Cuando Luis Etchenique salía de un negocio por Juan B. Justo y Santa Fe, vio a dos varones, de unos 20 años, caminando de la mano. Se apuró para alcanzarlos, le tocó el hombro a uno de ellos y cuando se dieron vuelta les dijo: “Los felicito”. Los jóvenes lo miraron extrañados. Etchenique, que tiene 59 años, sintió que lo miraron con cara de “¿a este viejo qué le pasa?”.
Frente a la sorpresa, les dijo: “Para que ustedes hoy puedan disfrutar de esto y vivirlo con naturalidad, no saben todo lo que mi generación tuvo que pasar. Vivimos nuestra identidad con estigma y vergüenza. Pero ahora verlos caminar de la mano me resulta una gran manifestación de amor”.
Todavía no es habitual ver a adultos mayores caminando libremente de la mano con sus parejas del mismo género. “La sociedad hace 70 años era muy diferente a la de ahora. Hoy hay más libertad, tenemos una Ley de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género. Es otro contexto. Antes, solo se escuchaban prejuicios lapidarios tales como: son degenerados, te van a contagiar, no te acerques. Además, muchos adultos mayores no contaban que eran gays o lesbianas por miedo a que les saquen a los hijos o los echen del trabajo. Existía un riesgo. Esos adultos llegan a la vejez sumidos en el silencio, en una invisibilidad absoluta y solos”, señala Graciela Balestra, psicóloga especialista en diversidad y presidente de la organización Puerta Abierta a la Diversidad.
Balestra, de 56 años, cree que a esta altura de su vida ya casi no le afecta el qué dirán sobre el ser lesbiana y vivir visiblemente como tal. “De todas formas, no fue fácil y supongo que todavía algún resabio de homofobia me queda, bah, nos queda a todos. A toda mi generación la educaron diciendo que ser lesbiana o gay no era bueno”, comenta. “Estuve casada con un hombre, tuve dos hijas, y mostrarme visiblemente lesbiana antes era un problema. Hoy afortunadamente no lo es. Uno de mis miedos hace 20 años era que me sacaran la tenencia de mis hijas”.
Graciela cuenta que pudo asumirse lesbiana después de muchos años de terapia. “Estaba inmersa en una sociedad que no me había permitido vivirlo desde chica. Nunca me dijeron que podía tener una novia e iba a estar todo bien. Me sentía enferma y única en el mundo. Para cuando pude entender que podía vivirlo, ya estaba casada y tenía hijas. Fue durísimo tener que romper ese matrimonio, divorciarme y empezar de nuevo. En el camino dañé a muchas personas, que eran seres queridos para mí”, relata Balestra.
Puerta Abierta existe desde 1999. Graciela quería hacer algo con su profesión para ayudar a otras personas y por eso fundó la organización. En estos 20 años, más de 5000 personas pasaron por el espacio. Recurrentemente, los adultos mayores LGBTI que participan de la organización contaban que no querían ir a un geriátrico común porque se sentían nuevamente discriminados. En 2009, Puerta Abierta inauguró el primer centro de jubilados para la comunidad y aún está insistiendo para armar un geriátrico especifico para gays, lesbianas y personas trans, en cogestión con el Gobierno de la Ciudad.
“Gracias al trabajo de tantos activistas y 28 Marchas del Orgullo, el mundo está cambiando. A muchas personas, que no se animan a salir del closet, les digo que cuando se pasa esa barrera, después está todo bien. Es un alivio muy grande vivir sin esconderse”, comenta Balestra.
Cada año, las hijas y los padres de Graciela la acompañan a la Marcha del Orgullo. También aceptan a su pareja como alguien más de la familia. Recuerda: “El 15 de julio de 2010, cuando se votó la Ley de Matrimonio Igualitario, mi hija menor llevó un cartelito que decía: 'Quiero que mis dos mamás se puedan casar'. Ver el activismo de ella fue muy emocionante. Cuando la ley salió, nos abrazamos y nos pusimos a llorar”.
