Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Ansiedad, insomnio, depresión, ataques de pánico, angustia, estrés, problemas para dormir, son algunas de la causas más frecuentes por las que las personas recurren a psicofármacos: medicamentos que se venden con o sin receta en cualquier farmacia y que a veces se consumen de manera rutinaria sin un diagnóstico o tratamiento que los justifique.
Si los ansiolíticos, relajantes y sedantes elaborados con drogas legales como clonazepam forman parte de la dieta diaria de muchos argentinos y argentinas (sin tener en cuenta que su mal uso y abuso puede causar efectos perniciosos para la salud), nos preguntamos qué está pasando con el consumo de estos medicamentos en la cuarentena, que, naturalmente aumenta en buena parte de la población la ansiedad, el miedo, la angustia y el estrés.
Indagamos entre nuestros seguidores, a través de Instagram, y esto fue lo que nos respondieron:
- De las más de 1300 personas que participaron de la encuesta, solo el 11% afirmó que consumía algún medicamento para controlar la ansiedad en su vida cotidiana, antes de la cuarentena.
- El 80% señaló que los consumía sin receta médica.
- El 18% aseguró que su consumo había aumentado durante la cuarentena.
“Se consume más por el hecho de estar adentro”, “por aburrimiento”, “porque se me despertaron síntomas de ataques de pánico y ansiedad”, “porque vivo en un edificio sin terraza ni áreas comunes y estar todo el tiempo encerrada es desesperante”. “Empecé a tomar antes de la cuarentena porque veía venir el colapso del sistema de salud”, “porque no estoy recibiendo atención por parte de mi psicólogo”, “porque simplemente ya es habitual consumirlos todos los días”. “Porque el encierro me mata”, “porque tengo mucho tiempo libre, pienso demasiado, me siento sola y encerrada”. Esos fueron algunos de los argumentos de los y las usuarias de esta red social.
Claro que los síntomas que puede generar el encierro y el aislamiento social obligatorio justifica el consumo en aquellas personas con tratamiento previo y en otras muchas a quienes esta situación pudo haber llevado a desencadenar problemas. El riesgo es consumirlos sin la correcta prescripción de medicamento y dosis.
“La venta de psicofármacos se disparó fuertemente, un 20%. Tenemos medido 34 millones de unidades solo en el trimestre enero-marzo. Si tenemos en cuenta que el 2019 finalizó con 132 millones de unidades distribuidas se proyecta que este año, como mínimo, se vendan 4 millones más”, dice Marcelo Peretta, secretario General del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos (SAFYB).
Peretta, que también es farmacéutico y tiene máster y doctorado en las áreas de Farmacia y Bioquímica, asegura que las tres drogas que más se dispararon fueron clonazepam, lorazepam, y zopiclona: “La primera para los ataques de pánico, la segunda para los ataques de ansiedad, y la tercera para el insomnio”.
“Junto a esto —agrega— se produjo un aumento de consultas por ataques de pánico, fobias, insomnio, ansiedad y depresión, que son las habitualmente vinculadas a estos medicamentos, que ahora, con la receta digital, el médico puede prescribir por WhatsApp”.
Pero algunos profesionales de la salud no están atendiendo siquiera consultas online ni telefónicas, lo que hace que los pacientes que estaban en tratamiento o a los que se les despertaron síntomas en la cuarentena se automediquen.
Como Natalia. Hace un año y medio fue a hacerse un análisis de rutina. Cuando retiró el resultado le dieron, por error, el de otra persona. Como es técnica en auditoría médica sabe leer perfectamente informes de laboratorio. Lo que encontró en el estudio que recibió era tajante: decía que tenía leucemia.
“Empecé a tener ataques de pánico y un miedo a morir incontrolable. Comencé con arritmias cardíacas por el estrés, y eso podía desencadenar algo peor. Entonces empezaron a medicarme con Tranquinal, que es ansiolítico. Yo no quería saber nada porque pensé que estaría hecha un zombie o fuera de mí misma, pero nada que ver. Con tratamiento psicológico y psiquiátrico logré superarlo, al punto que me habían sacado la medicación hace medio año. Pero cuando se desencadenó todo esto, los ataques de pánico volvieron”.
Natalia se mudó con sus padres hace un año porque son jubilados y necesitaban su ayuda económica, y como es personal de salud tiene que ir a su trabajo todos los días. El miedo de contagiar a su familia, que son mayores, “es una carga enorme”, dice.
“Empecé a tener taquicardias de nuevo y la sensación de que me voy a morir de un segundo a otro. Ni mi psicólogo ni mi psiquiatra están atendiendo, no pude comunicarme con ellos y lamentablemente tuve que volver a medicarme sola”.
A Natalia la volvió a enfermar el miedo que le genera tener que salir a trabajar en esta situación, pero a muchas otras personas, a la inversa, lo que les despertó o agravó los síntomas es el encierro.
Como a Vera, que había empezado a tomar clonazepam pocos antes de que el coronavirus llegara a nuestro país.
“Soy una persona muy inquieta, tanto física como mentalmente, suelo correr todos los días, aunque sea 5 kilómetros y, laboralmente, siempre tengo mucha carga. Trabajo en el área de finanzas y estudio Producción de Medios que es una carrera que te mantiene activa todo el tiempo. En enero y febrero, al no tener la facultad porque estábamos de vacaciones, lo único que hacía era correr y trabajar. Entonces me empecé a sentir como sofocada y con mucha ansiedad y la psicóloga, a la cual iba cada 15 días, me empezó a ver una vez por semana y me derivó a un psiquiatra que me medicó”.
