Acaba de publicar un nuevo libro, Los dueños de internet, en el que afirma que hay cinco monopolios que dominan el mundo y que a pocos le importa. En esta entrevista dice que estamos en el peor momento de la relación entre la política y la tecnología, y habla del dilema ético de depender de los algoritmos, pero se muestra optimista por la conciencia de que algo tiene que cambiar.
Hace 10 años que Natalia Zuazo escribe sobre la tecnología y su relación con el poder. Durante ese tiempo esta periodista y politóloga ha venido advirtiendo sobre el control que vienen acumulando empresas como Google, Facebook y Microsoft, y el resto de los gigantes que han llegado a dominar internet.
En 2015 escribió Guerras de Internet, un libro que apuesta a explicar cómo funciona la tecnología, quiénes tienen el poder y qué están haciendo las empresas y los gobiernos con nuestros datos.
Zuazo acaba de publicar un nuevo libro: Los dueños de internet. Ahí argumenta que estamos ante una realidad en que cinco monopolios tecnológicos dominan el mundo. Lo llama “el nuevo imperialismo digital”. Le indigna que a pocos le importe. En esta entrevista habla sobre la cobardía de la política respecto a la tecnología y afirma que la revolución digital está generando más perdedores que ganadores, pero dice ser optimista porque se está creando conciencia de que algo tiene que cambiar.
¿Que te hizo escribir este libro?
Todavía hay un respeto acá en Argentina algo reverencial a las grandes empresas y por otro lado hay un doble standard de esas empresas respecto a relacionarse con el mundo cuando quieren promocionar sus productos. No son transparentes. El otro motivo es que cuando yo empecé a escribir este libro, a fines de 2016, ya había algunos cuestionamientos acerca del poder de estas empresas. Yo siempre me hago una pregunta: ‘¿Que pasa acá?’. Cómo Microsoft, Google, Facebook, Uber, las grandes plataformas, se relacionan con nosotros. Si no, siempre nos estamos haciendo las preguntas de otros.
¿Ejemplos?
Uber. ¿Por qué se puede regular en otros países y no vemos lo que sucede acá? A mí, por ejemplo, cuando estaba escribiendo el capítulo de Uber, me sorprendió para bien la charla que tuve con el secretario de Transporte de la Ciudad de Buenos Aires, Juan José Méndez. Él tiene una idea negativa de Uber, pero una idea positiva sobre otras empresas tecnológicas con las cuales trabaja. Cabify es legal y Uber no. Entonces mi intención es darle luz a esos grises y mostrar que no tenemos que comprar necesariamente el paquete tal como viene. Que se puede cuestionar. Y qué preguntas tenemos que hacernos nosotros en Argentina para cuestionar ese paquete.
La pregunta de Google es otra: ¿Dejamos que las empresas que tienen los datos automaticen todas las decisiones sobre nuestras vidas? Incluyendo a qué escuela vamos a ir o si nos van a dar un préstamo en el banco, aunque lo necesitemos. ¿O dejamos que todo eso lo decida el mercado y entonces compramos algoritmos que no sabemos como funcionan pero toman todas las decisiones por nosotros?
Sugerís que es una lucha de poder en la cual la política ha estado ausente...
Me parece que hay una pregunta que también recorre todo el libro, que es por qué la política dejó de ser valiente con respecto a la tecnología. La política pasó a ser un súbdito rendido ante el monarca tecnológico. Y por qué dejó de preguntarse para qué la quiere. Es decir, cuando entraron los ferrocarriles había un proyecto, no quiero decir que el proyecto de Sarmiento era mejor, pero había un proyecto de ferrocarriles para conectar una parte productora con una parte exportadora (porque el proyecto de este país es la exportación). Entonces, hay que preguntarse cómo se va a diseñar esa tecnología para que contribuya a nuestro proyecto de país, cómo politizamos la tecnología. Y mi libro habla de eso. Cuando hablo de Microsoft, pregunto qué educación queremos. Nos comemos el verso de que no sabemos nada respecto al futuro y que los chicos tienen que aprender lo básico o profundizamos en lo que dice la gente que de verdad sabe de educación. Para mí, esa pregunta es relevante. Es importantísima.
¿Quienes son los dueños de Internet?
