Había quienes pensaban que las guerras del futuro se pelearían en una realidad virtual o dron contra dron, como si los adelantos tecnológicos pudieran contener la violencia de los hombres.
Pero la guerra sigue teniendo la misma cara de siempre: tanques, aviones, bombas y soldados contra poblaciones civiles que son empujadas hacia no importa dónde, arrastradas hacia las fronteras, lejos de sus tierras, los hogares, las escuelas.
Desde que a fines de febrero Rusia invadió Ucrania, más de dos millones de personas debieron huir para ponerse a salvo, mientras sus ciudades son bombardeadas. El número de refugiados crece minuto a minuto y es necesario ponerse en el lugar de cada ucraniano para comprender la dimensión de esta tragedia. ¿A dónde se puede ir cuando alrededor está la guerra? ¿A qué otra ciudad, a qué país? ¿Cómo se toman esas decisiones en minutos, cómo se organiza ese largo viaje, cómo se huye, en definitiva?
Desde la Segunda Guerra Mundial que no se conocía un desplazamiento de ciudadanos de un país democrático tan urgente, tan grande, tan peligroso. Cuántos creían que eso no podía volver a suceder en Europa. Pero está pasando hoy.
Esta necesidad de corredores aéreos humanitarios que permitan a la población civil salvar sus vidas (ya no sus hogares, no sus pertenencias) llevó a que en tiempo récord la Organización Humanitaria y no gubernamental, Open Arms, en colaboración con la ONG Solidaire, dirigida por el piloto, cineasta y médico Enrique Piñeyro, junto a entidades de acogida de España, organizaran el primer vuelo que trasladó, el pasado 12 de marzo, a más de doscientas veinte personas que huyeron de la violencia en Ucrania, de Varsovia a Barcelona y a Madrid.
Las dos organizaciones que decidieron poner toda su experiencia en función de esta invasión absurda, llevan tiempo trabajando por los más vulnerables.
Open Arms (a la que se puede apoyar desde su sitio), fundada por el empresario y activista español Oscar Camps, lleva más de veinte años realizando socorrismo y salvatajes en aguas internacionales y en el Mediterráneo, atentos a los refugiados que huyen de otras guerras, otras persecuciones, de la pobreza.
Solidaire, por su parte, realiza vuelos de ayuda humanitaria y esta vez fue Enrique Piñeyro el que estuvo al mando del Boeing 787-8 Dreamline, en el que se repartieron muñecos de peluches a los niños, se contuvo a las mujeres, se sostuvo a los mayores.
Desde Madrid, Piñeyro comparte esta experiencia:
"Con Open Arms venimos trabajando juntos desde hace un año y medio, hicimos misiones a la India, lugares de refugiados, hospitales, a Mozambique, también. Esta misión desde Varsovia se organizó del mismo modo. Open Arms tiene una capacidad de logística importante, en pocas horas podemos tener un avión para llevar a doscientas cincuenta personas".
"Damos respuestas donde no se está ocupando quien debiera", continúa Piñeyro, "en casos de desborde como este, donde hay dos millones de refugiados, llevamos doscientos treinta, doscientos cuarenta personas y es una gotita, pero podemos hacer muchos vuelos de estos y la gota llenará una botella".
El 12 de marzo, en el aeropuerto de Varsovia todo estaba al borde del drama. Piñeyro lo recuerda así:
"En el check-in las empleadas polacas, que daban un servicio que estábamos pagando, terminaban maltratando a la gente porque no entendían el idioma, era un caos. Les explicamos que no iban a ganar nada levantando la voz, pero hay gente que no entiende lo que está pasando. La angustia era inexplicable, eran todas familias separadas de sus seres queridos, de quienes no pueden salir de Ucrania... Cuando bajamos del avión un chico de unos doce años estaba llorando, la madre intentaba contenerlo... cuando me acerqué rompieron en llanto los dos".
Quienes partieron de Varsovia en esta oportunidad, convocados por la Fundación Pro style de Polonia, debían tener sus pasaportes listos y muchos tenían, además, conocidos en España que podían albergarlos. Nadie, sin embargo, se quedó sin un lugar en donde vivir el tiempo que dure el conflicto armado, porque fueron varias las ciudades y asociaciones que ofrecieron cobijo: el Ajuntament de Badalona y el de de Guissona, en donde existen pequeñas comunidades ucranianas, la Fundació Convent de Santa Clara en Barcelona y la Asociación Mensajeros de la Paz en Madrid.
Algo pasa cuando asociaciones y fundaciones se unen, cuando cada una aporta lo que puede y sabe, algo comienza a moverse.
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Francisco Nabais, que trabaja en el equipo de prensa y comunicación de Solidaire lo expresa de este modo:
"Siento que tanto Solidaire como Open Arms u otras, vienen a llenar un espacio que los Estados dejan vacíos. Lo que pasa es que las burocracias de los Estados y los tiempos que lleva aprobar o realizar alguna política o una acción determinada llevan una vida. Por eso las organizaciones privadas, con gente con voluntad y determinación al frente, como Enrique Piñeyro y Oscar Camps, pueden hacer que las cosas sucedan muy rápido".
"Y queda en evidencia", continúa Nabais, "que si Piñeyro puede hacer esto con los aviones que ya tenía, por qué otros tanto no lo piensan y lo ven como una posibilidad para hacerlo, ya sea ayudar con comida, con avión o lo que tengan a su alcance". Y luego se pregunta y responde: "¿A qué le estamos dando importancia hoy? Cada vida vale, podemos rescatar a una, cinco, veinte personas en el Mediterráneo, como llevar a doscientos veinte refugiados en un 787, cada vida cuenta".