Maira habla con sus amigas de los planes para el futuro hasta un límite: no saben siquiera si podrán concretarlos. Chiara se frustra al saber que lo que ella hace no terminará con el problema. Tatiana replantea su deseo de ser madre pensando en qué planeta vivirá ese hijo. Mateo siente impotencia porque el impacto individual de sus acciones es mínimo. Irene cubre temas ambientales y se dio cuenta de que llevaba todo ese informar de cosas negativas a su casa. Y quien aquí les escribe acompaña su preocupación en esta nota.
Hay un elemento en común en todo esto que sentimos: el cambio climático. Sabemos que debemos limitar el aumento de la temperatura de la Tierra por debajo del 1.5°C. Sabemos que hay un millón de especies de animales y plantas en peligro de extinción producto de actividades humanas. Sabemos que los incendios en la Amazonía, Australia, California y Argentina combinan los intereses productivos de determinados sectores con la intensidad que el cambio climático genera ante cualquier chispa.
Pero también sabemos que, aun si los países cumplen con los compromisos climáticos que expusieron al momento, no es suficiente. También sabemos que los gobiernos siguen subsidiando combustibles fósiles. También sabemos que mientras los gobiernos fallaron en cumplir las metas para proteger la biodiversidad durante la década pasada, seguimos usando el suelo para alimentarnos o alimentar animales poniendo aún más en peligro a esa biodiversidad que no cuidamos.
La Asociación Americana de Psicología (Estados Unidos) define a la ansiedad climática o eco-ansiedad como un “miedo crónico al destino trágico del ambiente”.
¿Cómo llega una persona a sentir esto? En el año en que nací, 1988, el científico James Hansen encendió la alarma sobre el inicio del calentamiento global ante el Senado de Estados Unidos: las actividades humanas estaban aumentando las temperaturas, principalmente por un sistema de producción y consumo basado en la explotación de combustibles fósiles. Ese año el dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera superó las 350 partículas por millón, lo que había sido considerado el límite máximo seguro.
Tengo 32 años, la advertencia de Hansen y las reiteraciones de otros varios científicos desde entonces parecen no haber sido suficientes. En los últimos cinco años, los gobiernos vienen debatiendo cómo implementar un acuerdo —el de París— para actuar ante el cambio climático, después de años de reuniones, negociaciones, fracasos y algunos logros. Mientras, la concentración de gases de efecto invernadero continúa en aumento.
Para cuando tenga 62 años, en 2050, si seguimos las recomendaciones de la ciencia, los países habrán alcazado la neutralidad en carbono y estaremos padeciendo los efectos menos dramáticos del cambio climático. O, por el contrario, estaremos viviendo en el colapso.
Vivo entre la urgencia de involucrarme desde mi rol como periodista y la desesperación por un futuro que otras generaciones, aún hoy, parecen seguir determinando con su inacción. Vivo cada día con toda esta información en mi mente. Y no soy la única.
“Creo que la ansiedad es por dos cosas: la desesperación que genera ver que muchísimas personas no le prestan atención a los temas ambientales actuales mientras se nos acaba el tiempo, y el miedo de que nunca se haga algo para resolverlos”, expresa Chiara, lectora de 19 años de la provincia de Buenos Aires, y agrega: “Sentirse tan pequeño frente al problema que casi sentimos que nos lleva puesto. Quizás es una mirada un poco pesimista de la situación, pero creo que eso es un poco la ansiedad, ¿no?”
Comprender la ansiedad climática
El psicólogo clínico Dr. Patrick Kennedy-Williams y la psicóloga coaching Megan Kennedy-Woodard dirigen una práctica tradicional de psicología clínica y coaching en Oxford, Reino Unido. Hace unos años comenzaron a ser contactados por personas que trabajaban en investigación o sustentabilidad que sufrían estrés y agotamiento. Buscaban apoyo para la ansiedad y depresión debido a la amenaza del cambio climático.
Así empezaron a notar que, a nivel local, cada vez más personas necesitaban apoyo y vieron que, con sus habilidades, podían ayudarlos. Así surgió el proyecto que hoy dirigen: Climate Psychologists.
“Hay un debate sobre la definición de ansiedad climática”, reconocen. Y explican: “Es importante decir que la ansiedad climática aún no se ha reconocido formalmente como un trastorno de salud mental. Algunas personas argumentan que la definición de la Asociación Estadounidense de Psicología —mencionada antes— no debiera ser así, pero que esta es una respuesta emocional apropiada a una crisis existencial”.
