En los más de 4400 barrios populares de la Argentina, los vecinos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para permanecer en sus casas las últimas tres semanas. Muchos de ellos viven en condiciones de hacinamiento, no cuentan con servicios básicos y no tienen ahorros.
A la vulnerabilidad socioeconómica, se le suma la ansiedad y la preocupación por su salud. Muchos no pueden distraerse navegando por la web porque no tienen Internet, a los niños y niñas se les complica hacer la tarea y el delivery no llega a sus casas.
Todos tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero algunas comunidades tendrán que afrontar un costo mayor y eso es consecuencia de la desigualdad.
Ante esta coyuntura, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación reforzó la asistencia alimentaria a comedores escolares y comunitarios: la demanda de alimentos pasó de 8 millones a 11 millones de personas desde que comenzó el aislamiento. Además, se impulsaron medidas para garantizarles ingresos de los más vulnerables.
Esas medidas son un alivio, pero por si solas resultan insuficientes. “Hay que valorar ciertos trabajos que el mercado no valora: sin las organizaciones sociales de base, la comida no hubiese llegado a muchos lugares. Ahí estamos armando canastos de comida, incorporando carne y verdura. Compramos muchos alimentos con fondos de muchos donantes privados. Si el mundo se unió contra el virus, se puede unir también contra la pobreza”, enfatiza Martín Ferreira, presidente de la asociación civil SonRisas, ubicada en el partido bonaerense de Esteban Echeverría.
Respecto a las medidas, la investigadora responsable del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina (UCA), Ianina Tuñon, considera que es muy importante pensar en el día después al aislamiento social. Dice: “Los datos de pobreza que se publicaron la semana pasada ya quedaron viejos. Estamos en una Argentina más pobre, mucho más desigual y con un futuro inmediato muy incierto”.
Sobrevivir al aislamiento en villas y asentamientos porteños
Una de las primeras medidas que adoptó el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad en barrios populares para prevenir el coronavirus fue hacer una campaña de información.
A partir de la tercera semana de marzo se repartieron folletos modalidad “bajo puerta” (para evitar contacto entre las personas) con información sobre el virus y su prevención. A través de grupos de WhatsApp, a cargo de los referentes de cooperativas barriales y las juntas vecinales, se les informó a todos los vecinos cómo prevenir el contagio.
En estos días, en la Villa 31, en Retiro, se pueden ver pasacalles con mensajes de concientización y los ruidos habituales fueron reemplazados por el de promotores que informan con altoparlantes las medidas de prevención.
Las plazas y canchas deportivas están vacías. Gran parte de los comercios están cerrados y los almacenes, verdulerías y carnicerías abren hasta media tarde. Pero el Gobierno le pidió a las cooperativas que realizan el servicio de limpieza en el barrio que continuaran con sus tareas, entendiendo que son fundamentales para prevenir el coronavirus y también el dengue.
“Estamos viendo que muchos vecinos reconocen el trabajo de las cooperativas en las redes y también en persona, por ejemplo, dejándoles mensajes de apoyo junto a las bolsas de residuos”, dicen desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat.
La Villa 31 es uno de los principales asentamientos informales de la Ciudad. Ahí viven más de 40.000 personas.
“Se tomó conciencia de que hay que quedarse en casa para cuidarse uno y a los demás, pero también enfrentamos la cuestión económica, que nos afecta mucho”, dice Carmen Villafañe, vecina y colaboradora de la Fundación El Pobre de Asís. Y agrega: “En el barrio, los comedores, merenderos, parroquias intentan coordinar horarios para que la gente no se amontone afuera. Algunos dejan los tuppers y después lo vienen a buscar. Otro tema es que muchas familias no tienen efectivo para comprar para varios días, por eso tienen que salir varias veces al almacén”.
Otro tema que señala Villafañe es que muchas familias viven en habitaciones alquiladas, que son chicas. “Cuesta la convivencia en lugares chicos con tanta familia”, dice.
La Encuesta de la Deuda Social Argentina, a finales del año 2019, estimaba que dos de cada diez niños argentinos entre 0 y 17 años, vivía en condiciones de hacinamiento, y una proporción similar compartía cama o colchón para dormir.
El Instituto de la Vivienda y la Secretaria de Integración Social y Urbana decidió la suspensión del pago de las cuotas vencidas y las cuotas de abril y mayo del 2020, correspondientes a los planes de pago a cargo de los beneficiarios de viviendas sociales, como así también de sus respectivos intereses.
Esta medida alcanza a 16.000 familias que viven en los barrios porteños Lacarra, San Antonio, Mundo Grúa, Valparaíso, Papa Francisco, Osvaldo Cruz, Padre Grote, Playón de Chacarita, Rodrigo Bueno y 31.
