El 12 de junio pasado, mientras once colegios secundarios de Buenos Aires eran tomados por algunos de sus alumnos en apoyo de la despenalización del aborto, la vicepresidenta del centro de estudiantes del Carlos Pellegrini, una adolescente de 17 años, fue entrevistada por un canal de noticias. “Hay poques diputades que están indecises y queremos mostrarles que a nosotres no nos va a pasar por al lado que decidan que sigan muriendo mujeres o decidan frenar eso”, dijo. Luego continuó, siempre cambiando las “o” por las “e” para romper con la convención de un género masculino omnipresente: estaba hablando con lenguaje inclusivo.
El video de la entrevista se viralizó rápidamente. Para algunos (incluido el periodista Eduardo Feinmann, que confrontó en una entrevista con otra adolescente por este asunto) era como un stand-up extravagante; para otros, un ejemplo de la potencia política que puede cargar una lengua.
En los días que siguieron, el lenguaje inclusivo dejó un reguero de pólvora en los medios, al tiempo que estos descubrían la expansión en hablantes muy jóvenes y la contigüidad nada casual con la discusión por el aborto.
“Toda lengua es un organismo vivo y dinámico”, dice Santiago Kovadloff, poeta, filósofo y miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. “Estamos viendo un proceso evolutivo que se traduce en fenómenos sintomáticos que provienen de fenómenos sociales: una demanda que no sólo es lingüística y que no podemos prever dónde se va a detener”.
Las lenguas evolucionan por varios motivos: el contacto y la “contaminación” con otras lenguas, el ahorro de energía en la articulación o en la sintaxis, la evolución histórica de la sociedad que la habla, la permanencia de “errores” que se adoptan como usos correctos y también la adopción de nuevos elementos o modos para nombrar o configurar nuevas realidades. En este momento, el idioma español castellano, que se formó en el siglo XI, parece estar atravesando un movimiento de sus placas tectónicas.
Las preguntas de fondo son: ¿Por qué el género gramatical masculino se usa para definir un plural que a veces incluye más mujeres que hombres? ¿Por qué se codificó como lo que los lingüistas llaman técnicamente “género no marcado” y el femenino quedó como “género marcado”?
¿Y por qué hasta ahora nunca nos había llamado la atención?
“Usar el género gramatical masculino fue por mucho tiempo una manera económica y efectiva de llamar a los grupos de acuerdo a la mayoría de sus miembros”, dice Karina Galperin, Doctora en Lenguas y Literatura Romances de la Universidad de Harvard y profesora de la Universidad Di Tella. “Pero la expansión rápida del lenguaje inclusivo se da porque las cosas cambiaron y es ridículo, por ejemplo, hablar de ‘los ministros’ en el nuevo gabinete español, donde 11 entre 17 son mujeres”.
Todo lenguaje es político, dicen algunos lingüistas. “En este caso la modificación no es sólo por una voluntad política”, sigue Galperin. “Todo lenguaje es político, pero también es práctico”.
El lenguaje inclusivo no es sólo un movimiento en el idioma español: también se da en el francés, el portugués, el alemán y el hebreo. En España hay guías publicadas para su uso en dependencias oficiales. En Francia, el gobierno lo prohibió en textos oficiales y la Academia de la Lengua lo describió como una “aberración ‘inclusiva’” que pone al idioma “en peligro mortal”.
El asunto comenzó hace unos 20 años en los ámbitos contraculturales y de activismo político antisexista reemplazando las “a” y las “o” con “@” y con “x”. En vez de “todos” y “todas”, “tod@s” o “todxs”.
Pero con las “e” las cosas se aceleraron.
“La ‘@’ y la ‘x’ daban una solución al asunto del género gramatical porque imponían un género neutro, pero la ‘e’ trajo una ventaja”, dice Galperin. “Con la ‘e’ se puede hacer una práctica oral del lenguaje inclusivo”.
Hace poco, la Real Academia Española de la Lengua se pronunció en contra del uso de la “e”:
#RAEconsultas El uso de la letra «e» como supuesta marca de género es ajeno al sistema morfológico del español, además de ser innecesario, pues el masculino gramatical funciona como término inclusivo en referencia a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos.
— RAE (@RAEinforma) 18 de junio de 2018
“La potencia de lenguaje inclusivo está en el ámbito público”, dice el lingüista Santiago Kalinowski, director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras. “Es un fenómeno discursivo político retórico”.
Mientras que la Academia Argentina de Letras no se ha pronunciado sobre el tema, en un artículo titulado “La lengua en el centro de un debate social: el caso del lenguaje inclusivo”, publicado en el sitio web del Departamento que dirige, Kalinowski sostiene que la discusión debe girar en torno a las percepciones que se asocian a un determinado uso lingüístico, más que a la discriminación esencial de ese uso.
“La lengua no se cambia por decisión, salvo excepciones mínimas y marginales”, dice. “Un cambio gramatical tan grande como éste nunca se vio en la historia: implica nuevos pronombres y nuevas morfologías frente a una estructura que se ubica muy profundamente en las reglas que los hablantes tienen en la cabeza. Por ahora, esto es parte de una lucha política, pero la lengua no va a cambiar tan rápido”.
Hay 577 millones de hispanohablantes y lo que sí parece claro es que la mayoría de los que usan el lenguaje inclusivo son muy jóvenes. En un post de Facebook, la novelista Fernanda García Lao, de 51 años, escribió:
La vida del lenguaje inclusivo recién empieza.
“Incluso los universitarios ya son viejos para hablarlo”, dice Karina Galperin. “Y aunque este componente generacional también tiene que ver con la militancia política, en realidad está más allá de ella. La nueva generación tiene una realidad diferente a la de los mayores. Los jóvenes ven un mundo diferente, más igualitario. Por eso, el lenguaje inclusivo no es un intento de hacer menos machista a la lengua, sino de ponerla a la par de una realidad”.
Foto apertura: Twitter.com/vickyginzberg