La salud mental también es salud. Y también se ve afectada por el cambio climático. Mucho se habló sobre salud mental estos días por los Juegos Olímpicos. Poco se viene hablando sobre salud mental durante la pandemia. Lo cierto es que la salud no es sólo la física sino también la mental. Más precisamente, la OMS explica que "la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Es decir, y tal como refuerza, "la salud mental es algo más que la ausencia de trastornos o discapacidades mentales".
Con eso en mente (valga la redundancia), algunos psicólogos comenzaron a trabajar sobre el vínculo entre el cambio climático y la salud mental, más precisamente en algo que empezaron a dar en llamar eco-ansiedad o ansiedad climática. Científicos y activistas fueron los primeros que, ante toda la información sobre el estado actual de situación y la inacción o acción insuficiente de los tomadores de decisión, se vieron abrumados, ansiosos, tristes. Sobre ello profundicé en dos artículos para RED/ACCIÓN (artículo 1 - artículo 2).
Sobre ello también se interesó Andreu Escrivà, licenciado en Ciencias Ambientales y doctor en Biodiversidad, que actualmente trabaja como técnico de proyectos ambientales y responsable del Observatorio de Cambio Climático en la fundación València Clima i Energía en España; y quien se define a sí mismo como pesado climático. El resultado de su interés en la problemática fue un libro de muy ágil y compañera lectura, con foco puesto en cómo responder a ello: Y ahora yo qué hago - Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción . Sobre él, o a partir de él, conversamos.
—¿Qué te ha motivado a escribir este libro? ¿Hubo algún tipo de eco-ansiedad en ti para abordarlo?
—El libro nace de mi libro anterior, Aún no es tarde: claves para entender y frenar el cambio climático, y de poder compartirlo con mucha gente. Ese era un libro muy de divulgación científica sobre el cambio climático y lo que le pasaba a la gente es que entendía el problema, pero se preguntaba cuáles son las herramientas para hacer frente a ello... y yo qué hago. Esto me empezó a generar muchas dudas. Porque yo veía que estábamos contando el problema, pero el libro estaba cojo de una parte sobre todo al ver el efecto que había provocado en la gente y el empezar a observar esto que se ha venido en llamar eco-ansiedad. Es decir, esta sensación de que somos impotentes frente a un problema enorme. Me parece importante contrarrestar, en la medida de lo posible, este sentimiento de eco-ansiedad sobre todo para aquella gente que había entendido lo que era el cambio climático y había entendido que había que hacer algo. Yo, por supuesto, no soy una excepción. En el día a día, todos los días, siento eco-ansiedad, siento culpa climática, me cuestiono muchas cosas. Y el libro es, en parte, un libro casi de terapia de las cosas que me rondan por la cabeza. Por eso pretende ser útil y está construido como si fuera una conversación de tú a tú. No es un libro que te mire desde arriba y te diga "hay que hacer esto, esto y esto", sino "oye, a mi me pasa lo mismo que a ti, me agobio tanto como tú, por lo cual vamos a ver cómo podemos solucionar esto".
—Ya en la bajada del libro, se habla de "culpa". ¿Consideras que es culpa lo que tenemos ante la crisis climática, o impotencia, desesperación, angustia? ¿O un mix de todo eso?
—En el fondo no sabía si poner ansiedad climática, culpa climática, angustia climática. Creo que son conceptos distintos, pero que en el fondo representan lo mismo: una sensación de malestar por todo lo que está pasando con el cambio climático, por una parte, por estos escenarios tan desastrosos que nos cuentan sobre el futuro; y, por otra parte, una sensación de culpa que siente mucha gente porque gasta en coche, porque no ha dejado de comer carne, porque se ha subido a un avión para ir a algún sitio. Tienen la sensación de que están haciendo algo malo, pero no pueden o no quieren dejar de hacerlo. Mucha gente cree que o bien no puede hacer nada, o bien no le apetece hacer lo que se supone que debe hacer, o bien no tiene un incentivo, o bien ven que ellos pueden hacer algo, pero el resto de gente no, sobre todo las empresas que más contaminan. Lo que me preocupa es que toda esta angustia y este malestar climático se traduce en inacción. Y ahí es donde tenemos que ser capaces de incidir.
—En tu libro abordas esa doble cuestión de la responsabilidad individual y colectiva, ¿por qué ninguna de las dos es excluyente? ¿y qué resulta más efectivo?
—Durante mucho tiempo, hemos considerado que la acción individual o la acción colectiva eran la respuesta. Había gente que decía que poco a poco si todos generamos esos cambios íbamos a lograr un gran cambio y otra gente que decía "da igual lo que tu hagas a nivel personal porque tenemos que cambiar estructuras". Una cosa que nunca he entendido es por qué estas visiones son excluyentes. Creo que lo que sí es excluyente es decir "toda la solución la tiene lo colectivo" o "toda la solución la tiene lo personal". Lo que no es excluyente es que alguien pueda trabajar a nivel colectivo y a nivel individual frente al cambio climático. Tenemos que entender que se tienen que complementar. Toda acción personal tiene que huir del marco individualista, es decir, es mucho más transformador que nos unamos a una asociación de barrio y luchemos por un barrio más habitable, con menos humo y más verde, a que adoptemos una decisión individualista, como cambiar unas bombillas en nuestra casa. Toda la acción individual suma, incluso la individualista, pero sólo la colectiva transforma.
—¿Qué acciones le recomendarías a los lectores para transformar sus sensaciones ante la crisis climática en acción?
—Lo primero es hablar de cambio climático. Muchos científicos del clima dicen que esto es lo primero, lo principal y no nos damos cuenta de lo importante que es. Porque sólo hablando de cambio climático, vamos a poder escuchar cuáles son las percepciones de la gente, vamos a poder pensar en común, vamos a poder plantear este tema como una prioridad política, mediática, empresarial, personal, de barrio, de pueblo. Necesitamos hablar de ello. Además es gratis y no contamina (risas). Necesitamos hablar de cambio climático. Lo segundo es luchar por nuestro tiempo. La mayor parte de los comportamientos insostenibles que tenemos en el día a día, cuando llegamos tarde a un sitio y usamos el coche, cuando compramos comida sobre-envasada porque no hemos tenido tiempo de ir a la tienda de barrio y pesarla e ir con nuestra bolsa de tela; tienen que ver con el tiempo. Luchemos por nuestro tiempo. Tengamos tiempo de hacer las cosas más lentamente porque cuanto más lento hagamos todo, menos energía vamos a requerir. Por último, recomendaría también hacer durar lo más posible cualquier cosa que tengamos. Es decir, no se trata tanto de comprarse el móvil más sostenible, sino de aguantar el móvil que tenemos. El móvil más sostenible es el que tenemos ahora en el bolsillo del pantalón. Necesitamos luchar contra la obsolescencia programada, necesitamos hacer que nos duren los pantalones, los muebles, los electrodomésticos, los televisores. No hasta que se caigan, pues aquí nadie está hablando de volver a la caverna ni de una austeridad destrozada, sino de resistir a esos impulsos de consumo rápido que todas y todos tenemos. No es cuestión de comprar mejor o peor, sino de reducir el consumo. Por último último, unirnos con otras personas, unirnos a medios de comunicación que hablen de esto, exigir que se hable mejor, conocer nuestro entorno y hablar de esto en todos aquellos ámbitos que nos importen.
Recomiendo seguir a Andreu en Twitter porque es muy activo con material sumamente interesante.
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Esta entrevista fue publicada originalmente en Planeta, la newsletter sobre ecología que escribe Tais Gadea Lara. Podés suscribirte en este link.
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