Mantener a los chicos y chicas en casa no suele ser fácil. “Los nenes están acostumbrados a ir a la cancha, la plaza o jugar en el pasillo de su casa. De un día para otro tuvimos que tenerles encerrados. Ellos empiezan a ponerse mal, demandar tiempo, y quieren salir. No tenemos juegos recreativos para estos niños porque nadie estaba preparado para esto. Además, a muchos se les complica hacer la tarea porque no tienen Internet”, explica Villafañe.
Según Tuñon, la desigualdad más complicada es la educativa: hay una parte de los niños, adolescentes y jóvenes que están en las aulas a través de clases virtuales, pero muchos otros no”.
Además, la investigadora comenta: “Los sectores vulnerables antes de pensar cómo comparten tiempo de calidad con sus hijos tienen la premura de cómo van a acceder a los alimentos o cómo van a pagar sus cuentas”.
Tanto para niños como adultos, la conectividad juega un rol central para la comunicación, al acceso a la información, la cultura y la participación en múltiples redes. Este aspecto cobra aún mayor importancia en el contexto del aislamiento social preventivo y obligatorio.
Para el año 2019, según los datos de la Encuesta de la Deuda Social, el 13% de los hogares no accedía a ningún tipo de conexión a Internet, ya sea fija en la vivienda o a través de dispositivos móviles. Esta cifra alcanzaba al 23% de los hogares de los estratos marginales. Por ejemplo, acceder a la cuenta de banco por Internet facilitaría el pago de impuestos y servicios y les ahorraría hacer filas innecesarias.
La semana pasada, se anunciaron nuevas medidas para proteger adultos mayores de barrios populares. Una red de promotores barriales se van a poner en contacto con aquellos que viven solos o acompañados de otro adulto mayor para que cada día les llegue la comida, remedios y elementos de higiene.
Para aquellos que viven con sus familias pero por condiciones de la vivienda no pueden realizar el distanciamiento en sus casas, se van a crear dispositivos comunitarios para alojarlos. Se van a acondicionar parroquias, centros barriales, clubes, geriátricos, hoteles, en los cuales va a haber personas de la propia comunidad y profesionales que van a estar al cuidado de ellos. En la Ciudad habrá 28 lugares donde los adultos mayores podrán seguir con el distanciamiento social.
El cura Lorenzo de Vedia, conocido como Padre “Toto”, conduce la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé de la Villa 21-24, asentamiento que se ubica entre los barrios de Barracas y Nueva Pompeya, y en el que viven más de 50.000 personas. Dice: “Me preocupa que el coronavirus empiece a correr en la villa. Acá, decimos quedate en tu casa, quedate en el barrio. Estamos abriendo casas de aislamiento para que la gente que se le complica hacer cuarentena en su casa lo haga en las capillas y los colegios nuestros. Nos estamos organizando para llevar el tupper con comida a los abuelitos del barrio.Tomamos medidas de prevención para que cuando haya casos acá no sea tan traumático”
Alicia Román es una vecina de 34 años de la villa 21-24. Ella vive con su marido y sus dos hijos, de 12 y cuatro años. “Nosotros intentamos no salir, a menos que tengamos que comprar algo. Tengo vecinos que no salen para nada y otros que no se lo toman tan enserio. El jueves pasado fui a retirar los bolsos de alimentos a la escuela de los chicos y había un montón de gente. Yo trataba de tomar distancia, pero era difícil”, cuenta.
Román trabaja en el Centro de Primera Infancia “Floreciendo”, pero ahora permanece cerrado. El viernes abrieron un rato para entregar mercadería a los padres de los chicos que asisten al centro. “Somos seis personas que nos turnamos para hacer las entregas”, dice.
Provincia de Buenos Aires: la incertidumbre de no saber cuándo volverán a trabajar
Puerta de Hierro es uno de los lugares más pobres de La Matanza. Allí se instaló un campamento base del Ejercito Argentino para repartir 1500 raciones diarias de comida.
Además, la Parroquia San José, que está a cargo del Nicolás Angelotti, conocido como “Padre Tano”, entrega 5000 raciones diarias en sus cuatro comedores de día y de noche y está albergando a más de 350 personas entre las que se encuentran familias, adultos mayores y personas en situación de consumo.
Allí chicos y chicas en recuperación decidieron hacerse cargo de cuidar a los adultos mayores y trasladar mercadería. “Se volvieron los más fuertes, cuando parecían los más débiles”, dice el Padre Tano. Agrega: “Estamos angustiados, pero mucho más organizados”.
Desde la parroquia cuentan que la presencia del ejército se recibió con aplausos. “El hambre no negocia y no tiene ideología. Cuando alguien viene a paliar el hambre se lo recibe con los brazos abiertos”.
Los tres centros sociales de SonRisas, ubicados en Esteban Echeverría, están cerrados, salvo los viernes, que se entregan los alimentos. “Para ello tenemos permisos gestionados para quienes trabajan en SonRisas, permisos para algunas familias que viven un poco más lejos y no las dejaban subir a los colectivos, y cumplimos todas las medidas de prevención que se indican (barbijo, distancia, lavado de manos, desinfección de todos los espacios). Mucha gente del barrio se ofrece a venir a colaborar a SonRisas. Se nota que quieren volver a los centros, pero también contribuir con la sociedad, y tener alguna excusa real para salir de la casa”, explica Ferreira.
