El ex Presidente, denunciado por Fabiola Yáñez por violencia doméstica, queda expuesto al escarnio público y es, ya, un muerto político. La onda expansiva del caso afecta a otros actores que ensayan sus propios relatos para protegerse.
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Violencia. No hace falta volver a repasar los detalles. Basta decir que Alberto Fernández está acusado de violencia doméstica contra su ex mujer, Fabiola Yáñez. Y de haberla acosado con mensajes intimidantes para que no haga la denuncia ante la Justicia ni divulgue los hechos en los medios. Como si el panorama no fuera ya lo suficientemente malo, también se conocieron videos en los que aparece la periodista Tamara Pettinato beboteando con Fernández mientras tomaba cerveza en el despacho presidencial. El propio Alberto, encantado con el coqueteo, la filmaba. Lo primero —la violencia y la intimidación— constituye un delito. Lo de Tamara, al menos por ahora, parece ser solo estupidez.
El cuadro se completa, hasta el momento, con dos piezas de comunicación adicionales: una entrevista que dio Fernández al diario El País, de España, y otra de Yáñez a Infobae. Cada uno da su versión. El País, que tenía el reportaje ya hecho, decidió no hacerlo público hasta contar también con la palabra de la víctima. El resultado final fue un texto con el testimonio del ex Presidente en el que se insertaron, a modo de glosa o comentario, extractos de lo que Yáñez le había dicho a Infobae. Buena solución. El contenido de ambos reportajes, aunque sórdido, no resulta sorprendente: Fabiola afirma que sufrió maltrato de todo tipo —también físico— y Alberto, previsible, lo niega todo y asegura que va a probar su inocencia en la Justicia. Lo tiene difícil.
El caso, dramático por su misma naturaleza, admite múltiples ángulos de análisis. Uno posible es de qué manera impacta en los distintos actores sociales y políticos de la Argentina:
- Alberto Fernández. Asumió su agonía política cuando decidió ni siquiera intentar su reelección y ceder el protagonismo a Sergio Massa. Sin embargo, hasta hace pocas semanas todavía se ilusionaba con que la Historia algún día lo redimiera. Con esto, elimina para siempre cualquier esperanza. Es un cadáver político.
- Fabiola Yáñez. Aborrecida por haber organizado la famosa fiesta de Olivos cuando los argentinos no podían ni enterrar a sus muertos, se había autoexiliado en España en busca de anonimato y tranquilidad. Ser víctima de la violencia de su marido no la redime de sus errores, aunque despierta compasión. Sube, quizá, un peldaño.
- Javier Milei. Las fuerzas del cielo, una vez más, parecen jugar a su favor: con la economía todavía en terapia intensiva, y sin que él mueva un dedo, se hilvanan en pocos días los desaguisados electorales de Nicolás Maduro y los delitos y torpezas de Alberto Fernández. El feminismo woke sufre un golpe y, de paso, se refuerza la idea de que la casta era deleznable. Más no puede pedir.
- Cristina Kirchner. Fiel a sí misma, declara en un tweet que Fernández fue un mal Presidente, como si ella no hubiera tenido nada que ver con ese hecho. Da cátedra luego sobre la violencia contra las mujeres y remata con persistente autorreferencialidad: yo también fui víctima cuando me quisieron matar. Inefable.
- El peronismo. Sin norte, el movimiento camina por el desierto. Sus dirigentes se desmarcan de Fernández como pueden y, puertas adentro, se enrostran a los gritos haber permitido que CFK decidiera sus destinos y los trajera a este presente aciago. Todavía sin un liderazgo alternativo, miran de reojo a Fernando Espinoza y a José Alperovich que, como Alberto, son material radioactivo.
- El movimiento feminista woke. Sororidad en crisis: los justos reclamos por los derechos de la mujer, aparecen ahora empañados por las mezquindades ideológicas. El gobierno del Frente de Todos se había adueñado de la causa y hasta tenía una Ministra de Género. Ahora Yáñez afirma que Ayelén Mazzina, a cargo del ministerio, estaba al tanto de su desgracia y nunca la ayudó. La exministra lo niega. De ser cierto, un retroceso.
Fabiola fue víctima de la violencia doméstica casi fuera de toda duda. Alberto, a su manera, se convierte ahora también en una suerte de víctima (simbólica en su caso) de su propio espacio político e ideológico: con su escarnio público, ejemplar, pretenden redimirse todos y así quedar libres de pecado. Quizá les falta dimensionar la profundidad de esta crisis. Quizá, como dice Milei, no la ven.
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Tres preguntas a Paola Caracciolo, conocida como Pola Oloixarac. Es una escritora, periodista, filósofa y traductora argentina. Famosa por la lucidez que se refleja en sus textos, se ha hecho popular por la mordacidad con que describe en sus artículos a personajes públicos argentinos.
—¿Cómo describirías lo que está pasando con Alberto Fernández?
