Este es el audio de la nota leída desde braile por Macarena Dealesandro, una periodista ciega*.
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—Sí, yo te ayudo, te hago los planes. Vos conseguí quien te asista en la pileta con lo técnico—respondió Constanza Quellet—. Lo vamos a hacer vía WhatsApp.
Un año antes del sí, en febrero de 2017, la nadadora no tenía quien la entrene. Daiana Moura había abandonado la natación para estudiar abogacía en la Universidad del Centro de Azul, provincia de Buenos Aires. Y en la carrera encontró menos obstáculos que en el deporte.
Los obstáculos para un ciego que quiere nadar son:
Las columnas que puede haber en el natatorio transforman al espacio en un laberinto. Si las puertas no están totalmente cerradas o totalmente abiertas, desorientan. La presencia desmesurada de escalones complica el paso. La no delimitación de las zonas profundas de las playas, confunde. Los bordes afilados de la pileta pueden provocar cortes. Conseguir un turno de más de una hora por día, una odisea. La coordinación con una persona que asista para el sistema de aviso de los virajes evita romperte la cabeza contra la pared después de un pique en velocidad. Si el suelo no es de material antideslizante es una invitación a una caída monumental. La presencia de materiales en los pasillos y vestuarios son como participar en una carrera con vallas. Ser uno más y tener los mismos derechos que todo el mundo es la misión esencial. Poder entrenar y aspirar a competir profesionalmente, una realidad latente.
Daiana abandonó la natación. A los 18 años decidió estudiar abogacía. Se tituló cinco años después. Pero en febrero del 2017 aún no tenía quien la entrene. Habia vuelto a la pileta un año antes de manera muy solitaria. Y así y todo fue a competir en el Torneo Nacional de Natación Adaptada en Justiniano Posse, Córdoba. Daiana recordará esa prueba como “el gran giro” de su vida porque allí conoció a Constanza Quellet, quien ahora sí es su entrenadora.
Constanza estaba con Elizabeth Noriega, la nadadora que tiene parálisis cerebral y que representa la provincia de Córdoba con el equipo de natación adaptada e integra la selección argentina de natación. Daiana estaba con Claudia Stebani, quien había sido directora de la Escuela para Ciegos en Olavarría y se había jubilado. Ya jubilada, Claudia fue la motivadora para que volviera a nadar y la acompañó al torneo.
—Tenés que volver a nadar. Vos ya te recibiste de abogada y yo estoy jubilada. Te puedo acompañar.
—¡Pero ya pasaron seis años desde que dejé de nadar! Ya no tengo edad para hacerlo…
—¿Pero ese no era tu sueño?
Los sueños suelen ser inverosímiles pero están hechos de una notable porción de vivencias. Tal vez por eso, nadie creía que una nadadora ciega podía participar en un torneo nacional sin tener un entrenador. Pero ese primer encuentro con Constanza fue el punto de quiebre. No hay destino si no hay acciones que lo construyan. Ni sueños que se detengan.
Tres meses después de haberse conocido en la pequeña ciudad cordobesa, Constanza y Dai se volvieron a cruzar. Esta vez, en el tradicional Open de Fadesir en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo de Buenos Aires. “Todo se dio muy naturalmente. La vi ahí y le pedí permiso para corregirle una cosita que estaba haciendo”, recuerda Constanza. “Tengo esa necesidad de decir, de hablar, si es que tengo algo que aportar”, agrega la entrenadora. Cuando terminó el torneo, Dai volvió a Olavarría, pero los encuentros con Constanza fueron más frecuentes. Hasta que un día, en 2018, Dai pidió algo que parecía imposible.
—¿Constanza, me podés entrenar a distancia?
Antes de llegar a ese pedido, Dai afrontó desilusiones, rechazos e indiferencias. Ella necesitaba más tiempo de pileta y se cambió del club Estudiantes a Ferro Carril Sud donde sí le permitieron entrenar dos horas diarias de lunes a viernes y agregar los sábados. Dai define a Constanza como “interesada y responsable” en lo que hace. A sus 27 años deseaba prepararse para la alta competencia. Pero más allá de los obstáculos, la joven abogada, en el recorrido también se encontró con mucha, mucha gente que la alentó. Y, salvo su núcleo familiar y la exdirectora de la Escuela para Ciegos, ninguno era oriundo Olavarría.
Antes del ofrecimiento a Constanza, cierta vez en un torneo en Paraná, Entre Ríos, luego de la competencia, Dai y Claudia compartieron una cena con el árbitro nacional Jorge García y con el entrenador Rodolfo Sacco. Ellos le preguntaron cómo era su entrenamiento diario. Dai les contó que un guardavida le daba una rutina y que iba a la pileta con Claudia, la exdirectora. Pero nada más. Y allí, surgió una devolución que sucumbió en su interior.
—Vas a tener que decidir lo que querés ser en tu vida. ¿No te gustaría, alguna vez, subir a un podio y escuchar el himno argentino?
Elegir por la transformación. Ser una deportista de alto rendimiento. Daiana recogió el recuerdo de sus propios sueños y los motorizó. Si bien se reconoce como una persona a la que le falta confianza en sí misma, esa declamación sobre su personalidad queda hecha pedazos en cada entrenamiento, en cada una de las pruebas. Antes de Lima, nunca había nadado en una pileta olímpica. Las piletas olímpicas deben reunir una serie de características para ser aprobadas por la Federación Internacional de Natación (FINA). El largo es de 50 metros y de ancho, 21 como mínimo. Tienen diez carriles de los cuales se utilizan ocho para las competencias y dos para impedir el oleaje. Para probarse, un fin de semana que estaba de paseo en Mar del Plata, fue sin cita previa hasta el complejo deportivo del Ente de Deportes y Recreación.