Entre la comunidad de SonRisas, no hubo casos de coronavirus, pero si casos de dengue.
Muchos de los chicos que asisten a apoyo escolar en los centros siguen en contacto con sus docentes a través de WhatsApp. Así los acompañan con las tareas que les envían desde la escuela. Los voluntarios también ayudaron por este medio a los adultos a tramitar el Ingreso Familiar de Emergencia.
Araceli Ledesma es vecina y referente en el barrio Luis Lagomarsino o Maquinista F. Savio, en el partido de Pilar. Ella vive con su esposo, dos hijos y dos nietos. Dice: “A medida que pasan los días nos vamos tranquilizando y baja un poco la ansiedad. Le buscamos la vuelta, Pero las primeras semanas fueron muy tensas”.
La atención psicológica y la contención suelen ser importantes ante una situación de aislamiento. No contar con espacios para conversar sobre esto hace más difícil transitar un evento altamente estresante y dinámico.
Araceli tiene dos trabajos: es promotora de integración sociourbana en el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP) y asesora barrial de TECHO. Su esposo es albañil. “Hasta el momento, él no se atrevió a preguntar si iba a cobrar el mismo sueldo. En el barrio hay mucha incertidumbre sobre lo que se va a cobrar”, cuenta.
El nieto de Araceli, de seis años, se mostraba muy enojado los primeros días por no poder ver a sus amigos. “Tengo la suerte de tener patio y jugamos mucho al basquet y al fútbol”, comenta.
Araceli cuenta que muchos hábitos cambiaron en estas semanas: se acuestan más tarde y se levantan más tarde; los domingos ya no pueden ir a la iglesia, pero sigue siendo un día especial para ellos; y empezaron a aplaudir en el patio por las enfermeras. Todos los días a las 21 se escucha la sirena de los bomberos.
En el interior del país crece la necesidad de acceder a alimentos
Tras ser consultada, espontáneamente, Ledesma compartió algunas preguntas que le hice a un grupo de vecinos de barrios populares del interior del país.
Sandra Soledad Vallejos, vecina del barrio Belén, de Posadas, en Misiones, cuenta que allí la cuarentena se respeta, pero están muy preocupados por el tiempo que esto pueda extenderse. “Aumentó la cantidad de gente que asiste a los comedores y merenderos. Y es difícil mantener la distancia social. Nos encontramos con filas largas para ir al cajero o el supermercado. Es grande la desesperación”, dice.
Dina Guaymas, del barrio Tinkunaku, de Salta, comentó: “Estamos enfrentando un momento gravísimo no solo por el COVID-19, sino también por el dengue que azota en el norte. Y murieron más niños de la comunidad wichi. Además, la lluvia complica a los que viven a orillas de ríos. Esta cuarentena la estamos viviendo de mal a peor. Cerraron algunos comedores por falta de insumos. Ni la asignación ni la tarjeta Alimentar abastece a las familias”.
Las iniciativas que permiten ayudar a las familias más necesitadas
La Red Argentina de Bancos de Alimentos trabajan con más de 3.400 comedores y organizaciones comunitarias de todo el país, que asisten a más de 490.000 personas en situación de vulnerabilidad social.
En este contexto, los Bancos de Alimentos vieron sus operaciones fuertemente afectadas; principalmente por la suspensión de las actividades de voluntariado. De todas formas, los bancos están adaptando sus operaciones: implementando nuevos protocolos de seguridad e higiene, modificando y adaptando sus procesos de retiro y entrega de alimentos, y gestionando donaciones para seguir colaborando con los miles de comedores que continúan ofreciendo viandas o bolsones de alimentos a las familias.
TECHO lanzó una campaña de emergencia para recaudar fondos que contribuyan a disminuir la vulnerabilidad de los asentamientos frente a la crisis del COVID-19. Lo recaudado será destinado a la compra de alimentos y productos esenciales para las zonas más afectadas. Luego, se van a financiar proyectos vinculados al acceso al agua cuando se retome el trabajo en los territorios.
El sacerdote jesuita y presidente del Centro de Investigación y Acción Social Rodrigo Zarazaga participa de la iniciativa Seamos Uno, que tiene como objetivo entregar un millón de cajas con alimentos y elementos sanitarios, que serán distribuidas en los sectores más vulnerables de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en Provincia de Buenos Aires.
“Tenemos que evitar que la necesidad se transforme en desesperación porque eso nos conduce al abismo. Por eso creamos Seamos Uno, donde el hambre de uno nos duele a todos. El emprendedor o vendedor ambulante que no sale de su casa nos está cuidando y nosotros también tenemos que cuidarlos a ellos”, dice Zarazaga.