Si pensáramos a la Técnica 8 de Villa Fiorito como una muestra de lo que ocurre en muchas otras escuelas de la Argentina, es fácil entender la amenaza que implica que la mitad de los niños, niñas y adolescentes del país sean pobres. En ese colegio, 40 chicos (el 7% del total) abandonaron la escuela el año pasado y hubo tres infectados por tuberculosis, una enfermedad asociada especialmente con la pobreza. Además, este año, casi todas las semanas llamaron al menos una vez a la ambulancia porque algún alumno se descompuso “del hambre”. En esta nota, especialistas de Unicef, la Universidad Católica Argentina, la Universidad Pedagógica Nacional y del Ministerio de Educación analizan cuál es el impacto que tiene la pobreza en la educación de las nuevas generaciones. Además, lo que se hace desde el Estado para contener la situación, mediante los programas “Asistiré”, Escuelas Faro, y Secundaria 2030.
La Técnica 8 está en el límite de Lomas de Zamora con Lanús, en un barrio vulnerable que enseguida siente los golpes económicos del país. “Los alumnos pueden faltar porque un día no tienen plata para el colectivo, porque un familiar les ofreció hacer una changa o porque se tuvo que quedar a cuidar al hermanito”, cuenta Claudia Casale, que trabaja en la escuela hace 33 años y desde 2014 es la directora.
Claudia está al frente de 560 alumnos y reconoce que la pobreza impacta de lleno en la educación de los chicos y la organización de la escuela: “Es difícil exigirles atención si tienen hambre. Por eso tenemos que adaptar proyectos. Este año usamos horas de taller para que produjeran alcohol en gel y sumaran hábitos de higiene. Haber tenido chicos internados por tuberculosis fue muy grave”.
Que vayan al jardín y terminen la secundaria, los desafíos urgentes
Las mayores debilidades del sistema educativo argentino en cuanto a la posibilidad de estudiar y permanece en la escuela se dan en dos etapas de la educación obligatoria: la sala de 4 y el jardín de infantes, y en los últimos años de la secundaria. En los hogares pobres ese problema es mucho más profundo.
Las razones son distintas, pero están relacionadas. En el nivel inicial, el porcentaje de chicos que transitan los años obligatorios (4 y 5 años) está por debajo del 70% en los estratos sociales vulnerables o crítico. En las familias de clase media alta y media, en cambio, supera el 90%, según datos de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE).
El principal argumento es que la cantidad de jardines estatales, principalmente para nenes de 4 años o menos, es baja y las familias no pueden pagar uno privado. Por eso, el crecimiento de la pobreza puede hacer que una familia no pueda pagar un jardín privado y no encuentre vacante en uno estatal.
Es un problema que incluso ocurre en las jurisdicciones más ricas, como la Ciudad de Buenos Aires, donde faltan 14 mil vacantes en jardines públicos para niños y niñas de 45 días a 5 años, según datos del Observatorio Universitario de Buenos Aires de la Universidad de Buenos Aires.
Este gráfico muestra cuál es el porcentaje de los niños, niñas y adolescentes que van al jardín, la primaria, la secundaria y al nivel superior sobre el total de su edad y según su condición socioeconómica:
“El sistema educativo argentino muestra una creciente inclusión a lo largo del tiempo. Pero ese aumento convive con la persistencia de profundas desigualdades socioeconómicas en el punto de partida de la escolarización que tienen efecto en el desarrollo de las trayectorias educativas”, señala la socióloga Patricia Davolos, investigadora del Observatorio Educativo de la Unipe.
En otras palabras, la imposibilidad de transitar el jardín abre una desigualdad de oportunidades a edad temprana.
Lo que ocurre en la secundaria, va en la misma línea. Después de una primaria casi universal, a la que va el 99,4% de los chicos, en la secundaria hay una fuerte pérdida de alumnos de los 15 años en adelante: mientras en primera años hay 815 mil estudiantes, en sexto se reducen a 454 mil. Y de esos alumnos de sexto, apenas el 15 % son jóvenes de familias del tercil socioeconómico bajo, de acuerdo a datos del Observatorio Argentinos por la Educación.
Es decir, quienes más abandonan son los hijos e hijas de familias pobres.
La amenaza del trabajo adolescente
En marzo pasado Unicef presentó un análisis cualitativo de los efectos de la situación económica en los niños, niñas y adolescentes. En el capítulo sobre educación, advierte que “se estarían presentando situaciones de abandono escolar, específicamente en las transiciones del nivel primario al secundario”. Y detalla que uno de los motivos es que “las adolescentes asumen responsabilidades de cuidado de hermanos e hijos, y acompañamiento a adultos mayores”, mientras que en los varones el abandono se da por “la incorporación al mercado de trabajo”.
