Argentina podría exportar centrales nucleares chicas y medianas, diseñadas y construidos en el país, que sirven para producir energía. El anhelo es sumar operaciones por no menos de U$S 50.000 millones en las próximas dos décadas.
Suena exagerado, pero aparece como posible. La proyección la hace Osvaldo Calzetta, presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en el despacho que tiene en la sede de Libertador al 8200, en Núnez. Con ese pronóstico está lejos de querer ocultar la preocupación que genera en la industria nuclear la postergación, con el fin de reducir el déficit fiscal, de la construcción de una cuarta central nuclear, financiada por China.
Efectivamente, el prototipo de reactor que está construyendo la CNEA en Lima, partido de Zárate, y que prevén terminar en 2021 podría convertirse en el desarrollo más importante en toda la historia nuclear nacional. El modelo, llamado CAREM, puede sentar las bases para que la Argentina de pelea en un mercado mundial que podría llegar a demandar 425 reactores de este tipo de aquí a 2035, según un informe de la Agencia de Energía Nuclear de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
El proyecto significa además una plataforma para que los organismos estatales y empresas del sector puedan pensar en superar lo que implicaría para sus economías la suspensión de la construcción de Atucha III, en Lima, con una inversión de U$S 9.000 millones.
El CAREM es un prototipo pensado para producir 32 megavatios, es decir un 9% de la capacidad que tiene la central Atucha I. Sin embargo, la CNEA ya trabaja en un diseño comercial que, con la misma tecnología, integrará cuatro reactores de 120 megavatios para consolidar una central de tamaño mediano y una capacidad total de 480 megavatios.
“El prototipo que estamos haciendo podría ser comercializado pero tendría una salida limitada, sobre todo para sitios aislados. A Canadá, por ejemplo, le permitiría abastecer de energía instalaciones mineras y petroleras en el medio de la nada”, explica Calzetta. Luego remarca que el modelo comercial de cuatro módulos, en cambio, competiría en un mercado mucho más amplio. “Argentina podría quedarse con entre el 10% y el 15% de ese mercado: entre U$S 50.000 y U$S 100.000 millones de una inversión global estimada en U$S 600.000 millones. La industria nuclear argentina sería majestuosa”, se entusiasma Calzetta.
Para dimensionar las cifras, sirve apuntar que en 2017 la Argentina exportó en total, y por todos los rubros, U$S 58.384 millones.
Lo que ambiciona Calzetta no es exagerado. Argentina es uno de los pocos países que domina gran parte del conocimiento sobre desarrollos nucleares con fines pacíficos y su sector nuclear es el cluster tecnológico más sofisticado del país. Desde 1978, por ejemplo, exporta reactores de investigación, como se llama a los que sirven para formar recursos humanos, irradiar alimentos, estudiar suelos y producir radioisótopos que se usan en la medicina nuclear.
Es decir, Argentina es competitiva en la industria, junto con la aeroespacial, más sofisticada y con los estándares más altos de seguridad que existe en el mundo.
Si bien es la primera vez que el país desarrolla un reactor para producir energía, el CAREM se convirtió en el primer proyecto mundial del tipo Small Modular Reactor (SMR) en pasar del diseño a la obra: empezó a construirse en 2014. Por eso, varios actores del ámbito nuclear coinciden en que la Argentina puede disputar un espacio ante colosos mundiales del rubro.
Los reactores Smart, de Corea del Sur, y NuScale, de Estados Unidos, son los principales proyectos que aparecen como competidores directos del CAREM. Mientras que Rusia también desarrolla un SMR y Gran Bretaña acaba de lanzar un proyecto asociado con Rolls Royce.
Consultar el informe de la OCDE
Un desafío tecnológico y comercial
A la CNEA las cuentas le permiten tener pronósticos favorables: calculan que el módulo comercial logrará producir energía a U$S 80 o U$S 90 el megavatio-hora (MWh). Eso lo acerca al costo de generación de una central térmica (U$S 73 el MWh), pero con un punto a favor: a diferencias de las térmicas, que usan combustibles fósiles, las centrales nucleares no producen gases de efecto invernadero.
Y aunque están por arriba del costo de generación de las eólicas (U$S 40 el MWh), producen energía de base, ya que las centrales nucleares operan el 97% del tiempo mientras que las renovables dependen de las intermitencias del viento o la radiación sol.
