“Nosotros somos de reunirnos, de besarnos, abrazarnos, apretujarnos… Es nuestra marca registrada, pero en este momento hay que decirle que no a estas costumbres argentinas”, decía Guillermo Francella en el comercial de una cerveza al principio de la cuarentena obligatoria. Continuaba: “Resistamos las ganas de darnos un beso, de chocar las manos, de encontrarnos, de sentarnos todos en una larga mesa…”.
Tener que estar a dos metros de cualquier otra persona resultaba, antes del 20 de marzo, difícil de imaginar.
En esos mismos días, el presidente Alberto Fernández contaba que el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, le había enseñado un nuevo saludo para evitar el contacto: “Poner la mano derecha en el corazón y decir: ‘¿Cómo estás?’”. Agregaba: “Yo soy abracero, besuquero, doy la mano, abrazo cuando hablo. Me estoy volviendo nórdico, más frío” (aún no se había referido a las estadísticas suecas).
Lo que el presidente y el actor hacían notar era el relevante desafío cultural que para los argentinos empezó cuando llegó el coronavirus: ¿cómo renunciar a nuestra famosa cercanía interpersonal, esa que nos lleva a besar a personas que no conocemos y a tocar a cualquiera en (casi) cualquier situación? ¿Cuán cerca viene siendo, desde entonces, demasiado cerca? ¿Cuán cerca viene siendo… peligroso?
En 2017, un estudio titulado “Distancias interpersonales preferidas: una comparación global” midió en casi 9.000 personas de 42 países la distancia tolerada frente a extraños, conocidos e íntimos. Argentina, con 77 centímetros, resultó el país que acepta mayor cercanía física con extraños. Perú y Bulgaria completan el podio. Y esto se sigue viendo todos los días en la calle, en los negocios y en el transporte público, donde a veces la gente guarda poco la distancia. Incluso en cuarentena y con un decreto que dice: “Que el distanciamiento social interpersonal de DOS (2) metros junto con la utilización de tapabocas, la higiene de manos, respiratoria y de superficies son medidas preventivas para reducir la transmisión interhumana del SARS-CoV 2”.
El costo anímico de todo esto no es menor. “Al tener que aislarnos y recluirnos, la oportunidad de abrazarnos, tocarnos o besarnos ha quedado suspendida”, dice ahora la psicóloga Mariela Rodríguez Rech, que coordina el Área de Gestión y Planificación de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud de Mendoza, y que es miembro de RED/ACCIÓN. “Esto genera, entonces, la vivencia de que cuanto más lejos estemos del otro, mucho mejor. La distancia social deja como secuela un no saber cómo manifestar el afecto hacia el otro. La palabra es una manera, pero muchas veces es necesario el cuerpo como vehiculizador de la misma. No hay palabra sin cuerpo, porque en el cuerpo es donde resuena”.
“¿Qué hacemos entonces, en los tiempos que corren, para acompañar un ‘te quiero’ con la correspondiente expresión corporal, sea un abrazo, una caricia o un beso?”, se pregunta Rodríguez Rech. “Por el momento estamos contenidos, pero quizás esto nos lleve a transformar esta situaciones, a volvernos creativos, innovadores. Un abrazo no se puede reemplazar, pero se puede acompañar este ‘te quiero’ con la voz. La voz es cuerpo también y no es lo mismo escribir ‘te extraño’ en un texto de WhatsApp que grabarlo, ponerle intención, emoción. En definitiva, ponerle la carga emocional necesaria para hacerle saber al otro que a pesar del distanciamiento social, el afecto está y habrá que buscar modos alternativos que suplan transitoriamente lo que por el momento no está”.
No todos los gobiernos del mundo indican dos metros de distancia, aunque sí la mayoría. Estados Unidos ordena 1,83 metro (6 pies); Alemania, Turquía y México: 1,50; Italia, China e India: 1.
La Organización Mundial de la Salud informa que las partículas de coronavirus pueden viajar hasta 1 metro cuando una persona las expulsa con su saliva. Pero en Wuhan, donde comenzó la epidemia, los científicos encontraron partículas de coronavirus en el aire tan lejos como a 4 metros. Y en el MIT de Estados Unidos las partículas alcanzaron 8 metros.
El riesgo de contagio es mayor cuando el tiempo de contacto crece. Y es peor en lugares cerrados: un estudio en 120 ciudades chinas demostró que de 318 brotes, sólo 1 se dio al aire libre (108 fueron en el transporte público y 254 en casas, la primera categoría, lo que hace del coronavirus un virus esencialmente doméstico).
En este mundo en el que nosotros mismos parecemos estar convirtiéndonos en partículas aisladas, la novedad de Google es Sodar, una función de realidad aumentada para Chrome (en Android) que utiliza la cámara del teléfono para comprobar si estás manteniendo la distancia de 2 metros con la gente a tu alrededor.
Además, en la Argentina, una empresa de tecnología, Practia, desarrolló un sistema para medir la circulación de personas y su distancia en espacios públicos abiertos o cerrados; y para contribuir a contabilizar la cantidad de gente con tapabocas.
Y en Rosario, a principios de julio se delinearon círculos en el Parque de las Colectividades para garantizar el distanciamiento físico:
Le preguntamos a nuestros miembros y lectores si habían cambiado sus hábitos relacionados con los abrazos y los besos. Esto nos respondieron:
- “No abrazo más que a mi novio-marido desde el 15 de marzo” / @gigigro
- “Me siento maaal, quiero abrazar, besar, compartir, ir al teatro, cine, bar, boliche, museo, etc etc etc!” / @nadiuskaruiz
- “Me junté con mi novia después de mucho tiempo y fue raro, como desconocidos” / @santibuscaglia
- “+4 meses que no beso, abrazo ni tengo sexo… Nunca me gustó el sexting, estoy intentándolo…” / @luciacaponpaul
Anteayer, una joven arquitecta mendocina, Belén Miralla, prendió la tele y estaban dando una película. Comenta en Facebook que los personajes, dos amigas, se saludaron con un beso y un abrazo, y que a ella le dio una sensación de rechazo: “Espero que esa sensación se me vaya cuando vuelva la normalidad post-nueva normalidad”.
“Creo que cabe una hipótesis a futuro, aun con la vacuna, de que disminuya la costumbre argentina de efusividad que algunos extranjeros ven con cierto rechazo y otros con envidia”, dice ahora Miguel Espeche, coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano. “Me parece que va a bajar, pero luego de a poco retornará la confianza, una vez que se vaya el miedo. Y surge una reflexión: si no hubiera aparecido esta pandemia, muchos de nosotros ni siquiera hubiéramos sabido que otra pandemia, la de la gripe española, mató a 50 millones de personas en 1918, el año en el que terminó la Primera Guerra Mundial. Una vez que pasa una pandemia, la gente se olvida. No pasa lo mismo con las guerras”.
Mientras tanto, la vida sigue. Y el dueño de un complejo de canchas de fútbol con pasto sintético acaba de inventar en Pergamino el “metegol humano”. Se llama Gustavo Ciuffo y así lo describió: “Hay dos equipos de cinco jugadores como máximo, o estaríamos fuera del decreto. Es una cancha de 12 rectángulos. Cada jugador va a un rectángulo. El objetivo es pasar la pelota de línea a línea para convertir goles sin que el equipo contrario la intercepte, prohibiendo la salida del rectángulo”. Se inspiró en los entrenamientos de Marcelo Bielsa.
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