De lejos, las banderas rojas eran iguales a las banderas nazis. Tuve que mirar con atención para darme cuenta de que esos círculos blancos con trazos negros en el medio no dibujaban esvásticas.
La escena parecía salida de un sueño. O de una pesadilla, más bien. Anochecía y en una de las plazas más hermosas de Roma, la Piazza della Rotonda, frente a ese Panteón majestuoso construido ciento cincuenta años antes de Cristo, un centenar de hombres jóvenes ondeaban banderas fascistas sin pudor.
Sentí que estaba simultáneamente frente a la belleza y al espanto. El acto aún no había empezado. De los parlantes salía música empalagosa: un piano suave contagiaba paz y amor para todos.
CasaPound es un movimiento político fascista. Lo dicen ellos mismos, sin vergüenza. Las bases de su programa incluyen la defensa de la soberanía y la unidad nacional, la nacionalización de la banca y de la industria pesada, el congelamiento de la deuda pública, la salida de la Unión Europea, la creación de una moneda italiana, el derecho a vivienda propia para todos, el bloqueo de las fronteras a productos de países con salarios bajos, el fin de la inmigración. Están en contra de la usura bancaria, la globalización y la especulación inmobiliaria.
Además de los jóvenes que ondeaban banderas, en la plaza había periodistas, camarógrafos y reporteros de cadenas de noticias. El día anterior, al grito de “fascisti di merda”, dos militantes de CasaPound habían sido golpeados y heridos por encapuchados con bastones. El partido había respondido diciendo que no se trataba de episodios aislados sino de una estrategia antifascista urdida para alimentar el odio político.
CasaPound nació en 2003 como un movimiento de jóvenes pero desde entonces ha sumado adherentes en todas las franjas de edad, sobre todo en las periferias donde ha ocupado el lugar que antes ocupaba el Partido Comunista Italiano.
Me costó encontrar gente común con quien conversar. Casi todas las personas a las que me acerqué eran militantes o periodistas. Antes de aceptar ser entrevistados, los militantes me dejaban esperando unos minutos mientras pedían permiso para hablar conmigo a alguien de mayor jerarquía.
“Italia no se divide más entre la izquierda y la derecha, sino entre quienes aman al pueblo italiano y quienes lo odian," me dijo Valerio, un joven de veintiséis años que milita en CasaPound desde sus inicios. "La Unión Europea es una creación nefasta que ha llevado al hambre a millones de italianos.” Cuando le pregunté por su postura en relación a la crisis de refugiados me dijo que la inmigración es un gran negocio. “Con los inmigrantes se gana más que con la droga. Los “centro di accoglienza” son un escándalo. Las cooperativas que hospedan a los refugiados reciben dinero de la Unión Europea: a cada inmigrante le dan un euro y ellos se quedan con el resto del dinero. Todos los inmigrantes sin documentos y sin trabajo deben regresar a su país de origen. Hay que agarrarlos, meterlos en un avión y enviarlos a su país.”
Una de las propuestas de CasaPound es tomar una franja de Libia con el ejército italiano y llevar allí a los inmigrantes ilegales. “Una vez allá, harían calles, construirían una ciudad. Así les daríamos trabajo a ellos y saldríamos ganando todos,” me explicó Valerio. Ante la pregunta de si Libia permitiría eso, respondió: “En Libia reina la anarquía. Nosotros podemos tomar treinta kilómetros de costa y hacer allí un protectorado italiano. Hace seis años, Francia llevó su ejército para derrocar a Gadafi. Hicieron la guerra, mataron a miles de personas y destruyeron un Estado. No hay razón para que Italia no pueda tomar unos kilómetros de playa en algún lugar que no esté controlado por nadie.”
“Nosotros luchamos por los derechos de los más débiles,” me dijo Mauro Pecchia, un joven fornido de veintinueve años que también ha estado con CasaPound desde sus inicios. “Nuestras raíces vienen del socialismo y del soberanismo, de ahí que en nuestro adn haya elementos de izquierda y de derecha. Nuestros votantes vienen de los sectores que la izquierda ha abandonado porque prefirió ocuparse de los derechos civiles. Nosotros somos los herederos del fascismo social: hemos tomado lo mejor de esa ideología, sin avergonzarnos de nada. Sería ridículo decir que no se cometieron errores en el pasado, pero todos los movimientos han cometido errores: el comunismo creó los gulag y el liberalismo exterminó a los indígenas en Norteamérica.”
Me acerqué a varias personas para entrevistarlas, pero también eran periodistas. Apoyado en el borde de la fuente, en el centro de la plaza, vi a un hombre mayor. Fue la única persona con la que hablé que no era un militante. Se llama Giuseppe, es jubilado y tiene sesenta y ocho años. “Ya no le creo a los otros partidos,” dijo. “Hay mucha necesidad de defender a los italianos. Los italianos se han convertido en aquellos que ya no cuentan para nadie, ni en Europa, ni en Italia. Yo a estos no los voto pensando en mí. Mi pensión me alcanza para vivir. Los voto pensando en los jóvenes porque Italia tiene tradiciones, usos y costumbres que son importantes para los italianos y todo eso ha desaparecido. Ya no hay más ideales. Lo único que hay es capitalismo… pero, una vez que compramos el telefonito, ¿qué nos queda?”
Las banderas seguían ondeando. Desde la tarima, Simone Di Stefano, el Secretario Nacional y candidato por CasaPound, había empezado su discurso. "Primi gli italiani," repetía una y otra vez.
Un par de cuadras más allá, había una manifestación en contra de CasaPound. Para que unos y otros no chocaran, había policías por todas partes.