Cuando empezó la cuarentena, Vera tenía que empezar nuevamente la facultad, aunque la cursada pasó a tener modalidad virtual, asegura que volver a concentrarse en eso le calmó un poco la ansiedad, pero el no poder salir a hacer actividad física le afecta mucho. Para tratar de canalizar esa energía recurre a clases online y hace, por recomendación de sus terapeurtas, yoga y ejercicios de meditación que la ayudan a relajarse con música, baños con aromatizantes y otros recursos que utiliza la medicina alternativa para bajar la ansiedad. Y además, claro, toma el fármaco mañana, tarde y noche.
Si bien la dosis que tomaba antes de la cuarentena no varió demasiado desde que empezó el aislamiento, el psiquiatra le recomendó que en los momentos en que los síntomas fuesen más fuertes, que en su caso ocurre durante la mañana y la noche, las aumente un poco. “Yo lo tomo en forma de gotas, si a la mañana me tomaba 3 gotas, ahora puedo tomar 3 más. Eso lo voy regulando yo. Sin pasarme de las 20 gotas porque es una dosis un poco alta. Y a la mañana, tomar tantas, es como que te deja dormido, más aún si estás haciendo teletrabajo, como es mi caso. Entonces, en los momentos en los que siento que más colapso sí me permitieron aumentar la dosis”.
Marcelo Peretta respalda lo que cuenta Vera: “El encierro, enferma —asegura— particularmente en Capital Federal y los grandes centros urbanos, donde las personas viven en propiedades de 50 o 60 metros. Y se termina sobrecargando el sistema de salud por otros tipos de enfermedades”.
El farmacéutico sostiene que, en estos casos, “no hay abuso, hay uso ampliado absolutamente justificado”. Y aunque reconoce que, en la Argentina, los psicofármacos son de fácil acceso, destaca que en el contexto de la pandemia no ven la sobremedicación que generalmente, desde el sindicato del que es funcionario, intentan denunciar: “Inevitablemente la cuarentena dispara nuevas enfermedades al no poder salir, estar al sol y hacer actividad física, que es lo que más te aleja de los psicofármacos. La noticia es que hoy la gente se enferma realmente y lo que toma está bastante bien justificado. Es totalmente distinto al planteo que hacemos habitualmente respecto a esto”, dice.
A María Jesús, chilena, también le diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizado poco antes de que el coronavirus invada Latinoamérica.
“A finales de febrero empecé a sentir muchos síntomas que nunca había sentido. Hablaba y daba vuelta las sílabas, caminaba y era como caminar en las nubes, me mareaba, no dormía nada, me subía la presión, me daba taquicardia. Me hice todos los exámenes médicos habidos y por haber y estaban bien, todos. No había nada irregular. Entonces fui, justo una semana antes de que empezara a complicarse el tema en Chile, al especialista y me dieron clotiazepam, de 5 miligramos, una vez al día; paroxetina, que es antidepresivo, 20 miligramos; y neurexan, un medicamento homeopático que ayuda en el tratamiento de trastornos del sueño”.
Los médicos le dijeron que probablemente tenía este trastorno desde pequeña, pero que hasta ahora había tenido las herramientas para superarlo y controlarlo. María Jesús cuenta que el estallido social de Chile en octubre pasado, seguido por una muerte en su familia y varios conflictos que esa pérdida desencadenó hicieron que sus estrategias de barrera no sirvieran más. Apenas comenzó a tomar los psicofármacos llegó el coronavirus.
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“Yo no sé qué pasaría si no estuviera tomando los medicamentos. Hay días que estoy muy mal. Yo estoy haciendo autocuarentena porque trabajo en un colegio y están cerrados, que es lo único legalmente aceptado porque el gobierno de Chile no está haciendo las cosas bien, ya van más de 3300 contagiados y no hay cuarentena obligatoria, la gente anda por la calle como si nada, las medidas que están tomando no son las adecuadas, entonces es sumamente angustiante. Cuando tengo que salir a comprar cosas, a pesar de que tomo todas las medidas, siento que el bicho está en todos lados y me angustio”.
María Jesús dice que su estrategia para calmarse es vivir el día a día, no pensar ni en el futuro ni en el pasado y que estar encerrada en su casa no le molesta, pero que la limpió tanto que le salió dermatitis en la piel: “Me fui al otro extremo, pero también tiene relación con el trastorno”, asegura.
El insomnio y los problemas de sueño son otras de las consecuencias que ha desencadenado la cuarentena como efecto de la ansiedad pero también de los cambios de hábitos, rutinas y horarios.
El doctor Daniel Perez Chada, jefe del Servicio de Neumonología del Hospital Universitario Austral y director de la Diplomatura en Sueño de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral, explica que “lo que produce esta cuarentena son dos efectos distintos: uno es en la comunidad en general, donde hay desorden de los hábitos de sueño porque mantener las rutinas es muy complejo —es muy difícil que si vos no tenés que ir a trabajar te duermas a las 12 de la noche y te despiertes 6.30. En general, la gente tiende a prolongar más el día y a despertarse más tarde—. El otro es el hecho de estar en la casa todo el tiempo, lo que hace que algún grupo de personas tienda a hacer siestas a lo largo del día”.
En cuanto al uso de psicofármacos para conciliar el sueño, señala que “están indicados en los casos de insomnio agudo y durante un breve período, no en un tratamiento prolongado” y que hay que tomar muchas precauciones respecto a su recomendación para personas mayores porque el consumo “puede volverlos más torpes, con menos movimientos coordinados, y si se levantan a la noche para ir al baño pueden tener una caída”. En síntesis, el especialista en sueño desaconseja fuertemente el uso de psicofármacos cuando no hay un motivo que realmente lo justifique. “Es un tema bastante complejo indicar psicofármacos alegremente a personas sin una indicación o un diagnóstico claro”, concluye.