Para Julián Gadano, subsecretario de Energía Nuclear de la Nación desde diciembre de 2015, el CAREM es la “apuesta” que tiene su área. “Es la respuesta tecnológica a los dos problemas que tiene la generación nucleoeléctrica a través de grandes centrales: requieren una inversión inicial alta, entre U$S5.000 y U$S7.000 millones, y demandan un enorme plazo de obra, ocho años. El modelo comercial del CAREM debería costar U$S1500 millones y ser construido en dos años”, dice el funcionario.
En la Subsecretaría de Energía afirman que el CAREM tiene dos grandes desafíos. Uno es tecnológico y pasa por terminar el prototipo y demostrar que esa tecnología es escalable al modelo comercial de cuatro reactores. Y el otro desafío es conseguir que esa central mediana, de 480 megavatios, sea comercialmente viable al producir un megavatio-hora a un costo competitivo. Si lo logra, Gadano considera que los SMR serán el futuro de la energía nuclear y la Argentina estará entre los países preparados para exportar centrales llave en mano.
“Esos costos y el tiempo de obra se asemeja a los de una central térmica, pero produce energía más limpia y sin dependencia para operar de commodities como el petróleo, gas, fuel oil y gasoil. El combustible representa el 60% del costo de operación de una central térmica. En cambio, en una nuclear, apenas el 10%”, remarca Gadano.
Continuidad de políticas públicas y poder de agenda
El principal factor que permitió al país desarrollar tecnología nuclear competitiva fue la continuidad de políticas públicas a lo largo de casi siete décadas, con excepción del congelamiento del plan nuclear durante la presidencia de Carlos Menem.
“Entre 1952 y 1983, el país tuvo 17 presidentes y la CNEA tres. Es una institución súper estable en un país inestable. Eso le permite logros únicos para el país. Y le da un enorme poder de imponer su agenda frente al poder político”, grafica Gadano, que es sociólogo, estudia al sector desde hace una década y escribió artículos sobre el tema (ver ponencia La república nuclear). Y lo ejemplifica: “En los ’70, el titular de la CNEA llevaba nueve años en el cargo, tenía la sensación de que se quedaba 10 más y se sentaba con ministros que no sabían si los sacarían ese día”.
Invap es la empresa estatal rionegrina, radicada en Bariloche, que exportó reactores de investigación a Perú, Argelia, Egipto y Australia. En enero, Invap ganó una licitación internacional para fabricar, por U$S 400 millones, un reactor de investigación para Holanda, por lo que por primera vez se exporta tecnología nacional de avanzada a un país de la Unión Europea.
Para Juan Pablo Ordoñez, subgerente general, el desarrollo del sector se dio porque hubo “continuidad de políticas”, “materia gris” y “liderazgos audaces que soñaron con exportar tecnología”. “Las posiciones en el mundo se ganan con trayectoria, con hitos y decisiones sucesivas que se confirman a lo largo del tiempo”, señala Ordoñez.
Ver ponencia La república nuclear
Hitos que generaron tradición nuclear y recursos humanos
Argentina suma varios logros internacionales en el campo nuclear: en 1957 fabricó el RA-1, el primer reactor de investigación del hemisferio sur; en 1974 inauguró Atucha I, la primera central nuclear de América Latina; y exporta reactores de investigación desde en 1978.
Además logró convertirse en uno de los 11 países del mundo que dominan el ciclo de combustible, es decir desde la extracción de uranio que luego se procesa y convierte en combustible del reactor hasta el almacenamiento del combustible gastado. Y desde 1983 es autónoma en la fabricación de elementos combustibles nucleares para sus centrales.
La fundadora y decana del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson, de la Universidad Nacional de San Martín, Carla Notari, considera que esos hitos son el resultado de un “apoyo sostenido” a la actividad y de una “visión que no se limitó a concebir grandes proyectos sino que pensó desde el principio en las herramientas necesarias para su concreción”.
“Los recursos humanos juegan un papel fundamental, especialmente si se apunta a la independencia tecnológica. En este caso, la formación de recursos humanos antecede a la concreción de los proyectos. Física, química y radioquímica, reactores, materiales y combustibles han sido las disciplinas de base. Porque en la investigación de base arranca todo y cuando se toma la decisión de embarcarse en un proyecto, estos recursos están en el país”, señala Notari.
En ese sentido, la CNEA fundó ya en 1955 el Instituto Balseiro, en Bariloche, un espacio especializado en física, pero que luego sumó ingeniería nuclear, entre otras ramas de la ciencia. Luego vendrían los institutos Sábato y Dan Beninson, también con especialidades orientadas al sector nuclear y ambos bajo el ala de la CNEA.