A mí siempre me pareció importante ponerle nombre a las cosas. Porque está lleno de historias contadas con miedo. Una parte de los dueños de internet son los dueños de la infraestructura; o sea, de los caños y de los servidores. De eso hablé en mi primer libro (Guerras de Internet). Y en este segundo libro hablo de los otros dueños: Google, Microsoft, Facebook, Amazon y Uber.
Que tienen en común estos dueños: son plataformas. Punto uno: las plataformas generan mercados en los cuales si alguien domina una tecnología -por ejemplo, el procesamiento de datos y la inteligencia artificial- se puede quedar con ese mercado. O lo mismo que Uber. Si domina una tecnología para conectar conductores con pasajeros, bueno, domina un mercado. Lo segundo que los caracteriza es que la riqueza de todos reside en los datos de los usuarios.
(Entre Google y Facebook se reparten más del 80% de la publicidad digital en Estados Unidos y Europa. Amazon captura la mitad de cada dólar que los norteamericanos gastan en internet.)
Decís que los datos son el oro del siglo XXI, que antes la riqueza estaba en el petróleo y ahora lo que vale son los bits…
Mientras más datos tienen estas empresas, más ricas son. Porque el cúmulo de información sobre una persona es importante si te puede decir quién es esa persona, dónde vive, qué le gusta, qué cosas compra. Pero es mucho más valioso si te puede decir eso en tiempo real y puede predecirlo. Anticipan tus deseos. Si yo hoy busqué un vestido y una dieta, estoy queriendo estar más flaca para ponerme ese vestido. Las empresas que toman la punta en una tecnología se van quedando con un mercado y por eso todo el mundo las elige. Por que es natural: si Google puede decirte en cuánto tiempo vas a llegar a Caballito, vos le preguntás a Google.
Pero eso tiene implicancias...
Eso nos encierra en un problema, ya que al final las empresas son cada vez más poderosas por su utilidad efectiva. No es magia. Son útiles y entonces como son tan útiles cada vez le damos más datos sin preguntar por qué. Como todo poder grande, si vos tenés mucho poder, podes abusar con ese poder. Sobre todo si nadie te pregunta qué estas haciendo con ese poder.
¿Cual debe ser el rol del Estado?
Te respondo como politóloga. El poder no es un absoluto, es una relación. Las relaciones de poder se modifican constante y complejamente. No hay un momento en que la tecnología nos va a liberar y otro en que nos va a esclavizar. Podemos vivir con la idea de que estamos en el mejor de los mundos y darle todo ese poder. Pero también podemos hacer cosas que cuestionen ese orden establecido. Yo lo que creo es que cuando hay una injusticia hay que levantar la voz. No es que va a cambiar de un día para el otro, pero a mí la idea de relajarse y someterse a lo establecido me parece una idea tristísima. No estamos en el mundo para eso.
¿Regulación versus autorregulación?
Las empresas tecnológicas tienen la norma de la autorregulación. Es lo que vienen haciendo en Estados Unidos. “Las normas las fijamos nosotros y no tenemos que consensuar con nadie lo que hacemos”. Pero eso me lleva a otra pregunta: ¿Por qué la política tiene que dar cuenta de sus acciones y las empresas y corporaciones no?
¿Hay compañías que lo están haciendo bien?
Ya existen rankings de cómo se comportan las empresas en términos de protección de datos y rendición de cuentas en términos de transparencia. The Electronic Frontier Foundation tiene un estudio que aquí replicó, en parte, ADC. Se fija en qué empresas del mercado ofrecen reglas claras a sus usuarios y las cumplen, con qué nivel de transparencia y frecuencia informan a sus usuarios sobre lo que están haciendo, y hace un ranking corporativo. De hecho hay ya muchas empresas en Estados Unidos que están haciendo marketing desde el punto de la privacidad y eso hace que muchos clientes las elijan. En algún momento será lo normal.
¿El mercado los va a forzar?
¡Claro! Estamos en el peor momento de la relación entre la política y la tecnología. Eso va a cambiar.
¿Hay un antes y un después de caso Facebook-Cambridge Analytica?
