“Yo tengo un sueño”, declaró Martín Luther King Jr aquel 28 de agosto de 1963 en su discurso en el Lincoln Memorial Center de Washington. Una frase que ha logrado convertirse en un símbolo de la lucha por la igualdad racial. Una lucha que, aún hoy, después de sesenta años, esconde sufrimiento y dolor para muchas personas.
Ese sueño era simple, y a la vez, complejo. Martin Luther King Jr no pedía más que la libertad y la igualdad racial ante la ley y la sociedad. Su lucha comenzó a principios de la década de 1950 cuando se involucró en el boicot de los autobuses en la ciudad de Montgomery debido a que dos personas de su comunidad habían sido arrestadas por no ceder su asiento a personas blancas, según lo recuerda esta nota de National Geographic.
En aquella época las comunidades afrodescendientes estaban segregadas y marginalizadas de la sociedad: si bien tenían la posibilidad de estudiar y trabajar, las oportunidades no eran las mismas. En aquel entonces el índice de desocupación de los negros era el doble que el de los blancos, sus sueldos era sensiblemente peores, y en los espacios públicos como los bebederos o las estaciones de micro tenían que ocupar espacios separados por un cartel que decía “personas de color”.
Entre tanto hartazgo, fastidio y enojo por parte de la comunidad, King representaba una particularidad. El líder de la lucha por los derechos civiles velaba por las protestas no violentas, tomando como guía al referente de la India Mahatma Ghandi. Esta intención también nacía de su vocación como pastor, en la cual incitaba el diálogo, más que el grito, las palabras, más que las armas, la reflexión, más que el impulso.
En esos años daba los primeros pasos de una conquista de derechos que luego, años más tarde, culminaría en las escaleras del Monumento de Lincoln en donde King pronunció su legendario discurso frente a más de 250 mil personas de todas las comunidades: negros, blancos, judíos, católicos, protestantes, asiáticos.
Más que un discurso
Para muchos, “Yo tengo un sueño” es uno de los mejores discursos que han escuchado. Ian Sielecki, ex-Jefe de discurso y estrategia del Canciller Faurie y subcampeón de debate de Francia en 2014,explica a RED/ACCIÓN que a nivel macrohistórico este discurso se pronuncia exactamente un siglo después de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos y representa el paroxismo de la larga lucha por los derechos civiles y, más genéricamente, la igualdad racial. Es, según Sielecki, “la consagración de una narrativa justa y potente que desembocará un año después en la ley por los derechos civiles bajo la presidencia de Lyndon B Johnson”.
Pero, además de su importancia histórica, “Yo tengo un sueño” es considerado desde la retórica una creación magistral. “Si un discurso es, en definitiva, una obra de arte, este es el equivalente del Hombre de Vitruvio de Da Vinci o del Guernica de Picasso”, reflexiona el subcampeón de debate. “Es una demostración magistral de destreza técnica y, a la vez, de relevancia poética y política”, asegura.
Según Sielecki, la manera en la que King encarna el mensaje con una euforia serena y una legitimidad incuestionable es la clave de su discurso. “Se pone de cuerpo y alma como sujeto y objeto de la causa que exalta. Como pocas veces en la historia, el orador es consciente de que, además de hablarle a su enorme audiencia, le está hablando a la historia misma”, profundiza Sielecki. “Tiene una cita con ella y lo sabe. Y, sobre todo, se encarga de que la audiencia lo sepa también”, concluye.
“Dejen resonar la libertad”, eran las últimas palabras de este memorable discurso. Este era, al final del día, el pedido más fundamental de King, la base de su sueño. Un sueño del pasado que, debido a su importancia, es digno de recordarlo año a año y hacerlo presente.