Desde que se declaró la pandemia y entramos en cuarentena, en las cárceles argentinas 100 mil personas viven en tensión permanente. Y mucho más que eso: ya hubo motines en Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y, desde esta semana, en la Provincia y en la Ciudad de Buenos Aires.
¿Cuáles son las primeras consecuencias? Siete asesinatos. Federico Rey Ramírez, de 23 años, es la última víctima: murió el miércoles en un penal de Florencio Varela. Recibió ocho balazos de goma y un golpe en la cabeza. Algo parecido pasó en Corrientes, donde a un joven de 22 años lo mataron de un tiro. La Justicia está enfocada en revisar cómo actuaron los penitenciarios.
En los levantamientos de Las Flores y Coronda, en Santa Fe, fueron los propios presos los que mataron a cinco compañeros. Varios de los asesinados estaban acusados o condenados por delitos sexuales.
¿Por qué hay motines? ¿Cómo empiezan? ¿Qué reclaman? ¿Alguien gana con esta situación? ¿Se podrían prevenir?
Vamos paso a paso.
Por qué hay motines "ahora" y no antes
La respuesta es que ahora hay un cóctel de situaciones: tienen menos comida, remedios y drogas; le tienen terror al coronavirus y muchos están “nerviosos” porque les demoran la posibilidad de la prisión domiciliaria que pidió la Justicia.
Vayamos por partes. Con la cuarentena, se terminaron las visitas y no solo perdieron la paz que les generaba ver a un familiar, sino todo lo que les traían: remedios, comida, productos de higiene y también drogas, que a veces pasan con la complicidad del servicio penitenciario.
Sin visitas, la vida en las cárceles es mucho peor porque los servicios penitenciarios no cubren las necesidades mínimas. Y no todos los familiares pueden enviar encomiendas.
A eso se le sumó el covid-19. En el encierro, la información es escasa y los miedos se agigantan. Y con fundamentos, sobre todo cuando lo poco que saben es que el mejor método para cuidarse es mantener distancia. Justo en la cárcel, donde comparten celdas entre dos, tres y, en algunos casos, hasta siete personas.
Un ejemplo: en los penales de la provincia de Buenos Aires había, cuando arrancó 2019, 42 mil presos en espacios para 29 mil. Pero lo que hace estallar un conflicto no es el hacinamiento, sino todo lo que se le sumó.
Cómo empiezan y en qué pueden derivar
Generalmente arrancan en un pabellón. Si el intento por controlarlo se demora, las chances de que otros pabellones se sumen es alta.
“Los pabellones que se suman están instigados por los grupos más radicales”, explica Alberto Sarlo, abogado y voluntario en la unidad 23 de Florencio Varela, donde se dio el último motín. Pero aclara: "No hay organización centralizada. Los pabellones son autónomos y no unifican un plan de motín".
En Florencio Varela, por ejemplo, empezó por un audio que se viralizó y que ejemplifica el terror que le tienen al coronavirus.
“Comenzó a circular un audio en el que un supuesto médico del servicio penitenciario, según se presenta en el audio, dice que tienen el primer caso de covid en el penal 42 del mismo complejo, que se van a contagiar muchos y que van a morir muchos. Algunos chicos se desesperaron, se subieron al techo del pabellón y empezó una represión del servicio. Ahí matan a Federico Rey Ramírez”, cuenta Roberto Cipriano, secretario de la Comisión Provincial por la Memoria, que estuvo en lugar el día del motín.
Efectivamente, el primer caso positivo en el complejo penitenciario de Florencio Varela fue confirmado el fin de semana pasado. Lo que no se sabe es quién creó ese audio o si es falso.
Para iniciar un motín tiene que darse una situación desesperante, porque cuando ocurre, los presos se preparan para terminar muy heridos o muertos. O sea, tienen que estar desesperados por algo para querer iniciarlo.
Así fue siempre. La única, o la principal manera de hacerse escuchar, es exponiéndose: “La voz de los presos no es escuchada ni es creíble. La manera que tienen de ser escuchados es exponer su cuerpo. Es común que se corten, se cosan la boca, hagan huelga de hambre”, enumera Andrea Casamento, referente de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos.
También está claro que la falta de información, o la desinformación, como nos pasa incluso a los que no estamos en prisión, genera pánico.
Veamos un ejemplo de lo poco que saben los presos sobre lo que está pasando. Unos días antes de que ocurrieran los motines y ya autorizados a tener celulares para contrarrestar el aislamiento, un preso del complejo de Florencio Varela me escribió para sacarse dudas muy básicas sobre el coronavirus:
¿Los motines tienen reclamos específicos?
Primero hay una generalidad: mejores condiciones de alojamiento. Eso tiene que ver con el hacinamiento (lo contamos en esta nota), la falta o las malas condiciones de la comida y la pésima atención médica.
En enero, después de una huelga de hambre generalizada en la provincia de Buenos Aires, el servicio penitenciario mejoró la comida. En ese momento le pedí a un preso que me hiciera llegar por sus familiares una foto de las nuevas raciones. Así se veían:
Hace unos días contamos en una nota las travesía que debían hacer los familiares para hacerle llegar ayuda a los presos, y que casi 8 de cada 10 personas detenidas decían que la comida no le alcanzaba, según datos de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos.
