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Ritmo y poesía, de eso se trata esta rima/
si no fuera por el Bull no habría rap en la Argentina.
Aunque eso es impreciso, o es más bien una mentira/
la payada nacional no era pura brillantina.
Es el origen criollo, de lo que hoy es un gran business/
que te llena el Luna Park poniendo a pelear los pollos.
Pero no sean lacayos de lo que se diga acá/
la batalla no es de pollos, es de gallos en verdad.
Chicos de la gran ciudad, o también del interior/
la cartera de la dama o el bolsillo del señor.
Para ricos para pobres para el bondi o el avión/
para todos lo que encuentran poesía en el dolor.
Sin trompadas hay insultos, sin maldad hay impiedad/
pero suena la campana y regresa la amistad.
Es la Batalla de Gallos la meca del nuevo rap/
una mezcla de cultura yankee con la nacional.
Se jugó en la Capital el campeonato local/
salió campeón un tal Dozer que irá a la Internacional.
Corto acá con este rap pues yo no soy gladiador/
si me ponen en batalla soy seguro perdedor.
Vuelvo pues al periodismo, otra fascinante tierra
ya me lo indicó el refrán: serviré para otra guerra.
Ahora sí: Batalla de gallos, una crónica sin rima
Llamémosle pitufo entusiasta: es bajito, tiene el pelo pintado de azul, y salta de la butaca con cada acote. ¿Qué es un acote? Una respuesta. La cosa es así: un rapero ataca con su combo de rimas improvisadas y el contrincante, a su turno, le responde a algún agravio en particular con eso: un acote. Acá, un ejemplo mítico salido de El Quinto Escalón, uno de los ciclos de batallas de rap más famosos de nuestro país. El que hace el acote sería el que responde. Mire
Volvamos a nuestro pitufo entusiasta. Con cada acote, decíamos, desespera. Está en el Luna Park un sábado a la noche, el último, por caso. Lo acompañaron sus hermanos mayores y un amigo. Cada vez que alguien tira un buen punchline (una línea de ataque simple, no de defensa), nuestro protagonista mueve la mano derecha al lado de su cara como si le quemaran los dedos. “Uhhhhhh”, grita.
El gesto no es solo suyo, casi todos los habitués comparten las maniobras de festejo. Cuando arranca una batalla, los MC (los raperos que suben al escenario), suelen pedir al público que levanten los brazos. La música marca el ritmo. Los MC (¿maestro de ceremonia? ¿microphone?, el origen es múltiple), lanzan sonidos que podrían traducirse acá como “yo’... yo’, yo’, yo’”, o como “yeh’... ye’, ye’, ye’, yeh’”. La gente levanta los brazos, comienza el ritual.
El ritual es, rebobinemos, la batalla. La batalla es, rebobinemos más, un desafío de freestyle. El freestyle es, sigamos, una forma del rap. El rap es, finalmente, la rama musical del hip hop. Diremos entonces que el hip hop es una cultura que puede ser expresada por medio del baile, el grafiti, el beatbox o el rap.
Entra pues a escena la Batalla de Gallos. Organizada por la marca de bebidas energéticas Red Bull a nivel mundial, es la versión mainstream dentro de una cultura que se llama a sí misma underground. Y es la responsable, entre otras cosas, de que hoy no sea solo un fenómeno de clase. Todo lo contrario: quienes siguen la Batalla de Gallos tanto en vivo como desde sus casas por streaming son de todas las clases sociales.
Y no solo se limitan a mirar: también practican el freestyle en sus escuelas. En los colegios más caros de zona norte y en cada escuela pública de Capital, del Conurbano bonaerense y de las demás provincias.
Si bien el rap surgió originalmente entre la clase marginal norteamericana (8 Mile, la película de Eminem, es una referencia ineludible), hoy ya no solo es un medio de expresión para los que menos tienen sino también para los que más.
Pero la poética de los competidores sí está ligada íntimamente con la carencia. Arriba del escenario casi todos hacen referencia permanente a sus orígenes, su experiencia en la calle o en las plazas, y sus valores. Haber sufrido (o saber vender haber sufrido) es un valor fundamental a la hora de presentarse a batallar. Por supuesto, ser "cheto" es un disvalor, tener plata una desventaja, y no viajar en transporte público una ofensa imperdonable.
