Estudié Comunicación Social, y al día siguiente de dar el último examen salí a buscar el resto de mi vida. Con algo de ropa y muchas agallas, me mudé al ombligo del país. Trabajé en una agencia de comunicación que tenía contratos con grandes empresas; di clases de hebreo y de historia; hice radio; trabajé como periodista en el Ministerio de Cultura de la Nación donde conté historias tan variadas como la idiosincrasia argentina.
Para convertirme en licenciada hice una investigación sobre historias de amor en la militancia, las cárceles y los centros clandestinos de la última dictadura militar que me apasionó. Con el proyecto de continuar ese trabajo gané una beca doctoral del CONICET. La devolví. Las reglas indicaban que era excluyente respecto a cualquier otro trabajo; yo quería ser periodista. Hice talleres de crónicas y perfiles con grandes referentes del género en los que redescubrí la no ficción: ese matrimonio perfecto entre periodismo y literatura. Y me enamoré para siempre.
Cursé la Especialización en Periodismo Narrativo coordinada por Leila Guerriero. También la Maestría en Comunicación y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de La Plata. En 2017 quedé nominada al Premio Gabriel García Márquez de Periodismo. Mi crónica titulada “Alberto Camps y Rosa María Pargas: una historia de amor”, que narra los devenires de dos militantes desaparecidos en la última dictadura, fue elegida por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) como una de las diez mejores de Iberoamérica. A raíz de esto fui invitada a colaborar con el sitio Ética Segura, Red de Ética y Periodismo de la FNPI. También escribí para varios medios nacionales e internacionales. Mis textos fueron publicados en Gatopardo, Vice, Cosecha Roja, Tiempo Argentino, Presentes.
Siempre quise cambiar el mundo. Siempre pensé que el periodismo era una herramienta para hacerlo. Por eso vivo al asecho de buenas historias. Devoro textos, recurro a nuevos y viejos autores que me punzan, que me inspiran, que me muestran una y otra vez lo que siempre supe que quería hacer. Porque, desde el principio, mi relación con las palabras fue como con los chocolates: intensa y ambiciosa. Hablo mucho. Escribo mucho. Leo mucho. Siempre quiero un poco más.