—Esperábamos lo peor de Alberto, pero tal vez no tanto. Alberto es capaz de superar su propio catálogo de iniquidades a cada minuto que pasa. Las fotos de Fabiola, golpeada, se completan con una serie de circunstancias agravantes: que el ex Presidente la habría golpeado durante su embarazo, que la habría encerrado y hostigado, y que, ahora nos enteramos, ella no sería la única víctima. El inventario de horrores de Alberto se expande sin control: en un giro dramático, digno de un #metoo arrasador, descubrimos que la mujer más poderosa de la Argentina —la misma que compartió fórmula presidencial con él—, habría sido víctima de la violencia del mandatario peronista: Cristina Kirchner. ¿O está la Señora utilizando la causa noble de la violencia de género, banalizándola y bastardeando de esa forma a las verdaderas víctimas de violencia de género, porque le conviene a su agenda personal?
—¿Cómo se compara esto con el movimiento de las #metoo en los Estados Unidos?
—Cuando se destapó el escándalo de abusos sexuales en torno al productor de Hollywood Harvey Weinstein, que dio inicio al #metoo en 2016, las primeras denuncias contra Weinstein fueron seguidas de un vendaval de denuncias de mujeres, actrices y desconocidas, que sentían que su palabra se liberaba, que ahora podían hablar. Harvey Weinstein era el epítome de un sistema perverso, el síntoma del machismo sádico, la opresión y el abuso; ya no habría secretos, ¡no nos callamos más! Ahora es Cristina, la diva máxima de la escena argentina, quien alza su voz. Se suman al coro del daño el obediente Wado de Pedro, quien, como si fuera una versión trans de la actriz Asia Argento, se anima a enlazar vocablos contra Alberto (dice haber sido testigo de “maltrato” de Alberto hacia Cristina). También se suma a la acusación la Gwyneth Paltrow quilmeña, Mayra Mendoza, que dice tener “evidencias” de la violencia de Alberto contra Cristina. Lombrosiana, Mayra evoca el fenotipo masculino violento y baboso que identifica con las señas personales de Alberto: bastaba mirarlo, dice, para saber lo que era. Alberto podría ser un doble de cuerpo de Harvey Weinstein, y aunque Mayra lo militó mil veces, al fin lo ve por primera vez, y nos devela una verdad tan inesperada como delirante: que la víctima esencial es Cristina.
—¿Qué actitud te parece que toma el resto del peronismo frente a este caso?
—La Cámpora emite un comunicado donde confirma, como un agente de prensa de la diva, el nuevo rol protagónico de Cristina para esta nueva película del peronismo: Cristina víctima de violencia de género. Adornarse con los laureles de la víctima es acceder a un pedestal mágico, a la carta blanca que otorga el sufrimiento que goza de mayor legitimidad social; por eso Cristina se acurruca entre las dañadas. Al fin el #metoo encuentra su destino sudamericano: lo que está en cuestión ya no es Hollywood, sino es el star system del peronismo y su producción de ficciones. Alberto estuvo al comando de narrativas que venden virtud, pero al escarbar un poco se advierte que esa supuesta virtud está ahí para encubrir algún crimen: sexual, fiscal, económico o de la más variopinta gama penal. Un sistema en el cual la actriz más taquillera, Cristina Kirchner, arma un elenco electoral con el violento conocido que pasa por “presidente de las mujeres”. Un sistema peronista en el cual la revolución de las mujeres parece más bien la marca registrada de un feminismo prebendario cooptado por los círculos del poder. Un feminismo woke y sumiso que no está realmente al servicio de las mujeres ni de la defensa de sus derechos, sino que revela que su supuesta superioridad moral es en rigor la mejor coartada para esconder su verdadera pasión: la protección de los machos poderosos. El peronismo como un sistema de encubrimiento y delitos de su star system que publicita y utiliza a las capitanas morales del feminismo y de la ciencia.Las tres preguntas a Pola Oloixarac se tomaron de la columna titulada “El #metoo del kirchnerismo y las víctimas como divas del sufrimiento”, publicada originalmente en el diario La Nación. Para acceder al artículo completo podés hacer click acá.
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Buenas prácticas digitales. Estando ya prácticamente fuera de discusión si los CEOs deben o no usar redes sociales, sobre todo en contextos sociales y económicos razonablemente estables, una y otra vez aparece la pregunta sobre cómo hacerlo bien y si hay ejemplos de buenas prácticas en este sentido. Este artículo, ya referido en otra ocasión, selecciona ejemplos tomando como criterios la autenticidad, la consistencia, el impacto, el manejo adecuado de una crisis y el liderazgo social, entre otros. Una buena inspiración para quienes tienen que guiar a los altos ejecutivos en el difícil arte de dejar una huella digital.
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Academia. La transparencia es cada vez más esencial para la confianza de los stakeholders en las organizaciones. Sin embargo, no siempre se entiende con claridad su significado. Este artículo sintetiza diversas investigaciones que contribuyen a una definición conceptual de transparencia y a definir su alcance. También propone herramientas que pueden usar las organizaciones para lograr una mayor percepción de transparencia entre sus públicos.
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Oportunidades laborales
- Deloitte inició la búsqueda de Gerente de Transformación.
- Tik Tok mantiene activa su búsqueda de Communications Manager - Emerging Markets.
¡Hasta el próximo miércoles!
Juan
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