Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
Mientras posábamos las miradas en el número de personas con coronavirus, otra curva crecía: la de la solidaridad. Con los efectos de la pandemia y la cuarentena también aumentó la cantidad de voluntarios en organizaciones sociales y gobiernos locales y provinciales para, por ejemplo, hacer compras a poblaciones de riesgo, dar contención telefónica o ayudar con conocimiento médico.
Muchos de ellos, de distintas edades, son voluntarios por primera vez.
Algunos números ilustran la “curva solidaria”. Por ejemplo, el programa UBA en Acción, de la Facultad de Medicina, convoca desde 2014 a voluntarios de la ciudad de Buenos Aires y suelen anotarse unos 1500 cada año. Este año se anotaron cerca de 7000 (2800 de ellos abocados a una campaña de vacunación especial por la pandemia).
Otro caso: Helpers –una ONG que asiste en situaciones de emergencia– tenía antes de la cuarentena alrededor de 1100 voluntarios. Hoy supera los 4000.
“Todos quieren hacer algo. Estamos explotados de solidaridad”, resume un conmovido Juan Carr, fundador de Red Solidaria.
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Tanto Juan Carr como Mariela Fumarola (de Caminos Solidarios) coinciden en que los argentinos son solidarios y lo reflejan en las crisis. Pero que esta es particular. “Una prueba de fuego”, la llamó Juan.
¿Por qué? Porque a diferencia de otras crisis, como una inundación, esta golpea a diversos grupos y de distintas maneras. Por ejemplo, afecta a la economía (especialmente a la de los trabajadores informales y las pequeñas empresas), impide continuar tratamientos médicos con normalidad o realizar trámites, e hizo disminuir en un principio los donantes de sangre.
Pero, además, la cuarentena nos iguala porque afecta a todos: hace más fácil ponerse en el lugar de quien la pasa mal.
“Nos dimos cuenta de que queremos y necesitamos lo mismo. Todos estamos sensibles, tenemos los mismos miedos. Estamos más unidos que nunca”, se explaya Mariela.
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El deseo de ayudar tiene una contraparte: el riesgo del contagio. “En este contexto, la mejor forma de ayudar es no saliendo”, advierte Manuel Lozano, de la Fundación Sí, que, para asistir a personas en situación de calle con sus habituales recorridas, trabaja ahora con un grupo reducido.
En la misma línea, en Caminos Solidarios desalientan a los nuevos voluntarios hacer recorridas. Pero esto no significa que la ayuda se pare. Por un lado, algunas de estas organizaciones trabajan en forma colaborativa: crearon un grupo de WhatsApp para dividir tareas y se turnan para, con una presencia menor en la calle, poder abarcar todas las zonas.
Pero, a la vez, hay muchas otras formas de ayudar, como con donaciones de dinero (muchos usan con fines benéficos el dinero que no pueden gastar en recreación).
“El voluntariado digital también es voluntariado”, dice Juan sobre la divulgación de cuentas para donar o de actividades de organizaciones sociales que se pueden hacer en casa. Mariela, por su parte, enfatiza que por ejemplo “es muy útil que las personas cocinen en sus casas para los demás”.
En esta nota y en esta sección de la guía de RED/ACCIÓN para vivir en tiempos de coronavirus hay más ideas sobre cómo ayudar desde tu casa.
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Aunque las formas de ayudar son distintas, hay motivos comunes. Hablé con varios voluntarios (algunos de ellos lectores de RED/ACCIÓN). Acá resumo experiencias que dan pistas sobre algunas razones que llevan a colaborar.
En algunos casos, la pandemia nos volvió más sensibles. “Visibilizó en mí la gente que día a día se traga la rutina, gente que siempre ves pero no la ves”, dice Daniel Jiménez (30 años), quien comenzó a ayudar en el comedor de San Telmo “La Olla”.
“Hay crisis con alternativas, en las que al menos se puede salir a pedir o hacer una changa”, analiza Silvina Grillo, quien cocina en su casa de Belgrano para gente del barrio 31 a través del proyecto Convidarte 31.
