El filósofo francés e influyente pensador dice que si el movimiento permite que el odio apasionado se imponga a la fraternidad genuina y eligen el sabotaje por sobre la reforma, sólo generarán caos, no mejoras, en la vida de la gente humilde y vulnerable.
Desde el momento en que el gobierno francés canceló su planeado aumento del impuesto a los combustibles en respuesta a las protestas masivas, resultó evidente que la medida sería percibida como inadecuada, insignificante y, por sobre todas las cosas, incapaz de tener algún efecto tranquilizador. Honor a quien honor merece: los Chalecos Amarillos dicen ser una expresión del pueblo soberano. Pero ahora tienen una gran responsabilidad.
Por empezar, deben anunciar una suspensión de las manifestaciones y bloqueos durante un período lo suficientemente largo como para aceptar el diálogo propuesto por el primer ministro Édouard Philippe, si no más.
En particular, deberían renunciar al tan promovido “Acto IV” del movimiento el 8 de diciembre, que está fermentando en Facebook desde la noche del sábado y que, según todos esperan, será más violento, destructivo y trágico que los capítulos anteriores. Ha habido suficientes muertes, heridas y daño (incluidos algunos de los monumentos más famosos de París).
Si los Chalecos Amarillos deciden que la máquina que han activado los ha superado, y que ya no pueden frenar el Acto IV, deben prepararse durante las protestas para ayudar a la policía a expulsar a los “camisas pardas” violentos que estarán circulando entre ellos.
Atento a los que no quieren diálogo
Porque los saboteadores de la extrema derecha y de la extrema izquierda sin duda reaparecerán para saquear, aterrorizar y profanar; está en los Chalecos Amarillos decir una vez más, esta vez como si realmente estuvieran convencidos: no en nuestro nombre. Si los Chalecos Amarillos declaran una suspensión o siguen protestando, nada beneficiaría más a su causa que disociarse –decisivamente y sin ambigüedades- de todos los especuladores políticos que sacarían provecho de su miseria.
El elenco de oportunistas es muy conocido. Por un lado está Jean-Luc Mélenchon que, habiendo terminado cuarto en las elecciones presidenciales de 2017 superado por Emmanuel Macron, busca desesperadamente nuevos seguidores.
Luego está François Ruffin, el líder el movimiento anti-austeridad Nuit Debout (Despiertos toda la noche), con sus reclamos antirrepublicanos irresponsables de “¡Macron, renuncie!” Y también está Marine Le Pen, que oscila cómicamente entre enorgullecerse o arrepentirse de su llamado a ocupar los Campos Elíseos el sábado pasado, volviéndose así responsable de lo peor de lo que allí se dijo y se hizo.
Y finalmente están los intelectuales que, como Luc Ferry y Emmanuel Todd, sugieren que tal vez no fue “por casualidad” que a los saboteadores les resultara tan fácil acercarse, asaltar y saquear el Arco de Triunfo. Esa retórica tiende la peor de todas las trampas para un movimiento popular: la trampa del pensamiento conspirativo.
El dilema de los líderes de la protesta
En otras palabras, los Chalecos Amarillos están en una encrucijada. O son lo suficientemente valientes como para parar y tomarse el tiempo necesario para organizarse, siguiendo un camino no muy diferente del propio La République en Marche! de Macron que, en retrospectiva, podría parecer el mellizo que nació antes que los Chalecos Amarillos.
El movimiento de Macron también tenía un ala derecha y un ala izquierda. Y sabía que era un nuevo espacio político, involucrado en un diálogo o inclusive en una confrontación que conduciría a una consideración honesta de la pobreza y el alto costo de vida. Si los Chalecos Amarillos construyen un movimiento que crezca a la altura del de Macron, pueden terminar escribiendo una página en la historia de Francia.
O pueden terminar careciendo de esa valentía y conformándose con el placer insignificante de ser vistos por televisión. Se dejarán conquistar hasta intoxicarse con el espectáculo de las luminarias y los expertos de la France d’en haut (la elite francesa) que parecen comer de su mano y aferrarse a cada una de sus palabras.
Pero si los Chalecos Amarillos permiten que el odio apasionado se imponga a la fraternidad genuina y eligen el sabotaje por sobre la reforma, sólo generarán caos, no mejoras, en la vida de la gente humilde y vulnerable. Se internarán a toda velocidad en el lado más oscuro de la noche política y terminarán en el basurero de la historia, donde podrán codearse con esos otros amarillos, los “Socialistas Amarillos” de comienzos del siglo XX del sindicalista proto-fascista Pierre Biétry.
Los Chalecos Amarillos deben elegir: reinvención democrática o una versión actualizada de las ligas nacional socialistas; voluntad de reparar o afán por destruir. La decisión dependerá de la esencia histórica del movimiento –si sus reflejos son buenos o malos y si, en el análisis final, posee coraje político y moral.
De manera que la pelota está en el terreno de los Chalecos Amarillos. Tienen iniciativa, tanta como Macron. ¿Dirán “Sí, creemos en la democracia republicana?” ¿Y lo dirán en voz alta y clara, sin equívocos? ¿O se ubicarán en la tradición del nihilismo paranoico y contaminarán sus filas con los vándalos políticos que Francia todavía produce en abundancia?
Bernard-Henri Lévy es uno de los fundadores del movimiento “Nuevos filósofos”. Sus libros incluyen Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism, American Vertigo: Traveling America in the Footsteps of Tocqueville, y más recientemente, The Genius of Judaism.
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