Yo trabajo hace 10 años en estos temas y definitivamente no pude dormir en la semana de Cambridge Analytica. Esa semana fue una locura y generó preocupación. Cambiar una elección es un componente que nos puede aterrar y creo que hay por lo menos un poquito más de miedo. Lo que pasa con este tema, y otros, es que requiere que nos ocupemos.
¿Se está dando esa conversación?
Nosotros, los usuarios conscientes, siempre vamos a ser una minoría. Yo sé que nunca voy a ser una mayoría. Pero sé que los cambios se producen; primero por una preocupación individual, y después se suma lo colectivo. Si el reclamo no se convierte en algo colectivo no va a pasar nada. Eso es así y lo dice la historia. Hay un punto punto muy importante, que es que los políticos y los legisladores empiezan a tomar consciencia de que esto es parte de otro derecho que hay que defender. El derecho a la privacidad es fundamentalmente el derecho a ser dejado solo. Ese derecho que durante los últimos años perdimos mientras estábamos pensando en otra cosa, debemos volver a recuperarlo.
La nueva regulación europea que entró en efecto la semana pasada, ¿es un avance?
En Europa reformaron una ley que ya existía y la hicieron más estricta. Es un gran paso. Fue una toma de conciencia de los europeos. De decir: “Este tema es un tema que nos tiene que competer”. Hay que poner multas efectivas a las empresas que no cumplan. Las empresas no invierten en seguridad. Las empresas a las que uno le da su confianza y les da su dinero, porque uno les paga, no invierten en seguridad. Si yo pago algo tan estúpido como una membrecía en Match.com para conseguir pareja (lo pongo en casos cotidianos), confío mi intimidad a ese sitio y pago dinero para que me consiga una pareja, que es lo más normal del mundo. ¿Por qué esa empresa no va invertir en mí, si gana plata conmigo y yo le estoy dando mi dinero?
Creo que Cambridge Analytica tocó un poco eso. Tocó: “Che, y si nos pueden cambiar una elección, ¿que onda?”.
¿Qué costo estamos dispuestos a pagar para las mejoras en la calidad de vida que nos está dando la tecnología?
El camino es difícil. Hay que consensuar qué sociedad queremos tener. Yo pago mis impuestos todos los meses aunque se utilicen mal.
Una famosa tapa de la revista Wired decía que en internet todo iba a ser grátis y se apostaba a que la tecnología sería una herramienta para derrotar la desigualdad...
La sociedad necesitaba creer en mitos y ese es uno de los mitos en que en un momento se creyó. Es un mito con el que yo no estoy de acuerdo.
¿Nunca te compraste ese mito de que la tecnología era el camino a una sociedad más justa, menos desigual?
Ojalá. Yo sería feliz si no viviera cuestionando.
¿No te parece que existe ese potencial de que la revolución tecnológica, bien regulada, sea una herramienta poderosa para un mundo mejor?
No hay una relación causal por la cual la tecnología vaya a mejorar nuestra vidas y nuestra sociedad. Eso no existe. Sí creo que la tecnología está ayudando en ciertas iniciativas ciudadanas de apertura de datos, de decisión de presupuestos participativos, en la cual los ciudadanos pueden ver cuál es la recaudación de esa ciudad y cuánto se necesita para los gastos corrientes, y pueden decidir cómo pueden utilizar el resto de la plata. Eso se está haciendo. Lo que quiero decir es que hay formas de usar la tecnología para mejorar la vida en concreto. Y ahí están las soluciones. Pero eso requiere largo plazo, paciencia y no creer en la magia. Hay un componente mágico de nivel religioso con la tecnología.
Yo nunca digo que la tecnología no nos puede mejorar la vida, pero lo que creo es en hacer de a poquito. Porque la idea de que el cambio tiene que ser de arriba, grande y para todos es una idea que le conviene a los que tienen el poder.
¿Hay una masa crítica que se está formando para que se rompan estos que vos tildás de monopolios?
No va a pasar así. Pasará de a poco. Con pequeños cambios. Hay que mirar al movimiento feminista. Fue de a poco. Hay que generar conciencia. Pequeños pasos. Que alguien que ayer no se lo preguntaba, hoy se lo pregunte. Hoy te hace ruido que no haya mujeres en la televisión hablando de política.
¿Optimista o pesimista?
No hay optimismo sin consciencia. No hay cambios sin consciencia.