Al mismo tiempo, la palabra “empatía” se repitió en mis conversaciones con varios voluntarios, quienes, así, confirmaron lo que dicen Juan y Mariela: que nadie está al margen de esta crisis.
La situación despertó la gratitud y nos hizo valorar lo que tenemos. Muchos entendieron que, aunque la situación los toca, pueden ayudar.
“Con tanta inestabilidad para muchos trabajadores, me siento privilegiada de tener un salario seguro. Por eso me pareció una forma linda de compartir un poco de mi privilegio”, me dijo Bárbara (29), mi hermana, sobre la comida que también prepara para Convidarte 31.
Néstor Abad (32), por su parte, se anotó en Mayores Cuidados, el programa del gobierno porteño para asistir a adultos mayores. Le asignaron a una señora a quien le hace las compras de comida y medicamentos. “Todos vamos a llegar a esa edad y ahora ellos necesitan de gran ayuda”, analiza.
Muchos buscan sentirse útiles, a veces por su profesión. Carlos Padilla (25) está en el último año de Medicina de la UBA. Se anotó como voluntario y trabaja en uno de los centros de vacunación distribuidos en Capital Federal. “Trato de ayudar ya que tengo un poco más de conocimiento en salud que la población general”, destaca.
Algo similar le pasa a Lautaro Fuentes (26), guardavidas e instructor y ahora voluntario en un hospital de San Fernando por la Cruz Roja. “Con los conocimientos que tengo [primeros auxilios, psicología de la emergencia] puedo ser útil en esta situación”, dice.
Algunos tienen más tiempo libre o la facilidad de estar en casa. Es el caso de Carlos y muchos voluntarios de UBA en Acción, quienes no pueden realizar –por la cuarentena– el internado anual rotatorio, el último año de Medicina. Y usan su tiempo dando una mano.
El tiempo libre, además, “hace ver otras realidades”, considera Silvina (de Convidarte 31) en alusión a la de sectores más vulnerables.
Desde su casa de Misiones, Emilia (33) colabora con la organización Mujeres Autoconvocadas de Iguazú anotando al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) a quienes no pueden hacerlo por falta de recursos técnicos o desconocimiento. “Hago lo que puedo desde casa, pero creo que puede servir”.
Ayudar y contactarse con otros puede ser una vía de escape en cuarentena. “Me airea la cabeza, vuelvo con pilas”, dice Daniel sobre su tarea en el comedor.
Por su parte, Verónica Allende (50), que tiene una empresa de catering, puso su pasión al servicio de Convidarte 31. “Pensar en cómo ponerle creatividad y esmero a los platos me motiva. Me llena de energía y después vuelvo a mi rutina renovada”.
Daniela Paganini (30) es voluntaria en Ayudando en cuarentena, un grupo de jóvenes que hacen compras y trámites a personas mayores. Dice que creó un vínculo con quienes ayuda, que se interesa por ellas e intercambian mensajes. Cree que “recibir una palabra de agradecimiento, relacionarte con quien te necesita hace bien” y que “el contacto con el otro hace llevadero” este momento. “Para algunos, el voluntariado es una forma de evitar la soledad”.
Verónica, a su vez, sintetiza el sentimiento de varios: “La cuarentena nos separó físicamente, pero nos unió gestualmente”.
Por último, la solidaridad es contagiosa (tal vez tanto más que el coronavirus). Al ver los hospitales de campaña en el conurbano, Beatriz (62, técnica en hemoterapia desde hace 25 años), se anotó en cuanto voluntariado vio.
“Me dieron muchas ganas de dar una mano”. La llamaron de Helpers y ayudó a llevar alimentos a una persona con discapacidad que no tenía para comer. “Fui parte de un engranaje junto con otros voluntarios”, dice (el trabajo en equipo es otro factor motivante).
Silvina también percibió el efecto contagio de ayudar: “Cuando me metí en el chat de Convidarte 31 me pareció que todos estaban pasados de motivación, pero enseguida también me motivé. Hay una energía que se potencia en grupo”. En sus bandejas, intentó extender la onda solidaria. En ellas, escribió: “Hoy por ti, mañana por mí”.