¿De qué hablamos entonces por ansiedad climática? “Estamos hablando de una respuesta muy normal a una amenaza muy real y presente. No estamos patologizando las respuestas de las personas al cambio climático o sugiriendo que esto es necesariamente una condición de salud mental grave y debilitante para las personas”, responden los psicólogos británicos enfatizando que aún se siguen realizando investigaciones sobre cómo se manifiesta la ansiedad climática.
El psicólogo clínico y director de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad (AATA), Daniel Bogiaizian profundiza en cómo se expone la ansiedad: “Lo que modula la ansiedad es la percepción de control. Es decir, cuando las personas son capaces de controlar y predecir, la ansiedad baja. Cuando se está ante un fenómeno que no podés controlar ni predecir aparece este tipo de sensación de indefensión, que al principio te pone ansioso y luego te hace bajar los brazos”.
El profesional argentino reconoce que, a nivel local, aún no atendió a nadie con una preocupación específica referida al cambio climático, pero sí con preocupaciones ecológicas dentro de un cuadro de varias preocupaciones.
Además de la ansiedad climática, desde Climate Psychologists identifican una variedad de eco-emociones que también aparecen, como ira, dolor y motivación.
En primera persona
“Con mis amigas solemos comentar `igual seguro el cambio climático nos mata antes´. Es triste porque ya normalizamos un futuro que no nos va a pertenecer y que no disfrutaremos”. El mensaje de Maira fue contundente, parecía condensar todas las emociones en una. Me intrigó saber cómo se llega a esas reflexiones en un grupo de amigas de 20 años.
“Generalmente se dan cuando hablamos de nuestro futuro académico o laboral: de qué nos gustaría trabajar, a dónde estaría bueno viajar o qué objetivos laborales tenemos. No solemos plantear nada más allá de nuestros 50. Es bastante recurrente finalizar esas especulaciones soñadoras con un `bueno, si llegamos´ o `si es que el planeta no muere antes”, nos cuenta y subraya: “Es triste porque, en cierto punto, conviven dos paradigmas: seguimos planificando y soñando quizás por costumbre (o negación), pero reconocemos que tal vez nunca lo vivamos. Convivimos con la idea flotante de que, en algún momento, se nos va a cortar todo, como a los jóvenes en Córdoba que en este momento escapan de los incendios”.
La presente preocupación por las futuras generaciones
Cuando el año pasado tuve un tumor benigno, pero complejo por el cual casi pierdo el útero, recibí muchos interrogantes respecto de mi deseo de ser madre o no por lo que la cirugía implicaría. En mis respuestas, que priorizaban mi salud por sobre lo demás, introduje un argumento que para algunos significó risas y para otros desconcierto: no sé si quiero tener un hijo por el cambio climático.
Esta fue la misma respuesta que nos compartió Tatiana, también de 32 años: “El deseo de maternidad siempre estuvo presente, pero las decisiones que no se están tomando para aumentar la ambición de los gobiernos en bajar las emisiones y los cambios que noto en mi entorno, siempre me hacen dudar”.
Desde Misiones relata la llegada del humo por las quemas en Paraguay, sumada a la sequía local y las temperaturas cada vez más elevadas. “Si no se están tomando las decisiones ahora, ¿las tomarán después? —se pregunta— Siento una enorme responsabilidad en decidir tener un hijo, por más que lo desee. Este es un tema que la mayoría considera exagerado y polémico, pero los efectos se sienten y ven hoy, no en varios años”.
Transformar la ansiedad en acción
Anxiety to action es el lema que acompaña el proyecto Climate Psychologists. Sus fundadores lo explican: “Una gran parte del trabajo que hacemos gira en torno a cómo comunicamos sobre el cambio climático de una manera que ayude a las personas a reconocer las eco-emociones, pero a sentirse empoderadas para actuar, en lugar de impotentes y abrumadas”.
Ese trabajo inició con talleres para padres y madres sobre cómo hablar con los niños sobre cambio climático y continuó en departamentos de educación, gobiernos y medios de comunicación. “La forma en que hablamos y nos comunicamos sobre la crisis climática es un aspecto de cómo nos sentimos sobre el tema, y de cuán empoderados nos sentimos como individuos y comunidades para tener un impacto positivo”, argumentan.
