Eran las tres de la madrugada cuando un ruido casi insoportable despertó a Fernando Zerega. Acababa de dormirse hacía unos minutos: después de una larga jornada laboral se había duchado, había enchufado su Samsung Galaxy J7 y se había ido a la cama. En el medio de la noche salteña no vuela ni una mosca, pero ahora la alarma de la app Ángela Te Protege sonaba realmente estrepitosa. Una mujer en algún lugar de la ciudad había pulsado en su teléfono el botón de alarma de la aplicación: estaba en problemas, quizás incluso en peligro de muerte.
Para esto, exactamente, fue programada Ángela Te Protege: para dar a las mujeres en apuros una forma rápida y sencilla de pedir auxilio. Todo lo que la usuaria tiene que hacer es presionar el botón de pánico en la aplicación y así el teléfono móvil envía un SOS a una lista de contactos seleccionados, incluyendo las geolocalización.
Esa noche, Zerega tomó su teléfono inteligente y vio que el grito de ayuda venía de una amiga que vivía apenas a siete cuadras de su departamento. Zerega saltó de su cama, se vistió y salió corriendo.
Cuando llegó, el hermano de su amiga, que también había recibido la señal de ayuda, también apareció. Los dos hombres sabían que el matrimonio de esa mujer estaba en una crisis seria y entraron por una puerta lateral justo para sorprender al marido gritando, mientras la hija lloraba.
El hombre estaba completamente fuera de sí, pero en un instante se quedó en silencio. No entendía de dónde ni por qué habían venido estos dos aliados de su esposa; no tenía ni idea de la app y no sabía que ella había presionado en secreto el botón de pánico de Ángela Te Protege varias veces durante la discusión.
“Ese único hecho ya hizo que todo haya valido la pena”, dice Fernando Zerega. Han pasado cinco meses: es un jueves por la tarde de febrero de 2018 y él se sienta en el mostrador de su bar Zeppelin en Salta, todavía no hay clientes.
Aquí es donde todo empezó, entre aguardiente y vasos de cerveza. Una comensal que acababa de volver de Londres le contó acerca de un pub donde se preocupaban particularmente por la seguridad de las mujeres. Si una clienta tenía problemas con un hombre, ella podía acercarse a la barra y preguntar por “Ángela”. Con esa palabra clave, los camareros la ayudarían: pedirían un taxi para ella y echarían del pub al acusado.
A Zerega le gustó la idea y la adaptó a Zeppelin. Puso un letrero en el baño de mujeres donde se leía (y todavía se lee): “¿Tienes una cita que no funciona? ¿Estás en una situación que no te gusta? Pregunta por Ángela en el bar. Nuestro personal sabrá que estás en problemas, y pueden ayudarte”.
Salta es una de las provincias más pobres, pero también una de las más bellas. Se extiende desde los Andes hasta los bosques de quebracho, las empanadas salteñas son conocidas en todo el país y el Tren a las Nubes sube a 4.200 metros de altitud. Pero toda esta hermosa fachada también tiene un lado opaco: en ninguna parte del país hay más mujeres violadas que en Salta, y las estadísticas de la capital provincial muestran 18,5 casos por cada 100.000 habitantes, más del doble que el promedio nacional. El año pasado las autoridades registraron más de 500 casos de violencia doméstica contra mujeres, más de 1,5 por día.
En 2011, Cassandre Bouvier y Houria Moumni, dos jóvenes turistas francesas, fueron violadas y asesinadas en Salta. El caso fue cerrado rápidamente por la policía, pero el padre de Bouvier siguió regresando a Salta para continuar con una investigación y atraer la atención pública necesaria.
Tres años después de ese doble homicidio, en septiembre de 2014, el gobernador Juan Manuel Urtubey, decretó la Emergencia Pública en Materia Social por Violencia de Género. La gota que rebasó el vaso fueron los homicidios de una adolescente en el pueblito de frontera (su cadáver apareció del lado boliviano) y de una chica a manos de su ex pareja.
Habían sido doce femicidios en menos de nueve meses, y la Emergencia de Violencia de Género creaba juzgados de Violencia Familiar y de Género, y hogares de protección para las víctimas, a las que además se les entregaban botones antipánico.
El psicólogo social Mario Verde, de la Universidad Católica de Salta, explica el comportamiento anti-mujer de sus conciudadanos: “La cultura del gaucho marca el estilo de Salta”, dice.
Sigue: “El gaucho era respetuoso, caballero, gentil, rústico, leal, cristiano. Pero en el carnaval, que era tiempo de desenfreno, se emborrachaba. Ante la infidelidad de una mujer, el gaucho la castigaba. Ante la infidelidad de un gaucho, la mujer no podía más que quejarse porque él era el sostén del hogar”.
