Carlos Castaneda, la profecía maya, el temible año 2012 y un grupo de personas que encontró en Ramón Gustavo Castillo Gaete, al líder espiritual, al hombre que los ayudaría a salvar al mundo y a ellos mismos. Fue en Chile, un poco antes de la fecha señalada para el final del mundo, 21 de diciembre de 2012, cuando todo aquello leudó hasta convertirse en la secta que hizo un sacrificio humano: quemó vivo a un bebé recién nacido.
Esa es la historia que cuenta “Antares de la luz: la secta del fin del mundo”, el documental que estrenó Netflix, dirigido por Santiago Correa. Es una historia real, impactante aunque ninguna de las voces que aparecen en el material (y aparecen casi todos los involucrados) se encargue de subrayar lo que de por si es escalofriante. Lo que se ve y se escuchan son las voces de quienes estuvieron atrapados en ese delirio, de quienes los investigaron y juzgaron y de quienes intentan entender por qué y cómo llegaron a ese horror.
El documental toma como hilo conductor el relato de Pablo Undurraga, segundo en la línea de mando de la secta Colliguay, que estuvo preso durante tres años por el crimen que cometió el líder y del que fue “cómplice”. “Nada de la intensidad de estar preso y de que toda la población carcelaria me quisiera matar, le llegaba a los talones a la intensidad de estar esclavizado por una secta”, dice el hombre que tenía cerca de 30 años en el momento de los hechos. Hoy vive en un lugar indeterminado del sur de Chile e intenta reinsertarse en la sociedad.
La historia de Undurraga, un chico que creció en una familia acomodada de clase media chilena, sirve para entender quiénes se acercaban al líder. Él mismo cuenta: “nunca había sido tan feliz en mi vida como cuando entré a la secta. Me recibieron como yo era y yo nunca había pertenecido a nada”. Jaime Undurraga, el papá de Pablo, que escribió el libro “Mi hijo atrapado por una secta” (2014), entiende esa sensación. Dice que durante la escuela primaria, su hijo era el combo perfecto para que le hagan bullyng, estudioso, con anteojos y aparatos en los dientes. Sufrió burlas y no tenía amigos.
Al terminar los estudios, Pablo hizo sus primeras amistades y se despertó su interés en la espiritualidad y las medicinas alternativas. Así fue como conoció a Castillo Gaete. En ese entonces, Ramón aún se llamaba Ramón. Pero un viaje a China, con su banda musical cambió sus percepciones e inició una búsqueda espiritual, que lo llevó a un camino oscuro al que arrastró a muchos otros. “Luego de eso, empezó a hacer viajes solo, a distintos lugares de América Latina. Se fue a Ecuador, y se supone que fue allí donde él tuvo su primera revelación. Cuando volvió a Chile, volvió distinto”, dice Verónica Foxley, periodista de investigación que siguió el caso y publicó el libro “Cinco Gotas de Sangre: la historia íntima de Antares de la Luz y la secta de Colliguay”.
Era 2009 cuando Ramón empezó a sumar seguidores; Pablo Undurraga fue uno de ellos. Primero se fueron a vivir todos juntos a una casa en Santiago de Chile, y luego se fueron mudando a distintas zonas de Chile.
De líder carismático, Ramón se transformó en una persona violenta. Pidió que dejen de llamarlo Ramón porque se le había revelado su nuevo nombre, Antares de la luz; empezó a doblegarlos y a pegarles. Como parte de los rituales, a veces consumían ayahuasca, una planta alucinógena que durante siglos ha sido utilizada por pueblos indígenas sudamericanos en ceremonias. Según reconstruyó Foxley, Antares de la Luz la consumía regularmente.: “Es probable que él haya padecido fibromialgia porque siempre le dolía su cuerpo y la ayahuasca era lo único que lo calmaba. Pero la consumía como quien toma agua y eso, indiscutiblemente, te lleva a un grado de psicosis evidente”, dice.
El control físico y mental que Ramón Castillo Gaete ejercía sobre sus “discípulos” era cada vez mayor, al punto que las mujeres de la secta tenían que atenderlo sexualmente cuando él quería.
“En un principio tuvo relaciones sexuales consentidas pero al final él cometió violaciones”, afirma Foxley. Así, Natalia Guerra, una de las mujeres del grupo, quedó embarazada de Ramón. Y entonces se desató la locura: según las revelaciones que él decía tener, el bebé era el anticristo. Ese bebé, al que llamaron Jesús, fue la víctima de la secta.
El documental, que sigue ese tortuoso camino, incluye la pesquisa policial que dio con el lugar del sacrificio y que terminó por apresar a los seguidores. El caso es conocido, aquí, en Chile y en el mundo, pero lo interesante de este documental producido por el cineasta Pablo Larraín, es que va un poco más allá de la crónica policial y el impacto.
De todos los que participaron o estuvieron dentro de la secta, sólo Ramón Castillo logró escapar de la ley y se refugió en Cuzco, Perú. Pero una vez allí, cuando se vio sólo y sin apoyo, terminó suicidándose. Eso ocurrió en 2013, después de que el hecho se destapara gracias a una testigo de identidad reservada que denunció lo que había recurrido. con el bebé.
La sociedad chilena quedó conmocionada. Ahora, el documental intenta comprender lo que resulta incomprensible: cómo un lider logra dominar a sus seguidores y convencerlos de que es necesario hacer un sacrificio humano para salvar al mundo de todos los desastres.
Este contenido fue originalmente publicado en RÍO NEGRO y se republica como parte del programa «Periodismo Humano», una alianza por el periodismo de calidad entre RÍO NEGRO y RED/ACCIÓN.