La Gran Cuarentena en respuesta a la COVID‑19 alteró en miles de millones de personas la percepción del espacio geográfico. Durante semanas, las interacciones sociales y profesionales fueron mediadas por tecnologías digitales que comprimieron la distancia física y desdibujaron los límites entre el mundo digital y el real. Es probable que este experimento socioeconómico sin precedentes tenga efectos duraderos, con potencial para transformar muchos aspectos de nuestras vidas y, en definitiva, motivar a las personas a una reconsideración del lugar de residencia. Puede trastocar la jerarquía relativa del núcleo urbano y la periferia, imperante en el mundo occidental desde la primera Revolución Industrial.
Los economistas llevan tiempo tratando de comprender por qué las ciudades son tan especiales. Hace un siglo, Alfred Marshall sostuvo en Principios de economía que la proximidad crea una atmósfera ideal para empresas que operan dentro de una misma industria. Según expresó, hay algo «en el aire» que permite un libre flujo de ideas de una empresa a la otra, e inspira constantemente nuevos inventos a través de un proceso de imitación e innovación. Además, los fabricantes situados en un mismo distrito suelen tener acceso inmediato a una gran reserva de mano de obra capacitada y a proveedores especializados de insumos intermedios.
Por supuesto, los emprendedores nunca han decidido dónde radicarse al azar. Además de los beneficios de la proximidad entre pares, también buscaban minimizar costos, ubicándose cerca de los mercados donde se producían sus insumos clave o vendían sus productos (o en algún lugar intermedio). Marshall, por su parte, pensaba en los centros fabriles de la era victoriana, como el distrito textil de Lancashire en el noroeste de Inglaterra, donde las condiciones climáticas eran ideales para la producción de bienes derivados del algodón. En Estados Unidos, los procesadores de carne se agruparon en Chicago, porque era el lugar donde se embarcaban vacas y cerdos procedentes de las zonas rurales del oeste con destino a las zonas urbanas del este.
Es inevitable que conforme una ciudad florece y atrae más talento y capital, muchas otras pierdan relevancia económica. Por eso siempre hubo jerarquías urbanas claramente discernibles, que a su vez se corresponden con diferentes niveles de riqueza. Pero esta pauta no es del todo uniforme. Por ejemplo, en un país muy centralizado como Francia, la mayoría de las actividades económicas se concentran en París, mientras que en un país federal como Alemania, la distribución regional es más pareja.
En cualquier caso, las grandes ciudades no han dejado de prosperar y de crecer, incluso mientras la globalización y la reducción de los costos de transporte llevaban a muchas empresas a repartir su capacidad productiva por todo el mundo. La razón de esta expansión urbana continua es simple: los empleos cognitivos en centros tecnológicos y financieros dependen en gran medida de interacciones presenciales, que permiten a los participantes mantenerse a la vanguardia. Por eso hay una correlación positiva entre la cantidad de patentes y el tamaño de las ciudades.
Pero es muy posible que las nuevas tecnologías reduzcan el incentivo al agrupamiento y al hacerlo alteren las jerarquías urbanas. Las plataformas digitales, en particular, proveen ocasiones de interacción social y profesional a distancia. Las teleconferencias, las herramientas de colaboración virtual, las aplicaciones de citas y muchas otras innovaciones son formas efectivas de obtener desde la distancia algunos de los beneficios de la aglomeración. El potencial ya era evidente antes de la pandemia y ahora se está materializando a gran escala.
Si hubiera una reducción permanente de la demanda de encuentros presenciales, podría ocurrir que los costos derivados de la aglomeración en ciudades atestadas, contaminadas y caras empiecen a superar los beneficios y alienten incluso a profesionales cualificados a radicarse en ciudades más pequeñas, donde disfrutarán de un mayor poder adquisitivo y un mejor nivel de vida. Al fin y al cabo, muchas de las oportunidades profesionales y de esparcimiento que distinguen a ciudades como París, Nueva York y Londres sólo están al alcance de una pequeña élite provista de medios para el gasto discrecional. Este reducido grupo de personas es el que más motivos tiene para mantener pobladas esas ciudades.
Es verdad que el cambio estructural que supone el abandono de megaciudades ultraconcentradas no tendría precedentes históricos. En el pasado, las ciudades en decadencia se abandonaban para seguir al capital y a las oportunidades de empleo cuando se iban a otro centro urbano importante. Pero ahora puede ser que el movimiento sea en la dirección opuesta: de áreas urbanas ricas a zonas económicamente deprimidas, donde quienes cuenten con un ingreso disponible podrán disfrutar de una calidad de vida mucho mejor mientras conservan empleos radicados en otro lugar. Esto sería no sólo una reorganización sino también un achatamiento de las jerarquías urbanas tradicionales.
No quiere decir esto que se avecine la «muerte de la ciudad» ni nada parecido. La vida virtual jamás será un sustituto perfecto del contacto real, y la mayoría de los traslados no serían hacia una existencia eremítica en el campo, sino más bien hacia ciudades pequeñas y medianas.
Además, los mercados laborales seguirán imponiendo límites ineludibles. Por ahora, el teletrabajo sólo es aplicable a más o menos un tercio de los puestos de trabajo en Estados Unidos y Europa, y muchos corresponden a profesiones donde los beneficios de los efectos de red que pueden hallarse en áreas urbanas vibrantes todavía serán importantes. Al final, las ciudades donde estén radicados formalmente los empleos conservarán más poder económico relativo que otros lugares.
Sin embargo, incluso una repoblación gradual, parcial, de áreas menos desarrolladas puede generar amplios beneficios, en particular al ayudar a cerrar divisorias regionales que los últimos años fueron explotadas por políticos populistas en los países de Occidente. Según el economista Enrico Moretti, de la Universidad de California en Berkeley, la introducción de un puesto de trabajo cualificado en una economía local tiende a crear al menos cinco puestos menos cualificados y ayuda a elevar los niveles de vida de todos los residentes del área. De modo que con el tiempo, la llegada de trabajadores cualificados a ciudades antes marginadas puede aumentar el dinamismo y la resiliencia de las economías locales y servir de base a un modelo de crecimiento más equilibrado en términos geográficos y socioeconómicos.
Los gobiernos deben facilitar la transición, mediante la creación de una infraestructura digital adecuada en las áreas periféricas, beneficios fiscales a quienes se muden y más incentivos al teletrabajo. En Europa, donde miles de pueblos con siglos de historia han quedado totalmente despoblados, esas políticas tendrían enormes beneficios, en particular porque serían mucho más eficaces para reducir las disparidades geográficas que el aumento de impuestos a las élites urbanas.
Hasta hace unos meses, las megaciudades eran el futuro. Pero después de la pandemia, habrá mucho bueno que decir de las ciudades más pequeñas.
Edoardo Campanella es integrante del Centro para la Gobernanza del Cambio en la IE University en Madrid.
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