En ello coincide la periodista española Irene Baños que, abrumada y paralizada por toda la información que recibía y comunicaba sobre las temáticas ambientales en las que se especializa, decidió escribir un libro, Ecoansias: “Informaba sobre ambiente y después iba al supermercado y no había ningún alimento que encajara en la definición de sostenibilidad; empecé a viajar en tren y autobús por Europa, pero dejaba un montón de dinero y de salud; me regalaban una nueva remera por Navidad y me amargaba. Me daba cuenta de que, cuando se suponía que al tener accceso a más información ambiental debería ser capaz de llevar a cabo más acción climática, me sucedía lo contrario. Me veía más llevada a la parálisis que a la acción”.
Baños define que escribir el libro fue una suerte de terapia “para indagar hasta qué punto son importantes esas pequeñas decisiones que nos abruman en el día a día y para buscar soluciones”.
Publicado a mediados de septiembre, enfocado en el contexto actual de España, pero con ejemplos del cambio posible que ya se ve en Alemania, donde trabaja, el libro no da consejos sino “trucos” de sus cambios personales. Su principal aprendizaje: “No hay que agobiarse. Hay que tomar perspectiva. No hay soluciones únicas. Tenemos un poder limitado como individuos y ciudadanos. El cambio grande hay que exigirlo a mayor escala”.
¿Qué hacer si sentimos eco-emociones como Baños antes de escribir su libro? Los psicólogos de Climate Psychologists enumeran algunas sugerencias: identificar y darse cuenta cuando uno o alguien que conocemos está experimentando eco-emociones; aceptar que es un tema angustioso y que es normal tener sentimientos al respecto; tener actividades de bienestar en esos momentos como descansar de las noticias, conversar con un amigo o colega, involucrarse en una acción ambiental.
El Dr. Bogiaizian argumenta sobre la importancia de transformar la ansiedad en acción: “Hay que trabajar en que la preocupación se centre en lo personal, ayudar a que la persona pueda conectarse con lo que le preocupa de eso, pero en primera persona. ¿Qué es lo que puedo hacer yo con respecto a esto? Ello también entendiendo hasta dónde puedo y hasta donde no puedo. Si yo reconozco un límite también reconozco qué es lo que puedo hacer”.
Como expresa Chiara en su dicotomía entre ansiedad y activismo: “Intento pensar siempre que, para poder ser parte de la lucha por el ambiente, primero tengo que estar bien yo y a partir de ahí construir hacia afuera”.
Otros lectores también se refirieron al accionar individual: “Hago esfuerzos para cambiar, pero sé que la política es lo que más impacta y sigue igual”, “estoy en modo indignación porque siento que no somos todos los necesarios para hacer un cambio”, “ver a los jóvenes luchando me genera orgullo, pero siento que no es suficiente, que no se los escucha comprometidamente”.
La impotencia que esta situación le genera a Mateo, miembro co-responsable de RED/ACCIÓN, sigue esa línea de incertidumbre entre la acción individual y los cambios sistémicos: "Más allá de reciclar, reutilizar, compostar o ser vegano, el impacto individual es mínimo. Debería haber una política de Estado que apunte a contribuir a nuevas fuentes de energía renovable, ponerle un freno a la ganadería, y dejar de subsidiar sectores como la minería y los combustibles fósiles".
Por supuesto que las recomendaciones de los profesionales no se simplifican en que, con las acciones individuales ante las eco-emociones, vamos a resolver el cambio climático. También, a través de ellas podemos exigir y motivar los cambios sistémicos y estructurales que se necesitan.
Baños así lo describe: “Hay que sacar nuestro cambio individual de puertas afuera, conversar —una de las acciones más transformadoras—, participar en redes sociales usándolas como método de denuncia, buscar productores de alimentos locales, sumarse a una organización, ir a votar, exigirle a los políticas que incluyan medidas ambientales en sus programas. Cada uno debe intentar buscar sus pequeñas formas de conseguir ese cambio estructural que, sin dudas, es el más necesario y el más complicado”.
Los psicólogos británicos resumen la situación: “Cuando entramos en ansiedad climática, pero no tomamos medidas, nos sentimos impotentes. En muchos sentidos, la cura para el cambio climático es también la cura para la ansiedad climática: la acción”.