Los estereotipos de "hermano mayor", "hermano del medio" y "hermano menor" existen y dan que hablar. Desde incontables memes hasta análisis serios, nos preguntamos históricamente qué implicancias puede tener el orden de nacimiento para las personas—y el consecuente rol que desempeñan en la familia—.
Por ejemplo, hace no mucho empezó a hablarse del síndrome de la hermana mayor, debido a todas las exigencias que conlleva ser un modelo para los menores además de ser mujer (te lo contamos en esta nota). En un tono más liviano, pero no por ello con menos peso simbólico, abundan este tipo de videos en redes:
Los hermanos en la historia de la psicología
Ahora bien, ¿qué sabemos con certeza sobre este fenómeno desde la psicología? Alfred Adler fue uno de los fundadores de la disciplina y colaborador de Sigmund Freud hasta que tuvieron un desacuerdo sobre este tema. Adler sugería que el orden de nacimiento influye en la neurosis y los rasgos de personalidad. Esta disputa científica provocó que se alejara de la Sociedad Psicoanalítica de Freud y fundara la Sociedad de la Psicología Individual.
Las teorías modernas de la psicología evolutiva coinciden bastante con nuestros memes, experiencias y sentido común: los hermanos compiten por la atención y los recursos de los padres, lo que influye en el desarrollo de su personalidad. Partiendo desde ese punto, se sugería que los hermanos mayores tienden a ser más autoexigentes y neuróticos, mientras que los hermanos menores tienden a ser más descuidados y sociables.
Además, siempre existió la pregunta sobre su relación con la inteligencia. Sir Francis Galton postuló que las familias se dedicaban más a los primogénitos después de notar una sobrerepresentación de ellos entre los científicos ingleses prominentes. Algunas teorías modernas, como el modelo de la confluencia, sugieren que el entorno intelectual de un hogar se diluye con la llegada de cada hijo, lo que puede dar lugar a una menor inteligencia en los hermanos menores.
El nuevo hallazgo
Considerando algunas variables más modernas, Rodica Damian y Brent Roberts incorporaron a su análisis factores sociodemográficos (como edad, sexo, estructura familiar y el estatus socio-económico de los padres), concentrándose en los rasgos de personalidad e inteligencia en una muestra grande y representativa de estudiantes de secundario estadounidenses. Su estudio se publicó en el Journal of Research in Personality.
Cuando decimos "muestra grande" no es una exageración: los datos se extrajeron del Proyecto Talento, un estudio longitudinal (es decir, se obtienen los indicadores repetidamenre durante un período largo) que comenzó en 1960 y en el que participaron más de 440.000 estudiantes de secundaria. La aplicación de criterios de exclusión, como la credibilidad de la respuesta, los gemelos y los hijos únicos, dejó una muestra final de 272.003 individuos.
El Proyecto Talento también contaba con datos para medir la personalidad, teniendo en cuenta escalas de vigor, calma, personalidad madura, impulsividad, confianza en sí mismo, cultura, sociabilidad, liderazgo, sensibilidad social y orden. Para la métrica de inteligencia, se tuvieron en cuenta diversas pruebas de capacidades cognitivas como las verbales (comprensión lectora), matemáticas (como razonamiento aritmético) y espaciales (como visualización espacial tridimensional).
Damian y Roberts encontraron una mínima asociación entre el orden de nacimiento y los rasgos de personalidad (de 0,02 en su escala numérica). Si es que existe algún impacto, es mínimo. Pero, en este contexto de asociación mínima, los investigadores sí encontraron que, en comparación a quienes nacían después, los primogénitos tendían a ser más cuidadosos, dominantes y menos sociables. También a tener niveles más altos de complacencia (agreeableness en inglés) y niveles más bajos de neuroticismo. Estos resultados no variaron en función de factores demográficos o familiares.
En cuanto a la inteligencia, los investigadores encontraron una mínima correlación entre orden de nacimiento y capacidad verbal (y ninguna con la capacidad matemática o espacial). El hallazgo sugiere que los primogénitos se benefician de una mayor estimulación verbal y atención parental. Sin embargo, otra vez, la asociación era mínima; la mayor diferencia entre primogénitos y menores encontrada equivalía a un solo punto en el test de inteligencia. Esto significa que, aunque los primogénitos pueden experimentar una ventaja, no es sustancial.
¿Qué preguntas y respuestas quedan?
En definitiva, Damian y Roberts concluyen que el orden de nacimiento no parece ser determinante en la formación de los rasgos de personalidad o la inteligencia. Otros factores como el estatus socioeconómico de los padres y el sexo, en cambio, producen impactos más significativos.
En cuanto a los puntos débiles de este hallazgo, es importante señalar que sus datos fueron autodeclarados y era imposible controlar cualquier posible confusión. Para futuras indagaciones en la temática, los investigadores sugieren considerar estudios longitudinales exhaustivos que utilicen múltiples métodos de información y amplias variables de control.