Un shock repentino alteró el proceso habitual de toma de decisiones y obligó a los gobiernos a tomar medidas urgentes. Una combinación de desconfianza, miedo y errores de percepción destruyó los vínculos en los que se basa la civilización moderna.
Ocurrió en 1914, cuando Europa se pasó todo el verano movilizándose para la guerra. Pero la descripción es igualmente aplicable a 2020. La peor pandemia desde el brote de gripe de 1918‑20 se está convirtiendo rápidamente en una crisis sistémica de la globalización, que puede crear el escenario para la confrontación geopolítica más peligrosa desde el final de la Guerra Fría.
En apenas dos semanas, la pandemia de COVID‑19 paralizó la tercera parte de la economía mundial y provocó la mayor perturbación económica desde la Gran Depresión. El factor más importante que definirá la evolución futura de esta crisis es el liderazgo colectivo. Pero este componente crucial sigue ausente. En medio de un duro enfrentamiento entre Estados Unidos y China, el liderazgo global tendrá que salir de otro lugar que no sea ni Washington ni Beijing.
Además, para sentar las bases de una cooperación internacional renovada, hay que refutar tres mitos. El primero es que la COVID‑19 se puede calificar como un imprevisto «cisne negro» para el que nadie podía estar preparado. En realidad, promotores de la salud pública como Bill Gates y epidemiólogos como Michael Osterholm de la Universidad de Minnesota llevan años advirtiendo acerca de los riesgos sistémicos que plantean los coronavirus y la gripe (lo mismo han hecho importantes organismos de inteligencia).
La enorme magnitud de esta crisis es producto de nuestra incapacidad colectiva para pensar en términos no lineales o para escuchar las claras advertencias de los científicos. Peor aún, es probable que la COVID‑19 sea apenas un ensayo general de los desastres que nos aguardan como consecuencia del cambio climático, sobre todo cuando crucemos el límite de 1,5 °C de aumento de la temperatura por encima de los niveles preindustriales, a partir de inicios de la década de 2030.
El segundo mito es que con la COVID‑19, la globalización ha quedado desacreditada. Es verdad que los aviones aceleraron el ritmo de propagación del coronavirus en comparación con las formas de viajar del pasado. Pero la globalización también nos proveyó la información, la medicina, la tecnología y las instituciones multilaterales necesarias para un combate eficaz no sólo contra los virus, sino contra todas las otras amenazas colectivas que nos confrontan.
Como hoy existe una comunidad científica internacional vinculada a través de las tecnologías de la información y de las comunicaciones, fue posible secuenciar en poco tiempo el genoma del nuevo coronavirus y publicarlo el 12 de enero, menos de dos semanas después del anuncio de un brote en China. Y ahora investigadores de todo el mundo comparten sus hallazgos en la búsqueda de una vacuna. Nunca antes hubo tanta gente de tantos países colaborando en un mismo proyecto.
El tercer mito es que las herramientas de gestión y esquemas institucionales actuales nos sacarán de esta crisis. Lo cierto es que las organizaciones internacionales pueden movilizar apenas una fracción de los recursos necesarios para contener el virus y sus consecuencias económicas. A menos que cambiemos el modo de funcionamiento de instituciones como la Organización Mundial de la Salud y aprovechemos mejor los recursos de los actores privados, nuestras expectativas quedarán insatisfechas.
La pandemia de COVID‑19 llegó en un momento crítico y aceleró una crisis de cooperación internacional más profunda. Resolver ambas demandará un grado significativo de innovación, y un inmenso esfuerzo cooperativo para alcanzar un equilibrio estable entre el crecimiento económico y el bienestar social. No será fácil. No sólo debemos cambiar las instituciones y, más en general, los sistemas económicos, sino también cambiar nosotros mismos.
La agenda que necesitamos incluye cinco puntos. En primer lugar, tenemos que buscar un liderazgo más inclusivo en el nivel global. En vista de las dificultades actuales en la relación entre Estados Unidos y China, el resto del G20 debe unirse para generar nuevas ideas respecto de cómo resolver la crisis del sistema de comercio internacional, la creciente competencia de suma cero en torno de la tecnología y la destrucción de la confianza en los marcos multilaterales.
La Unión Europea, el Reino Unido, Japón, Canadá, Indonesia, la India, Corea del Sur y Brasil, en particular, deben asumir un papel mayor para ocupar el vacío de liderazgo.
En segundo lugar, necesitamos nuevas coaliciones de liderazgo, en varios niveles, con inclusión de organizaciones de la sociedad civil, el sector privado, laboratorios de ideas y otros actores. Si el liderazgo oficial habitual no aparece, es necesario que otras partes intervengan.
En tercer lugar, hay que asegurar la fluidez del proceso de desarrollo y distribución de una vacuna contra la COVID‑19. Los estados miembros del G20 deben tomar como base sus compromisos previos para trabajar con organizaciones internacionales y actores privados en la creación de una plataforma para la provisión rápida y equitativa de una vacuna. Estamos ante un desafío inédito que demanda una coalición inédita.
En cuarto lugar, necesitamos más poder de fuego para resolver la crisis financiera que se cierne sobre las economías emergentes y en desarrollo. El Fondo Monetario Internacional debe emitir de inmediato un nuevo tramo de sus derechos especiales de giro, y los acreedores soberanos nucleados en el Club de París, en estrecha coordinación con China, deben hacer algo en relación con los niveles de deuda cada vez más insostenibles de los países deudores.
Finalmente, la comunidad internacional debe comenzar a crear las coaliciones que se necesitan para garantizar el éxito de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP26) el año entrante. El mundo necesita con urgencia mayor compromiso en lo referido al clima y al medioambiente, en particular para cortar el vínculo entre el retroceso de los hábitats naturales y los brotes de enfermedades zoonóticas.
La historiadora Margaret MacMillan concluye su análisis de la marcha del mundo hacia la guerra en 1914 con un mensaje crucial: «si quisiéramos señalar culpas desde nuestra perspectiva del siglo XXI, podríamos acusar de dos cosas a quienes llevaron a Europa a la guerra. Primero, de falta de imaginación para ver cuán destructivo sería un conflicto semejante; y segundo, de falta de valor para enfrentarse a quienes decían que no quedaba otra opción que ir a la guerra. Siempre hay otras opciones».
Los costos de la inacción hoy han sido asombrosos. En vez de limitarnos a aceptar el colapso del sistema multilateral, debemos empezar a imaginar los nuevos mecanismos de solidaridad que esta crisis demanda.
Bertrand Badré, ex director gerente del Banco Mundial, es director ejecutivo de Blue like an Orange Sustainable Capital y autor de Can Finance Save the World? Yves Tiberghien, copresidente de Vision 20 Initiative, es profesor de Ciencias Políticas y director emérito del Instituto de Investigaciones Asiáticas en la Universidad de la British Columbia, Canadá.