Todas las mañanas, Sofía Pascual camina por un sendero de tierra desde su residencia en Gros-Morne, un pueblo al norte de Haití, a una pequeña escuela al lado del río. La caminata, dependiendo de la lluvia y el estado del camino, le lleva alrededor de media hora. En la escuela, esta argentina de 21 años enseña inglés, trabaja con otros maestros para implementar nuevas estrategias de enseñanza y dicta un taller de fútbol.
Sofía es una de las miles de personas que han llegado a Haití como voluntarias desde el devastador terremoto del 2010 que dejó más de 300.000 muertos y 1,5 millones de personas sin hogar. A pesar del flujo de ayuda humanitaria, donaciones y voluntarios, la pobreza en Haití sigue creciendo y es considerada la más alta del hemisferio occidental, según el Banco Mundial.
En esta conversación con RED/ACCIÓN, Sofía cuenta cómo llegó de Bella Vista hasta Haití, sus percepciones del país isleño, y la importancia de generar vínculos con la comunidad.
¿Por qué decidiste irte a Haití?
Yo hice el secundario en ell colegio Jesús María, en Bella Vista, y desde los 15 años que nos llevaban a misionar a Chaco. Estuve tres veranos seguidos misionando ahí. Me encantaba el vínculo que se generaba con la gente, el cariño.
Después de terminar el colegio empecé a estudiar Ciencia Política. Me gustaba mucho, pero sentía que necesitaba algo más concreto que me diera herramientas para trabajar con la gente. Fue ahí cuando me acerque a la Congregación de Jesús María, una red internacional de organizaciones cristianas, y me ofrecí para irme de voluntaria un año a donde más necesiten mi ayuda. No tenía un destino concreto, Jesús María tiene colegios y proyectos de voluntariado alrededor del mundo. En esta ocasión, me dijeron que donde más se necesitaba ayuda era Haití.
¿Cuál fue tu primera impresión del país?
El primer impacto que tuve fue en el avión, ver la tierra, las montañas y las parcelas con toda la cantidad de casas juntas. Me impactó mucho verlo desde arriba y pensar ‘¿Cómo me metí acá?’. Es todo diferente, fue un choque de una realidad distinta, un idioma distinto.
¿Cómo funciona el proyecto de voluntariado?
La casa de voluntariado funciona con varios proyectos. Ahora somos 4 voluntarias, dos de Estados Unidos, una de Nepal y yo.
Hay una escuela donde van más de 550 chicos, desde jardín hasta sexto grado. Por las mañanas yo doy clases de inglés ahí. También busco generar un acercamiento con los profesores y enseñarles otros métodos de enseñanza que no se basen solo en la repetición. A la tarde, en el mismo espacio de la escuela, abrí un taller de fútbol para que los chicos puedan hacer deporte.
También hay un hospital donde llegan muchas donaciones y un proyecto de agronomía donde se trabaja con cultivos, pollos, pescados. Además hacemos talleres de salud en comunidades que están más alejadas, que están aún peor en términos de acceso a servicios básicos.
¿Cuáles son algunas de las problemáticas más serias que ves?
La educación de Haití deja mucho que desear, los métodos, los programas, la formación de los docentes. Aunque este punto en el último tiempo mejoró mucho aún queda mucho por hacer. Una persona que no tiene buenas notas o que no termina el colegio no es nada acá. La nota final de sus estudios vale mucho más que el resto de sus capacidades.
Con lo que respecta a la salud es aún más complicado. Pasa mucho que llegan donaciones de medicamentos vencidos o próximos a vencerse, medicamentos que acá no saben cómo usarlos así que no los recetan o es tanta la desorganización que capaz no llegan a enterarse que los tienen.
El sistema de salud es pequeño comparado a la cantidad de habitantes que hay. En donde estoy yo hay un solo hospital, privado, para las 300.000 personas que viven acá. La salud pública no es siempre gratuita, depende de los casos, y son pocos los hospitales y centros donde pueden atenderse.
Para colaborar con la salud hay muchísimo que hacer, el desafío es que esos esfuerzos estén bien direccionados, porque sino quedan perdidos en un container por 3 años, como ha pasado más de una vez.
¿Qué es lo que más te sorprendió?
Lo que más me queda en la cabeza es que solemos tener visiones erróneas de los lugares que no conocemos personalmente. Antes de venir a Haití, las historias que me llegaban eran sobre lo peligroso que era, sobre las enfermedades. Todo un panorama muy triste.
La verdad es que hay situaciones feas. Pero también es un país con mucha alegría a pesar de la tristeza, y acá vale más la alegría que en otros lugares donde se sufre menos. collie sensitivity to ivermectin Es una cultura con mucha fuerza, la población le mete mucha garra para salir adelante.
¿Cuál esperas que sea tu impacto estando allá?
El tiempo que me voy a quedar lo va a marcar. Me puse la meta de quedarme un año para verdaderamente llegar a conocer la comunidad, generar un vínculo, estudiar el idioma.
Es difícil medir el impacto. Algo que se aprende en el voluntariado es que es un trabajo que se mide por lo que uno hace en un día. No es tanto decir que en un año pude darle 30 mochilas a 30 chicos, sino pensar con quién hablé hoy, con qué profundidad conecté con esa persona. ivermectin and withdrawl time for slaughter
¿Qué le dirías a alguien que quisiera hacer un proyecto similar?
Invitaría al que tiene un sueño y ganas de hacer algo a que se anime. No hay que esperar a que la vida pase y que alguien un día venga a pedirte ayuda para algo. Si te interesa dar una mano en algo, hay que acercarse y fijarse en qué se puede ayudar, ya sea en otro país o en un hogar para personas mayores en tu barrio. human adverse reaction ivermectin