Parece que casi todos creen que los servicios médicos estadounidenses necesitan algún cambio transformador para mejorar la calidad, ampliar el acceso o reducir los costos. Muchos de los enfoques contemporáneos hacia ese cambio involucran el facilitar que los pacientes vean doctores de atención primaria. Aunque eso parece intuitivo, pensamos que es la ruta equivocada: si seguimos definiendo la atención médica como un servicio que se brinda cuando los pacientes ven doctores, limitaremos nuestras posibles ganancias de productividad.
Al escribir en The New England Journal of Medicine, argumentamos que la relación entre médico y paciente es el cuello de botella de los servicios de salud. No hay razón técnica por la que una serie de comunes condiciones médicas – presión alta, diabetes, colesterol elevado — no puedan ser manejadas por un bot y supervisadas por una enfermera que tenga apoyo de un médico sólo en caso de ser necesario. Además, conforme se incremente nuestra experiencia y evidencia de respaldo, más condiciones podrían tratarse en forma similar, permitiéndole a los doctores dedicar más de su tiempo en donde son realmente necesarios.
Mucho se menciona sobre los aspectos reconfortantes de las relaciones personales entre paciente y médico. Pero ¿realmente necesitamos ese toque suave para manejar la hipertensión? Quizá algunas veces, pero ciertamente no siempre. Entonces, ¿por qué es herético el sugerir reemplazar parte de los servicios de salud con los autoservicios que han transformado las industrias financiera, minorista y de viajes? Pensamos que la resistencia refleja nuestros convencionalismos sociales más que nuestras limitaciones técnicas.
Para que los Estados Unidos abracen la tecnología en los servicios médicos en la forma que describimos, necesitamos resolver tres problemas técnicos:
Primero, la industria aseguradora – gubernamental y comercial – debe mejorar su trabajo. Están mal equipados para determinar si la atención es verdaderamente necesaria o apropiadamente brindada. Es difícil explorar modelos nuevos y potencialmente mejores cuando sólo los enfoques tradicionales reciben reembolsos.
Segundo, las regulaciones estatales de seguros y licencias médicas deben ser reemplazadas por un sistema que reconozca que los servicios de salud no siempre se ofrecen de la mejor forma localmente. El autoservicio facilitado crea eficiencias a través de las fronteras de los estados. Es probable que ocasionalmente algunos de los 600.000 residentes de Wyoming se beneficien de la atención brindada por alguien externo a los 1.000 médicos practicantes en dicho estado – quizá un bot con el respaldo en segunda línea de una enfermera o médico en algún lugar. Las licencias estatales para médicos y las regulaciones de seguros reflejan principios federalistas más difíciles de justificar en un mundo conectado.
Tercero, debemos requerir para los enfoques automatizados los mismos estándares de seguridad y eficacia que hemos llegado a suponer para los productos farmacéuticos. Si es que esta regulación proviene de la Food and Drug Administration o de otro lugar, necesita fortalecerse para atender el volumen de potenciales nuevos enfoques.
Si hay un cuarto problema, es nuestro sentido de nostalgia. Los cambios que queremos en los servicios médicos, o al menos las oportunidades de probarlos, se detienen a causa de una combinación de limitaciones técnicas y convenciones sociales. Sin embargo, nuestros convencionalismos sociales presentan el mayor obstáculo. La lección de otras industrias es que el cambio transformacional requiere cambios en la productividad. En los servicios de salud ello significa que debemos encontrar formas para pasar de los antiguos enfoques que facilitaban la atención con doctores, hacia enfoques que faciliten la atención sin ellos.
David A. Asch es profesor en la Perelman School y en la Wharton School de la University of Pennsylvania. Sean Nicholson es profesor en el Department of Policy Analysis and Management en Cornell University. Marc L. Berger es consejero de varias compañías médicas de TI.
©HBR, distribuido por The New York Times Licensing Group