“Si no tengo agua cerca, me ahogo”. Ese es su lema. Vive por el río. Una mujer que contagia a todos su amor por el Paraná. Ella tiene una pasión particular por el agua, por salir de su casa y que lo primero que vea sea el río. Un amor especial hacia algo que considera como si fuera parte de su familia. Y que por su historia, lo es. El río Paraná, el complemento de su vida.
Alejandra Lovrincevich está cerca de los 54 años. De niña no recuerda otra cosa más que el río. Su historia no comienza con ella sino con sus antepasados. Y su historia no terminará en ella sino que perdurará en el tiempo a través de un legado que ella misma dejará plasmado. Un locura personal por el río Paraná.
Su vida fuera del río
Alejandra se casó a los 22 años, tuvo tres hijos a los cuales dedicó su vida, y actualmente tiene una nieta de 8. Al terminar la secundaria empezó una carrera universitaria. Cursó un solo año y debió dejar por problemas económicos. Es así que comenzó sus estudios “de grande”, pero en el transcurso de su vida realizó numerosos cursos como de aromaterapia, estética, masajes con piedras entre otros de su interés. En marzo del 2018, después de haber cursado varios años, se recibió de acompañante terapéutica, y en octubre de asistente en el arte de cuidar. Este año tiene planeado comenzar la carrera de counselor.
Admite que no tuvo una vida sencilla y que debió empezar de cero luego de su divorcio catorce años atrás. Pero que de todas formas no perdió sus ganas de realizar sus sueños y eso fue lo que la impulsó a llegar a ser la persona que es hoy en día. “Hoy soy una mujer feliz, me perdí y me encontré muchas veces lo cual es parte de la evolución, y mi querido y amado siempre estuvo ahí incondicional para llevarse mis penas y traerme las respuestas”, expresó con orgullo Alejandra.
Actualmente trabaja de su profesión. A mediados de 2018, cuando se hizo esta entrevista, cuidaba a un hombre de 76 y a dos mujeres, una de 81 años y la otra de 90. Ella destacó que es muy buena escuchando y conteniendo, que de su profesión le gusta la rama psicológica donde asiste tanto al paciente como a los familiares que se encuentran en crisis por no entender lo que le sucede a su familiar, más en casos de demencia o de alzheimer.
Lo que la impulsó a dedicarse a esta profesión fueron las experiencias de su adolescencia, donde decidió que ella iba a lograr todo lo que se propusiera y que ayudaría a todo aquel que lo necesitara. Y así fue, hoy Alejandra se encuentra cumpliendo todos sus objetivos. Siempre a la par del Paraná, su eterno acompañante.
Su vida dentro del río y la historia de sus antepasados
María Alejandra Lovrincevich, amante del enorme raudal, de su color y de su aroma; afirma que sentarse en la arena al lado del agua es su terapia. Se siente como si estuviera con un psicólogo al aire libre. El río Paraná de la ciudad de Rosario es usado por muchos ciudadanos como un medio de relajación, de meditación, un momento para pensar y analizar la situaciones de su vida desde otro punto de vista. No solo funciona como una actividad para la salud psíquica sino que además esa devoción por el agua del río puede llevar consigo una herencia familiar de importancia, un vínculo que las personas forman con él que no todos tienen. Estas personas tienen sobre esta agua marrón un afecto particular como si el mismo formará parte de su propia familia, lo tratan como otro ser querido, le dan amor, devoción y sobre todo respeto.
La historia de Alejandra tiene su origen con su abuelo el croata, Nikola Lovrincevich, quien llegó a la Argentina en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914 y finalizó en 1918. Ddurante esos años se produjeron masivas inmigraciones desde Europa hacia otros países, uno de sus principales destinos fue Argentina.
En los primeros años de la guerra, él fue uno de los primeros hombres en ser reclutados para combatir. Una parte importante de su juventud la vivió en Croacia mientras se desarrollaba este hecho trascendental hasta que logró escapar en un barco rumbo a la Argentina, país que le salvó la vida. De esta manera, llegó a la ciudad de Rosario.
Lo primero que le sucedió al llegar a la ciudad fue enamorarse profunda y enormemente del río, esto se debió a que en su país natal se encontraba en constante contacto con el mar al ser pescador. Aquí mismo conoció a una mujer criolla que se convertiría en su esposa y el amor de su vida, Emilia Palavecino, abuela de Alejandra. Juntos tuvieron cuatro hijos, uno de ellos Héctor Lovrincevich,el padre de dos hijos, las más chica Alejandra; quién afirma que toda su familia posee una “relación con el río casi piel a piel”.
El placer por el río es una herencia familiar. María Alejandra nació en el río, se crió en el río, y aprendió a nadar en ese mismo lugar. Su padre la lanzó al agua por primera vez cuando tenía tan solo 3 años de edad. Él y su madre se conocieron en el río ya que ambos remaban desde muy jóvenes en el Club Romero, antiguo club ubicado al lado del Paraná. Toda su familia estuvo siempre en el río.
Sus abuelos, luego de sus jubilaciones, solían tejer medios mundos, redes redondas tejidas con hilo de cobre y una aguja naveta, que son utilizadas para la pesca; era su pasatiempo favorito. “Se pasaban horas y horas tejiendo”. Un día, una mañana bien temprano, Nikola el abuelo de Alejandra fue a pescar como solía acostumbrar. Al volver a su hogar a descansar, se acostó a dormir y jamás despertó; pero se fue contento de haber ido al río esa mañana como todos los días.
Paz, armonía y libertad
“Yo siempre digo que si no tengo cerca agua me ahogo, es una contradicción, pero sinceramente si yo no tengo esto me ahogo”. Este amor que Alejandra siente desde muy pequeña por el río se convirtió en tradición en su vida cotidiana y que de la misma manera que su padre hizo con ella, transmitió su devoción y admiración por el Paraná a sus dos hijas, quienes reman en Kayak y nadan desde pequeñas. María Alejandra considera a la arena, al agua, al río en su todo: como su templo, el cual le proporcionó las respuestas que necesitaba en los momentos más difíciles de su vida.
"El río es mi templo, es mi lugar, es el patio de mi casa, donde puedo venir a descargar mis angustias, a proyectar, a soñar, a hacer amigos, a tomar mates, a charlar, a lo que sea. Es una locura total porque yo siento que esto es mío. Paz, armonía y libertad, son las tres palabras que usaría para definirlo, y también un poco de locura”, así describe esa relación tan estrecha que la une al río..
A razón de la conmovedora historia de Alejandra, sobre su pasado, su herencia, su presente y su futuro, de la relación íntima que tiene con el río, se puede ver que no todas las personas tienen a la costa, a la arena, y al agua del Río Paraná como un lugar meramente de trabajo, o de distracción para los momentos de ocio, o de espacio físico para realizar ejercicio. El río genera vínculos irrompibles, vitales como es el caso de Alejandra, entre las personas y su paisaje. Así, el Paraná de Rosario no solo es un punto geográfico más marcado en un mapa, es “una bendición”.
Nota del editor: La crónica fue realizada en agosto del 2018.
Esta es una de las tres producciones periodísticas realizadas en el marco del primer taller del Laboratorio de Experimentación Periodística de RED/ACCIÓN. Se desarrolló en la Universidad Abierta Interamericana de Rosario en 2018 y se denominó “Una ciudad y un río: Rosario, historias del Paraná”. El taller fue dirigido por Juan Mascardi y Aníbal Rossi.