Desde el público, no importe quién mire, todos adhieren a la misa. El salmo es uno y se festeja sin importar la historia de cada quien. Bien mirado, es una forma de contrapeso.
Solo algunos se mantienen completamente al margen de la masa. “¿Papá, te parece bien que sea yo la que te dice que esto es demasiado y que mejor nos vamos?”, dice una nena que tiene entre 6 y 8 años. Es pelirroja y hasta hace un rato miraba una de las batallas desde los hombros de su padre, que se muestra más entusiasmado que ella. “¡Dicen todas las palabras que nunca nos dejan decir a nosotras, mamá!”, reclama la hermana más chica, como indignada.
Son una de las tantas postales familiares que se ven en la Batalla de Gallos. El cuadro representa que el freestyle no es solo cosa de chicos sino también de grandes, adultos que llegaron tarde a una moda pero no quieren quedarse fuera.
El pitufo, que tendrá unos 12 años, se espanta menos con los insultos. En cambio, los festeja. Un nene de unos siete mira sin que se le escape una sola expresión. Lo mismo hace uno de los guardias del Luna Park.
No dice su nombre pero cuenta que trabaja de seguridad en eventos de todo tipo. Contra lo que uno esperaría, para él las Batallas de Gallos son de lo más tranquilas. “Son todos pibitos buenos”, dice, “hay mucho insulto pero son pura palabra. Todos respetan su lugar, tratan de no taparse entre ellos y si les doy una indicación por algo en particular piden perdón. Hay malas palabras pero no hay violencia”, concluye.
Algo parecido dice uno de los adolescentes que mira desde el codo izquierdo del Luna Park. “Los que no conocen dicen que es bullying porque en las batallas se apela mucho a los defectos del contrincante, pero termina y se dan un abrazo. Son solo insultos deportivos. Además es sanador: ¿una vez que cantan tus defectos delante de cientos o miles de personas qué mal te puede hacer que alguien te haga una burla en clase?”.
El pitufo no nos habla, pero parece adherir. Todo lo que hace, exagerado o no, es un rasgo de su alegría. La felicidad y el ridículo son dos chicos que se ponen de novios en el primario, se separan en la adolescencia y vuelven a encontrarse ya viudos de tantas otras cosas.
La Batalla de Gallos sigue hasta su final. En el último momento, Dozer se enfrentará con Stuart, que vino desde Rosario. No va a ser una final reñida. Sobre el último round, Dozer se consagrará campeón. Su próxima parada será representar al país en la Batalla de Gallos internacional, que este año es en Buenos Aires. Lo hará junto a Wos, algo así como el Pope del momento en el freestyle. “Con mis amigas llegamos a la conclusión de que Wos es el pibe que más va a coger en los próximos cinco años”, dice Julieta, una amiga que conoce del tema.
El mismo Wos, que fue jurado en la competencia porque ya estaba clasificado de antemano para la Internacional, dice a RED/ACCIÓN: “Estoy contento porque se volvió a llenar un Luna Park, y teniendo en cuenta la situación del país no es menor. Fue una nacional un poco loca porque hubo un recambio. Faltaron algunas figuras por distintos motivos pero entraron muchos pibes nuevos que lo hicieron muy bien”.
Con uno de esos pibes levantando el cinturón de campeón termina la noche. Ya volaron los insultos, ahora vuelan papelitos. El nombre Dozer entra en la historia reciente del freestyle. Los chicos de todos los barrios se van prolijos por las salidas del Luna. Algo de excitación ronda el ambiente. Mientras esperen el taxi, el colectivo o el uber, por la noche de Buenos Aires comenzarán a fluir los acotes. Y alguien dirá, diciendo quién sabe qué: ye... ye, ye ye, ye.
Ritmo y poesía, repasemos nuestros pasos/
si no fuera por el Bull no habría batalla de gallos.
Pero igual habría rap en las flores y en los tallos
desde el Parque Rivadavia hasta la Plaza de Mayo