Claudia Piñeiro participó en el debate sobre la ley del aborto. Dio en el Congreso un discurso inteligente en el que miró a los legisladores antiabortistas, especialmente a los oficialistas, y los desafió: “Cuando dicen ‘Estoy de acuerdo con la vida’, están haciendo una operación del lenguaje para separar a la sociedad. Yo también estoy por la vida y defiendo la ley de interrupción voluntaria del embarazo”. La escritora se encargará de otro discurso: el que inaugure la Feria del Libro de Buenos Aires. Y advertirá que al aceptar la palabra “grieta” hemos creado un país bipolar y nos hemos condenado.
“¿Desde dónde vamos a hablar nosotros, los escritores, si no desde las palabras?”, dice ahora, sentada en el living de la casa de su pareja, el ex diputado radical Ricardo Gil Lavedra. La luz del mediodía lo ilumina todo; la vista sobre el Jardín Botánico es magnífica. “Yo no voy hablar desde las políticas públicas, pero puedo poner un alerta sobre determinadas cosas. Los que trabajamos con el lenguaje tenemos que intentar limar esas asperezas: las palabras nos están condicionando y desde que empezamos a decir que había una grieta, ésta se hizo real”.
La última novela de Piñeiro, Las maldiciones, es un apasionante thriller político en el que los personajes suelen utilizar el lenguaje como una herramienta de marketing o simplemente como un arma para mentir y controlar. “La política es un reflejo del estado de la sociedad, donde el problema las instituciones está muy presente”, dice Piñeiro, también autora de Las viudas de los jueves y Betibú. “Por eso en su narración aparecen mecanismos relacionados con el crimen y con lo delictivo; con la corrupción y las estafas”.
¿Algún día cambiará esto o la política es una maldición argentina?
Siempre mantengo alguna esperanza. Quizás nos lleve años cambiar, pero si no tenemos la mirada puesta a futuro nunca lo lograremos. Las maldiciones propone que esto no se va a modificar en las próximas elecciones, pero quizás sí con las próximas generaciones. No lograremos evitar que en la política aparezca gente corrupta, pero podemos trabajar en estar alertas, con herramientas institucionales y educación, para no llegar a los extremos.
En Las maldiciones hay mucho cálculo discursivo. ¿La política está planteada por los asesores de marketing como un cuento de buenos y malos?
Hoy sí: no podemos salir de la dicotomía entre el gobierno actual y el anterior. En estos últimos días, a propósito de mi participación a favor de una ley de interrupción voluntaria del embarazo, algunos me atacaron preguntándome: “¿Por qué no dijiste nada en los últimos doce años, cuando estaba Cristina [Fernández de Kirchner]?”. Y sí lo hice: lo dije en Elena sabe, en Tuya y en el cuento “Basura para las gallinas”. Además, hace muchísimos años que hablo de esto en mi literatura y en mi vida. Estamos dando un debate altísimo sobre un tema muy controvertido para la sociedad y reducirlo me parece de una miserabilidad absoluta. Peor es cuando eso está propiciado desde los mismos partidos políticos, que saben que ahí tienen una posibilidad de obtener votos. En cambio, la literatura se trata de los grises: nadie es bueno o malo en extremo. Todos somos grises. Y en definitiva, también la democracia es eso. La democracia es todo lo contrario a la grieta: es un espacio donde todos pensamos distinto y convivimos.
A propósito de la mentira política, Martín Caparrós escribió que las escuchas que se divulgaron de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y del ex secretario de Hacienda de la Generalidad de Cataluña Lluís Salvadó en España nos permiten conocer la verdadera cara de los funcionarios. ¿Qué opina?
No estoy de acuerdo. Una conversación privada no debería tomar estado público. Todos nosotros decimos en privado cosas que diríamos de otro modo si reflexionáramos. Las escuchas de todos nosotros serían iguales que las de ellos. Hay elementos de las escuchas privadas que no suman nada y me parece que hay otros que sí, pero que deberían ser revelados en una investigación judicial. No hace falta ir a ver si alguien le dijo “boludo” a otro; hay que educar a la gente para que entienda otras cuestiones más importantes.