“Así fue durante todo el siglo XX, pero con las crisis económicas de los años 90 y de 2001, esto cambió”, continúa Verde. “El 80% de las fábricas salteñas fundieron. El hombre quedó desempleado y la mujer tuvo que salir a buscar trabajo. El hombre perdió toda su autoridad y se convirtió en un resentido. Se rindió, se abandonó al alcohol y a las drogas: la crisis impactó dentro del hogar. Así fue que aumentaron los femicidios. Y algo más: de diez femicidios, tres terminan con el suicidio del hombre. Es la frustración total”.
Zerega recuerda cuando sus hermanas eran adolescentes. “Salta era tranquila. Pero la delincuencia y la agresión han ido en aumento durante diez o quince años”, dice, en el mostrador del Zeppelin.
Él se ha convertido en un empresario de 40 años que siempre tiene varios proyectos en marcha al mismo tiempo. Después de estudiar Medicina, hizo un posgrado en gerenciamiento de hospitales, y también un curso de coaching y otro de programación neurolingüística. Trabajó en el área de distribución de una marca de cerveza y en el de una compañía de agua mineral. A los 32 años ya era gerente y, como le gustaban la noche y la diversión, tenía el bar Zeppelin y una pizzería. Cuando sufrió un ACV y se recuperó, cambió de vida.
Durante una conversación con una amiga que trabajaba en la industria informática, se dio cuenta de que la idea de Ángela no debía quedarse en un letrero del baño de mujeres. “Me di cuenta de que no hay nadie en Salta que no tenga un teléfono celular”, dice. “Argentina tiene algo menos de 44 millones de habitantes, y el mismo número de teléfonos. Así que tenía sentido usar estos dispositivos para combatir la violencia contra las mujeres”.
A principios de 2017, cuando Zerega estaba desarrollando su aplicación, otro asesinato de una joven sacudió al país. Su nombre era Micaela García; tenía 21 años. Una noche, al salir de una discoteca, fue secuestrada, violada y estrangulada por un hombre, y durante el asesinato, su teléfono estuvo encendido todo el tiempo.
“Me sorprendió cuando me enteré”, dice Zerega, “porque mi app, que podría haberla ayudado, todavía no estaba lista”.
El multitudinario colectivo #NiUnaMenos ya había lanzado su app y el gobierno de la Provincia de Buenos Aires estaba diseñando la suya.
Mientras tanto, Zerega trabajaba a toda hora con dos programadores en las mesas solitarias de su bar, que permanecía cerrado de día: el principal problema era diseñar un botón de pánico que pudiera ser activado discretamente por la usuaria. Pero Zerega y sus colegas resolvieron el problema, y en el primer año de funcionamiento Ángela Te Protege ya tiene 45.000 usuarios registrados y, en promedio, cinco activaciones del botón de pánico cada fin de semana.
Aunque por ahora la app sólo funciona para Android, su segunda versión –prevista para el mes junio– incluirá versión iOS. Además del Botón Antipánico, la app tiene una función llamada “Vuelta a Casa Segura”, que muestra en tiempo real –a través del GPS– el camino que la persona que tiene el teléfono está haciendo, por ejemplo a la salida de una discoteca.
Pero las feministas no se entusiasmarían demasiado con Ángela te protege. Florencia Alcaraz, vocera del colectivo #NiUnaMenos, no la bajó a su celular. “Las nuevas tecnologías son una herramienta útil”, dice, “pero hay que pensarlas en función de su accesibilidad y no pueden ser una única respuesta como política pública”.
Victoria Valenti, de la Fundación Lapacho, que trabaja con víctimas y agresores en Salta, tampoco la probó, aunque conoció la historia yendo al Zeppelin. “Esta app es una idea muy innovadora y acá todo el mundo la conoce”, dice. Ni siquiera María Laura Postiglione, la presidenta del Observatorio de Violencia contra las Mujeres de Salta, examinó la app. “No tuve la oportunidad...”, dice. “No sé ni siquiera si está funcionando. ¿Está funcionando?”.
Zerega conduce su Volkswagen Vento por las tranquilas calles de Saltas. Más allá, se puede ver el entorno montañoso. Checkea su teléfono móvil en cada semáforo: Google Trends, News, Bitcoins. Zerega no es un militante ni un referente de la lucha contra la violencia de género, sino un emprendedor que ahora usa un iPhone 7 Plus y que cambia el celular dos veces por año.
Por eso, en este viaje en auto puede pasarse todo el tiempo hablando sobre su paleta de productos, en la que también hay una app de servicios para niños que sufren de parálisis infantil, un juego que se llama Desafiados y algunos sitios web para hoteles y agencias rent-a-car. Sólo cuando detiene el motor, cuando hay silencio, muestra su mejor carta: el hombre que equipó a las mujeres con un ángel de la guarda digital, quiere lanzar su propia versión de Tinder. Una aplicación que facilite, por fin, el acercamiento entre hombres y mujeres.
* * *
[Esta nota fue publicada en el número 40 de la revista REPORTAGEN, de Suiza, en abril de 2018]