Sólo siete países exportan tecnología nuclear y Argentina lo hace desde 1978. | Foto: CNEA
La postergación de Atucha III y la quinta central generan incertidumbre
En todo el mundo hay 450 centrales nucleares distribuidas entre 30 países, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Argentina tiene tres: Atucha I y II, en Lima, y Embalse, en Córdoba, que está siendo reacondicionada para que extender su vida útil 25 años. Las centrales producen el 5% de la energía del país, pero llegarían al 7% cuando vuelva a operar Embalse.
El relanzamiento del plan nuclear argentino, anunciado en 2004 por el presidente Néstor Kirchner, permitió terminar Atucha II, que había estado paralizada desde 1994 y se terminó recién en 2014. Luego, durante la gestión de Cristina Kirchner, se anunció en 2015 un acuerdo con China para que ese país financiara el 85% de la inversión necesaria para hacer dos nuevas centrales: Atucha III, de tecnología canadiense, como Embalse; y lo que sería la quinta central, con ingeniería china.
En mayo del año pasado, desde Casa Rosada y durante la presidencia de Mauricio Macri, se anunció que las obras de la cuarta y quinta central podrían llegar a comenzar en enero de 2018 y enero de 2020. Sin embargo, la crisis cambiaria registrada a principios de mayo obligó al Gobierno a ir en búsqueda de un respaldo financiero en el Fondo Monetario Internacional.
En ese contexto, el equipo económico nacional anunció que sería necesario reducir el déficit fiscal. Y ahí empezaron los rumores sobre la cancelación del acuerdo con China. “Aunque sea un préstamo, es un gasto, va al presupuesto y por lo tanto impacta en el déficit”, explica Gadano y agrega: “El año que viene el tema fiscal es central para esta administración. Hay que hacer un esfuerzo para tener un Estado fiscalmente viable y eso afecta proyectos. Quizás los afecte en el tiempo y en sus características, pero es temprano para sacar conclusiones”.
Respecto a la financiación del CAREM, Gadano afirma que no puede adelantar qué presupuesto va a tener el año que viene, pero afirma que “es un proyecto estable”.
Lo que ya es un hecho es que al menos se posterga la construcción de Atucha III, que preveía sumar 800 megavatios y llevar al 9% el componente nuclear de la matriz energética. Esa noticia genera un fuerte impacto en la industria nuclear. Daniel Arias, periodista científico especializado en temas nucleares, advierte que, de confirmarse la suspensión, 80 empresas nacionales que trabajaron en la terminación de Atucha II y esperaban esta obra, “quedan fuera del mercado”.
Además, Arias advierte que en Arroyito, Neuquén, la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), la mayor de su tipo del mundo, iba a producir 600 toneladas de ese tipo de agua para la carga inicial de Atucha III, por lo que su futuro ahora es incierto. Mientras que en la zona de Zárate se aguardaba que la nueva central empleara a 5.000 personas.
“El proyecto del reactor CAREM puede mantener con vida al sector, pero como un paciente a la espera de un trasplante”, opina Arias y remarca que si el SMR nacional gana parte del mercado internacional de ese tipo de reactores, sí podría ser un sostén para la industria.
Una industria sofisticada que se originó en un engaño
Un fraude en el que se invirtieron U$S300 millones. Ese fue el origen del sector nuclear argentino. En 1949, el científico austriaco Ronald Richter convenció al presidente Juan Domingo Perón de armar en la isla Huemul, en Río Negro, un laboratorio en el que demostraría que la fusión nuclear era posible. Lo que sugería era recrear, de manera controlada, lo que sucede en el Sol, donde la energía se produce por la fusión de colosales cantidades de hidrógeno.
Era un engaño que prometía energía casi inagotable, un desarrollo que todavía hoy está en experimentación. Esa propuesta originó la necesidad de crear un organismo que asesora al Estado en temas nucleares. Así nació, el 31 de mayo de 1950, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Y por eso esa fecha es recordada como el Día Nacional de la Energía Atómica.
La constitución de la CNEA marcó un quiebre. El físico José Antonio Balseiro inspeccionó la isla y fue categórico en su informe: “De las comprobaciones efectuadas durante el funcionamiento del reactor se sigue que no existe ningún elemento de juicio que permita afirmar que una reacción de carácter nuclear se produce realmente”.
El proyecto de Richter fue cerrado, pero los equipos fueron la piedra fundamental de los laboratorios del Centro Atómico y del Instituto Balseiro, ambos de Bariloche, el Silicon Valley del sector nuclear argentino. En esa ciudad turística afirman que hay 14 investigadores por cada mil habitantes, frente a 1,2 cada mil de promedio nacional.