"Estaba casado y tenía dos hijos; sentía que les estaba mintiendo"
Un día Etchenique iba en el colectivo hacia su trabajo y se le pegó una canción. Cantaba constantemente Tu vida siempre ha sido una mentira. Luego él, que estudió psicología, pero se dedica a la gestión de personas en las organizaciones y da clases al respecto en una escuela de negocios, tuvo que enseñar a sus alumnos sobre distintos valores corporativos. Cuando llegó a la parte de integridad, internamente se dijo: “Luis, pero vos no sos integro con vos, qué estás haciendo de tu vida”. Ese día, él sintió un quiebre.
“Durante muchos años fue muy difícil ocultar lo que sentía. Yo estaba casado y tenía dos hijos. Sentía que les estaba mintiendo”, recuerda Etchenique.
Luis atesora una conversación con un gran amigo, que se conocen desde la secundaria. Cuenta: “Él me veía muy mal y recurrentemente me preguntaba qué me estaba pasando. Finalmente, le dije: 'María en realidad es Mario'”. Durante mucho tiempo, Luis le decía a sus conocidos que salía con María. Sostener esa historia tenía un costo emocional muy alto para él. Sufría permanentemente. El amigo le respondió: “Luis, si vos sos feliz, yo te voy a querer igual”. Etchenique comenta: “Ese tipo de respuestas fueron las que encontré cuando le contaba a mi entorno que amaba a alguien de mi mismo sexo”.
"A los 70 años me dijo que era la primera vez que decía que era lesbiana"
Silvia Condoleo se considera una adulta mayor átipica por cómo vivió su lesbianismo. Ella tiene 59 años, es psicodramatista y acompañante terapeutica. Además, participa de Puerta Abierta. “A los 24 años, naturalice que yo era lesbiana. Si bien, no lo conté a viva voz, tampoco lo viví como algo traumático”, relata.
Cuando se acercó a Puerta Abierta, Condoleo se sensibilizó mucho a partir de las historias de otras personas. “Aún siendo heterosexual, el adulto mayor suele sentirse excluido. Si además tiene una identidad sexual diferente a lo que podría decirse que acepta la sociedad es peor porque se sumergen en un estado de soledad bastante grande. Por ejemplo, una señora de 70 años llegó al grupo y dijo que esa era la primera vez en la vida que podía decir que era lesbiana. Imaginate guardar eso en silencio durante tantos años de su vida”, enfatiza Condoleo.
En las reuniones de Puerta Abierta también suelen escucharse historias de adultos mayores trans que nunca lograron visibilizarse de ese modo. “Viene un señor de saco y corbata, que toda la vida se sintió mujer y recién ahora siente que lo puede decir”, cuenta Condoleo.
Según Silvia, muchos adultos mayores quieren que su pareja sea masculina porque sino les da vergüenza presentarla. “Cuanto más grande es uno, más discriminación se sufre”, expresa.
Condoleo reconoce que estuvo 55 años de su vida sin animarse a ir de la mano con su pareja. “Recién hace tres años, puedo mostrar mi identidad sexual en público y puedo hablar de eso en el trabajo. En el ámbito laboral, aún se puede escuchar compañeros que descalifican y se burlan de la identidad sexual de otras personas”, asegura Silvia.
En el trabajo, Silvia siempre hablaba de su pareja sin ponerle nombre. Si iba a una reunión social decía que su pareja no podía ir y luego, la pasaba a buscar a dos cuadras del evento. A ciertas reuniones de trabajo, a las cuales todos iban con su pareja, ella siempre decía que iba con una amiga, y una y otra vez iba con la misma amiga.
Condoleo reflexiona: “Yo opinaba que de puertas para adentro a nadie le tenía por qué importar lo que yo hacía. Hoy cambié mi perspectiva. Si siento ganas de tomar de la mano a mi pareja, lo hago. Si quiero abrazarla o darle un beso, también. Mostrar esa parte mía fue un gran paso para mí. Ahora, me encuentro compartiendo asados con mis compañeros de trabajo y voy con mi pareja. Debo reconocer que fue un alivio”.