—Soy una nadadora de Olavarría y quiero probar la pileta de 50 metros. La de mi ciudad solo tiene 25 y me estoy entrenando para un torneo internacional.
—¿Dónde está tu entrenador?
—No, no tengo.
—Esperá un poco. Te deberían tomar una prueba para ver si podés nadar.
Ante la incredulidad de ver a una mujer ciega con deseos de nadar, desde el natatorio llamaron al guardavida Cristóbal Romero. ¿Habrán pensado que Daiana se podía ahogar? “Cristóbal me dio una mano muy grande. Pude experimentar lo que significa nadar en una pileta olímpica. A los pocos meses tenía una prueba clasificatoria en el Cenard y ese gesto me sirvió de mucho”, recuerda Daiana.
Esa decisión de avanzar, seguir y reinventarse permanentemente fue lo que sorprendió a Constanza. “Si esta chica se recibió de abogada, es una mujer que le encuentra la vuelta a las cosas”, dice Constanza en Córdoba, minutos previos antes de comenzar un entrenamiento vía WhatsApp. “Mi primer objetivo fue apoyarla, porque estaba muy sola”, agrega. El vínculo entre ambas, a medida que avanzó el tiempo, se hizo muy fuerte. Los encuentros presenciales siempre eran uno o dos días previos a cada competición.
“En las concentraciones, nos encontrábamos en la habitación y aprovechábamos todo lo que había para hacer ejercicios: la mesa, el piso, la cama, las cuchetas altas. Ella, siempre dispuesta para hacer ejercicios corporales y de postura”, dice la entrenadora. Daiana se apoyó en ella y ella extendió los mensajes de WhatsApp para armar un equipo. Ahora Daiana tiene un nutricionista, un kinesiólogo, un psicólogo deportivo y una terapeuta. Entendió cuál es el significado del alto rendimiento. Los sueños íntimos son edificaciones de un proceso colectivo.
El entrenamiento de Constanza es un paréntesis hasta que Daina, al fin, pueda conseguir en Olavarría a un entrenador con presencia permanente. Pero en este paréntesis hay logros cumplidos: obtuvo las marcas mínimas para participar en el Parapanamericano de Lima de 2019 y una vez allá, estuvo a solo 12 centésimas de una medalla de bronce en la prueba de pecho.
—Es corajuda. Está muy sola y es muy buena persona. Pero le cuesta pedir ayuda.
“A veces, me putean”, dice Dai, entre algunas sonrisas cuando describe su trabajo en el Tribunal de Faltas de la Municipalidad de Olavarría. Allí, atiende llamados telefónicos, muchos de ellos son reclamos por multas. También, revisa los fallos en una jornada de nueve horas diarias de lunes a viernes. Y, si bien, tiene una beca de la Municipalidad que va de abril a noviembre, los costos de los viajes en las competencias se los financia ella misma.
Constanza Quellet está en Córdoba. Es el final de septiembre del 2019. Hace una videollamada por WhatsApp y atiende Dai que aún está en el auto de Marcela Denóvile, su flamante profesora de natación y asistente en los entrenamientos en el club Ferro. “Marcela es mis ojos”, dice Constanza. Y Marcela hace un resumen sintético de un entrenamiento de casi tres horas. Dai se baja del auto y va a su casa donde están su mamá Sonia y su papá Carlos. Y comienza el entrenamiento de técnica. La madre graba en formato horizontal y Constanza da indicaciones precisas sobre cómo debe entrar la mano en el agua. La natación es vencer la resistencia que el agua impone.
“El agua otorga todo lo que no te da el suelo. Todo el movimiento y toda la libertad están en el agua. Los obstáculos y las barreras suelen estar afuera”, agrega la entrenadora. A Constanza nadie le da pena porque en su hacer transforma un paradigma que existe en torno a la discapacidad. Piensa que Dai es una luchadora pero que nadie tiene la vida ganada. Una persona con discapacidad no es una rosa azul ni un ángel que cayó del cielo. Cierta vez, Rosario Perazolo Masjoan, otra alumna, le dijo: “Yo puedo ser una asesina serial y no tiene nada que ver que esté en una silla de ruedas, tengo el bocho intacto”. Hay frases que son aprendizajes con forma de bofetadas.
El objetivo, ahora, es prepararse para los Juegos de Tokio. Y no solo hay que bajar marcas. Hay que conseguir horarios en las piletas, extenderlos. Consolidar a un equipo de trabajo. Y que los burócratas también puedan sentir una pizca de esa emoción que percibe Dai cuando toca la ropa de la selección. Porque, los obstáculos, no suelen ser ni las columnas, las vallas, o los pisos resbaladizos. Los obstáculos somos vos y yo, quienes pensamos que se puede ver solo con los ojos.
Antes de Lima, Dai recuerda el día que le entregaron por primera vez el uniforme de la Selección Argentina. Estaba en el Cenard, días previos antes de viajar junto a la delegación nacional. Dai tocó y sintió el símbolo, los escudos que representan la bandera, la nacionalidad y la identidad. Dai todavía no sabía que iba a bajar sus marcas y que iba a estar a doce centésimas de una medalla de bronce. Dai sintió una necesidad imperiosa de agradecer en la intimidad a todos y a todas quienes la apoyaron e incentivaron. Dai también recordó los obstáculos, esos que pesan, prejuzgan, estigmatizan, frenan y detienen. Lo que no supo, Dai, en ese momento, es que los obstáculos tendrían una unidad de medida: son, ni más ni menos, que doce centésimas.
*Contratada por RED/ACCIÓN, Macarena grabó la nota en el Estudio de Radio de la Universidad Abierta Interamericana de Rosario y con la operación técnica y edición a Matías Arancibia.