¿Por qué una novelista elige salir del mundo de la ficción y tomar parte del debate social?
Son cosas que se imponen; una no las decide. Mis personajes están en la calle, alrededor mío, como si fueran mis amigos. Las mismas cosas que me afectan a mí, los afectan a ellos. Me resulta muy difícil abstraerme de la realidad. Creo que es algo que tiene que ver con los intereses de cada uno.
¿Cómo es el paso a paso para escribir sus novelas?
Parto de una imagen disparadora y la dejo bastante tiempo en la cabeza, hasta que se macera. Al principio es una imagen nada más, y no me queda muy claro nada… Es como un amasijo y cuando empiezo a tirar, encuentro lo que hay adentro: cuál es el conflicto, en qué mundo estamos. Recién ahí me pongo a escribir. En general, pienso que sé hacia dónde voy y cómo va a terminar lo que escribo, pero eso muchas veces es modificado porque el final que tenía previsto quizás no es el adecuado. Lo tengo todo mezclado en la cabeza y lo voy armando a medida que voy escribiendo.
¿En qué escribe?
Escribo en una MacBook Air. Siempre usé computadoras, también para mi trabajo como auditora. No uso libretas porque tengo una letra horrenda y me cuesta entenderme.
¿Edita mucho sus textos?
Sí, todo el tiempo. Como no es fácil hacerse tiempo para escribir, cuando trabajo en una novela voy avanzando y volviendo sobre lo escrito para mantener el tono y también para organizar bien la trama, especialmente en las novelas policiales. Cuando llego al final, imprimo y leo el primer borrador entero en el papel. Tengo amigas escritoras que me leen y también amigos que no son escritores, y además me leen mi hijo Tomás y Ricardo [Gil Lavedra], mi pareja. Todos van leyendo mientras escribo y aportan mucho desde miradas muy diferentes.
Le dedicó Las maldiciones a Gil Lavedra. ¿Él le aportó mucho material?
El motor de la novela tiene que ver con él. Una vez lo encontré viendo algo en la computadora, y estaba lagrimeando. Cuando me acerqué, me dijo que estaba mirando un video en el que [Raúl] Alfonsín cerraba la campaña en 1983, recitando el Preámbulo de memoria. Entonces me puse a pensar que había gente que añoraba la vieja forma de hacer política y el viejo discurso político. Como ya venía trabajando en la novela, agregué un personaje radical. Ricardo no me contó cosas específicas para Las maldiciones, pero es mi pareja y cuando vuelve del trabajo siempre hablamos. Entonces, sé naturalmente muchas cosas del revés de la trama política: traiciones, estafas, mentiras.
¿Cómo conoció a Gil Lavedra?
Fue hace seis años. Nos presentó su hijo, Nicolás, el director de Las grietas de Jara. Él es muy amigo de una amiga mía, la actriz Laura Novoa, y pensó con ella que debían presentarnos. Laura me preguntó si le podían dar mi teléfono a Ricardo. Yo jamás imaginé que ese señor, al que yo veía dando discursos en el Congreso, me iba a llamar. Pero lo hizo y me dijo: “¿Querés ir a cenar?”.
¿Cómo es la dinámica entre ustedes?
Ayer pensaba en esto, justamente. Yo estaba hablando con él de lo que quiero decir en la Feria del Libro y él me hablaba sobre su próxima exposición en el Congreso, que también es sobre la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Yo pensaba: qué bueno es tener una pareja con la cual uno puede conversar en estos términos. A esta altura de la vida ya estamos grandes, y tener una empatía intelectual muy fuerte es importante. Nos gusta ir al teatro y leer. Ricardo lee muy rápido y yo le paso algunos libros que me gustan; el último fue República luminosa, de Andrés Barba.
¿Él había leído algo suyo antes de conocerla?
¡Todo! Tiene, incluso, un libro que escribí para adolescentes. “Lo vi en una librería y como era tuyo, me lo compré”, me dijo.