Ese mismo relevamiento denunciaba que sólo el 18% recibe por parte del servicio penitenciario los remedios que necesita. “El 70% de las muertes del servicio penitenciario bonaerenses se producen por la falta o deficiencia en la atención de la salud”, asegura Cipriano, de la Comisión Provincial por la Memoria.
Entre los reclamos, entonces, se suman el de medidas para cuidarse del coronavirus. Eso desató el motín en Florencio Varela y ahora el Devoto, en la ciudad de Buenos Aires.
Veamos otro ejemplo: la Comisión Provincial por la Memoria relevó pabellones en los que conviven 140 presos y donde tienen menos de un metro cuadrado por persona de espacio. En ese lugar comparten cuatro canillas.
Y en general, los barbijos no aparecen. El alcohol en gel, tampoco. Sí, tienen jabón y lavandina. Pero muy poco. En otro intercambio con un preso, me envió una foto con este mensaje:
Uno puede elegir creerle o no. Pero lo que está claro es que tiene demasiadas situaciones tensas de las que agarrarse para empezar un reclamo.
Otro argumento, también de mucho peso para iniciar reclamos, son los pedidos de excarcelaciones. “La promesa de empezar a aplicar la ley no se está cumplliendo”, apunta Alberto Sarlo.
¿Qué sería cumplir la ley? Que empiecen a acatar la orden del Tribunal de Casación bonaerense de otorgar el arresto domiciliario "inmediato" a presos de grupos de riesgo ante el contagio de coronavirus y que hayan cometido delitos leves.
Esas excarcelaciones no avanzan porque la Justicia está prácticamente paralizada y escasean las pulseras electrónicas que permiten dar con mayor control la prisión domiciliaria, entre otras razones.
“La falta de respuestas judiciales, y sobre todo de los ejecutivos de las distintas provincias [a necesidades básicas que tienen los presos], hacen que las huelgas, motines y revueltas sean cada vez mayores”, analiza Ariel Cejas Meliare, procurador adjunto de la Procuración Penitenciaria de la Nación.
¿Alguien saca alguna ventaja de un motín?
La respuesta es casi un no. Los pabellones quedan aún en peores condiciones y suelen quemarse colchones.
Además muchos presos salen heridos. Y, sobre todo, hay asesinatos. Posiblemente este último punto es el que hace que la respuesta sobre las ventajas no sea un no rotundo.
“Algo cambia, aunque nunca queda escrito bien qué. Pero cuando ocurre una muerte las autoridades van a querer que no se repita. Y los presos pueden llegar a conseguir un beneficio que incluso por ahí no tenía nada que ver con el reclamo”, reconoce un funcionario del Servicio Penitenciario Bonaerense.
Pero el costo es altísimo: personas asesinadas. Y en muchos casos, como en los motines de Santa Fe, esas víctimas son acusados o condenados por violaciones o abusos sexuales. Son personas a las que dentro de las cárceles no les toleran el delito que cometieron.
“Dentro del código de las cárceles, como lo es en la mirada de la sociedad en general, son más pasibles de violencia”, expone Cipriano.
Las muertes que ocurren en las cárceles siempre implican una responsabilidad del servicio penitenciario, porque todas las personas alojadas ahí están a su resguardo. Pero más allá de eso, si el que cometió el crimen en sí es el propio servicio o los presos, suele ser muy difícil de probar.
Una muestra: cada dos días, un juez recibe una denuncia por tortura en una prisión federal: golpizas, patadas y asfixias. En la última década la Procuración Penitenciaria de la Nación inició 1.561 causas, pero sólo en cinco logró que se condenara a los responsables.
En los motines, en ese contexto de caos, a veces o casi siempre, algunos presos intentan escapar. Por lo general no lo logran, pero esos grupos pueden alentar a que aumente el conflicto.
En esos casos, el motín puede escalar en objetivos y se puede llegar a intentar tomar la sala de control, donde están las armas, y el paso hacia el área administrativa de un penal y luego la calle. Eso difícilmente se logra, porque es lo que los guardias defienden con su vida: si se pierde ese sector muchos podrían morir.
¿Se pueden prevenir los motines?
La respuesta es sí. Pero el “cómo” implica cambios, incluso culturales, muy grandes.
“La prevención es el diálogo; es la única manera”, afirma Cipriano. Y Casamento, referente de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos, coincide: “Se previenen con diálogo para mediar los conflictos. Y con información: que un juez explique, qué expliquen qué pasa con la comida, los medicamentos”.
El referente del Servicio Penitenciario que consultamos también coincide: “Para prevenir un motín, tenés que hablar con los referentes”.
Marcelo Bergman, director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, también cree que es posible prevenir motines: “Se puede lograr con acciones directas por parte de la autoridad penitenciaria, tratando de mejorar las condiciones, tratando de aliviar la situación en la que viven”.
Pero, también coinciden los consultados, en el servicio penitenciario hay un principio: no se puede dialogar mucho porque si se dialoga se demuestra debilidad. Cuál es la lógica: para demostrar fortaleza, muchas veces se apela a la violencia.
Mayor agilidad de la Justicia para resolver los casos, y particularmente ahora, para cumplir con el fallo de Casación, también podrían ser una gran contribución.