Diccionario amoroso del psicoanálisis
Élisabeth Roudinesco
Debate
Uno (mi comentario)
Doctora en letras, psicoanalista y escritora de renombre mundial, amiga de Derrida y discípula de Barthes y Foucault, Elisabeth Roudinesco nos trae ahora el Diccionario amoroso del psicoanálisis (Debate).
A lo largo de 89 entradas, comenzando por la del “Amor”, nos sumerge en la historia cotidiana de la humanidad bajo la lupa aguda y ácida de la ciencia creada por Sigmund Freud. Con profundidad y ostensible sabiduría, bajo ella pasean la mitología, la religión, los tabúes, los arquetipos y los grandes personajes. Los complejos, las perversiones y los deseos ocultos son analizados por la autora en los distintos contextos y a la luz de diversos paradigmas, del mismo modo que aparecen Buenos Aires y París, Nueva York y Viena en una secuencia atrapante y alocada, acaso caprichosa, pero con un exhaustivo conocimiento de fondo y forma que le permite a la autora “casar un concepto con una ciudad: el ello con París; el deseo, con Roma”, según palabras de Le Huffington Post.
Dos (la selección)
Freud siempre pensó que el amor de una madre era esencial para un hijo, y le costó mucho imaginar que pudiera ser de otro modo. Adorado por su joven madre, Amalia Nathanson, que lo llamaba “mi Segi de oro (mein goldener Sigi)”, tuvo con ella una relación privilegiada. Fue en el marco de esa relación donde elaboró su teoría del complejo de Edipo, a tal punto lo había perturbado, cuando tenía cuatro años, sorprenderla desnuda por casualidad durante un viaje, mientras ella se aseaba en la intimidad. Consciente del amor que le profesaba Amalia, a Freud le gustaba declarar que “cuando se ha sido el preferido de su madre, uno conserva toda la vida una sensación de conquista, esa certeza de éxito que no es raro que termine conduciendo efectivamente al éxito”. Y él mismo fue la prueba viviente de lo que postulaba, ya que ese amor le dio el valor no sólo de enfrentar la adversidad sino también de adoptar ante la muerte esa actitud de aceptación típica de quienes se sienten inmortales porque han sabido hacer dogmatismo barroco teñido de escarnio. Buenos Aires es la única ciudad del mundo donde encontré una verdadera secta psicoanalítica cuya sacerdotisa, iniciada en el chamanismo en el África, veneraba los nudos borromeanos de Lacan (esas figuras topológicas hechas con tres anillos) como si fueran símbolos alquímicos.
Tres
Lo femenino se asimilaba por entonces a un cuerpo sofocado por frustraciones y convulsiones. Era ese cuerpo el que empezaba a hablar, ya seas a través de los gritos de las mujeres del pueblo, como en la Salpêtriè de París, ya sea a través de las confesiones privadas de las mujeres de la burguesía vienesa.
Cuatro
En algunos aspectos Freud hereda esa concepción, pero intenta incluir la relación que el hombre mantiene con el dinero en el marco de su teoría de la neurosis y de la sexualidad. Piensa en particular que los humanos tratan las cuestiones de dinero del mismo modo que las cuestiones sexuales. A partir de 1908, asimila el exceso de espíritu económico a un placer anal heredado de primera infancia, consistente en retener la materia fecal en el intestino en vez de transformarla en un don. Agrega que un aprendizaje demasiado represivo de la limpieza en el niño puede traducirse en el adulto en una neurosis obsesiva ligada a un placer anal de retención, fuente de avaricia, envidia o morosidad.
Cinco
Todos los especialistas en enfermedades del alma e histeria de fines del siglo XIX utilizarán la hipnosis: Jean-Martin charcot en el hospital de la Salpêtrière, Hippolyte Bernheim en Nancy y, por fin, Freud en Viena. Unos y otros tratan así de entender los fenómenos inconscientes. En vísperas de la Revolución, Puységur había allanado el camino a la idea de que un maestro (noble, sabio, médico, etc.) podía ver limitado el ejercicio de su poder por un sujeto (criado, campesino, etc.) en condiciones de hablar y, por lo tanto, de resistírsele. En esa línea, Bernheim señala que la hipnosis es sólo una cuestión de sugestión verbal. Freud, la abandona e inventa la cura por la palabra, suplantando el fenómeno de la sugestión por el de la transferencia. Se queda con la idea de que el paciente atribuye al maestro un poder sobre él, al tiempo que sostiene que ese tipo de influencia transferencial debe disolverse en el tratamiento mismo.
Seis
En una tienda en New York, una clienta no judía le pregunta al tendero por qué los judíos son tan inteligentes. "Tenemos un secreto", le dice él: "Comemos cabezas de arenques". Tras haber comprado doce cabezas de arenques y no tener la impresión de ser menos tonta, la clienta insulta al tendero: “‘Es usted un ladrón, ¡me vende cabezas de arenque por un dólar cada una cuando el arenque entero, incluida la cabeza, cuesta medio dólar!’. ‘Ya ve’, le contesta el tendero, ‘empieza usted a volverse inteligente’”.
Siete
Es evidente que Trump no se parece a ningún otro presidente norteamericano. Sería más bien un “antipresidente”, salido directamente de una serie de telerrealidad: “Lo que supera la imaginación”, señala Philip Roth, “no es el personaje de Trump, su arquetipo humano —el estereotipo del magnate inmobiliario, asesino capitalista sin corazón y sin escrúpulos—, es que Trump es presidente de los Estados Unidos [...] Su falta absoluta de decencia, su vocabulario de setenta palabras, su lengua, más parecida a la de un idiota que a la de Shakespeare” (Vanity Fair, abril de 2017).
Desde una perspectiva más freudiana, me quedo con el juicio de la historiadora Laure Murat: “Donald Trump inventa una forma de fusión-escisión de dos mundos a priori antinómicos, encarnados por los negocios y la política, el beneficio de uno solo y el bien común; inventa la alternancia consigo mismo, a riesgo de someter a la población y al mundo a un estrés permanente. Es el sujeto dividido por excelencia, el outsider y el insider, que percibe y niega la realidad al mismo tiempo; el Joker (como en Batman), es decir, el villain (el villano), pero también la carta de triunfo que supera a todas las demás. Resultado: nunca estará allí donde se lo espera. Sólo que habría que estar ciego y sordo para no entender adónde estará realmente: en todas partes” (Libération, 21 de diciembre de 2016).
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