta como si colgáramos de un hilo en la coronilla, se dejan los ojos semicerrados y se elevan los brazos como si abrazáramos un árbol, habitualmente dejando las palmas de los manos a la altura de la cara, aunque luego esta posición varía según qué efecto se esté buscando".
"Resumiendo", continúa, "es un tipo de meditación que involucra la respiración unida a un concepto de energía, que se practica en una posición específica que al principio hace que sea muy difícil pero que luego da grandes dividendos: el cuerpo se fortalece, se fortalece por la mente que le impide rendirse y abandonar la posición y, a la vez, se fortalece la mente, la determinación y la voluntad. Uno compite contra sí mismo y aprende de su cuerpo que para mantener la posición no es necesario tensar todos los músculos sino algunos muy específicos, lo que lleva a un estado de relajación muy particular. Y en cuanto a la respiración y la energía, acá viene la magia de la meditación chi kung: si estás concentrado en respirar y en ´hacer circular la energía´ tu mente no le presta atención a tu mente. ¡Y eso es lo fantástico!".
"Cuando ya conocés el mecanismo podés practicar chi kung sentado en una sala de espera, en el banco, en una reunión familiar", cuenta Francisco, "o antes de dormir, que es fabuloso porque te baja las revoluciones y te impide pensar en lo que no llegaste a hacer hoy y en lo que debés hacer mañana".
"Medito porque quiero conectarme más conmigo misma y llevar una vida alineada con lo que siento".
Mariana Poklepovich (Instagram).
5. Emmanuel
Funciona.
Eso dicen todos los que practican yoga y/o meditación, y esas son las voces calificadas. Si no funciona, dicen, es porque no encontraste a tu maestro, a quien te guíe del modo en que cada ser lo necesita. Hay que seguir buscando.
Y por supuesto, una disciplina que se centra en la respiración, el cuerpo, la mente y eso que llamamos espíritu difícilmente se parezca a otras actividades físicas, lo cual no la hace ni mejor ni peor, solo distinta.
En su libro Yoga, Emmanuel Carrère escribe algo que tal vez resuma todo lo que puede ofrecer el yoga:
"Dicen que si estuviéramos en una cárcel sería suficiente extender una esterilla de yoga para afirmar una forma de libertad en el espacio asfixiante de una celda".
La libertad de no ser más que uno mismo.
Y luego: "La experiencia de la meditación, cuando es buena, es una manera no condicionada de estar ahí. Estás bien porque estás ahí. Estás bien porque en ninguna parte estás mejor. Habitando ese cuerpo, tranquilamente situado en la frontera de lo que eres tú mismo y lo que no eres, entre el fuera y el dentro, y sintiéndote vivir. No hacer algo: solamente vivir. No es nada extraordinario, es lo contrario, lo ordinario, incluso".
Podés leer este contenido gracias a cientos de lectores que con su apoyo mensual sostienen nuestro periodismo humano ✊. Bancá un periodismo abierto, participativo y constructivo: sumate como miembro co-responsable.