“Estar fuera del sistema educativo es pobreza, pero ya hablamos de pobreza estructural”, analiza Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión social de Unicef, y remarca que la deserción de quienes deberían ir al secundario actualmente alcanza a unos 500 mil adolescentes.
El esfuerzo para que aprendan y no vean a la escuela como un comedor
La pobreza monetaria o económica que alcanza a la mitad de los chicos (46,8% para el Indec y del 51,7% para la UCA) tiene un impacto concreto en cómo transitan la escuela esos niños y niñas.
“Lo que más preocupa es el acceso a alimentos en cantidad y calidad. Si no lo tienen, la dificultad para aprender y ejercer el derecho que tienen a recibir educación es muy alta”, señala Ianina Tuñón, investigadora responsable del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Tuñón marca que los datos son elocuentes: la inseguridad alimentaria severa entre las personas de 17 años o menos pasó de alcanzar al 8,9% de los menores de 18 años, en 2015, a abarcar al 13% en 2018. Mientras que la inseguridad alimentaria total pasó del 20,3% al 29,3%.
Eso quiere decir que al menos 1 de cada 10 niños, niñas o adolescentes tuvo la percepción de haber pasado “hambre por problemas económicos durante los últimos 12 meses”. Y que 3 de cada 10, sufrió una “reducción involuntaria de la porción de comida”.
En el informe de Unicef exponen que “las escuelas de barrios populares manifestaron la necesidad emergente de brindar funciones de cuidado integral, entre las cuales se incluye la alimentación y la detección de problemas emocionales, psicológicos y cognitivos”.
“En las escuelas hacen lo imposible para no perder a los estudiantes. Se refuerza el apoyo social y alimentario. Así la escuela pasa a tener un rol interesante pero pierde el rol central, que es el de general aprendizajes", remarca Sebastián Waisgrais.
En ese sentido, el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia marca que la asistencia alimentaria para quienes tienen menos de 18 años pasó del 28,7% en 2015 al 36,6 en 2018. En gran medida, esa ayuda se da en comedores escolares.
Las iniciativas del Gobierno para mejorar el aprendizaje y evitar abandonos
Mercedes Miguel, secretaria de Innovación y Calidad Educativa del Ministerio de Educación de la Nación, reconoce que la estadística marca que cuando aumenta la pobreza queda más condicionada la posibilidad de ir a la escuela de los sectores vulnerables. De todos modos, afirma que no se evidencia que eso esté ocurriendo.
El Ministerio tiene un programa específico que buscan evitar las deserciones. Se trata de Asistiré, una plataforma desde la que se toma asistencia de manera digital. De esa manera, se generan alertas en tiempo real de chicos que tienen faltas reiteradas, injustificadas o consecutivas. Esas alertas pasan a una mesa de profesionales especializados en niñez para que armen estrategias para determinar por qué falta y cómo reincorporarlo.
El programa funciona en 670 escuelas de las provincias de Buenos Aires (370), Corrientes (100), San Juan (50), Chaco (50), Jujuy (50) y Chubut (50).
“Así como sabemos que la pobreza condiciona el acceso también sabemos que con intervenciones pedagógicas efectivas se pueden mejorar los porcentajes de terminalidad de la escuela y también los aprendizajes", afirma Mercedes Miguel.
En ese sentido, menciona la experiencia de las 3000 “escuelas faro”, como denominaron a los colegios de todo el país que habían tenido rendimientos bajos en las pruebas Aprender y además estaban ubicadas en zonas de un contexto social vulnerable. En esos colegios elaboraron planes específicos y se logró que en las Aprender 2018 mejoraran los resultados. “Notamos que con acciones concretas se pueden mejorar los aprendizajes sin importar las condiciones sociales”, remarca Mercedes Miguel.
Otro plan relevante es el que compromete hacer cambios en el secundario para “erradicar el fracaso escolar”, “lograr aprendizajes relevantes” y construir una “sólida articulación” entre la escuela, el proyecto de vida, la educación superior y el trabajo. Fue acordado el 6 de diciembre de 2017 por todos los ministros de educación del país. A ese plan lo llamaron Secundaria 2030 y todas las provincias están comprometidas a instrumentar ajustes. Según Miguel, 600 secundarias del país ya prueban transformaciones.
Provincias como San Luis, La Rioja y Córdoba experimentan cambios que empezaron a mostrar mejoras en la promoción y los aprendizajes
Miguel adelantó además que trabajan en una plataforma desde la cual unos 100.000 adolescentes que deben materias del último año de la secundaria puedan cursarlas y alcanzar una promoción que los habilite a seguir estudiando o alcanzar requisitos laborales mínimos.