Feminismo y arte latinoamericano. Historias de Artistas que emanciparon el cuerpo
Andrea Giunta
Siglo XXI
Uno (mi comentario)
“¿Cómo funciona el mundo del arte?” se pregunta en este libro Andrea Giunta. La respuesta no se hace esperar: de manera muy desventajosa para todos aquellos sujetos que circulan por sus pasillos catalogados por las instituciones como “mujeres”. En efecto, existe una densa malla de estrategias en acto dentro del sistema del arte para volver invisibles un caudal importante de obras por razones de género. Obras que el sistema no permite ver, exponer, vender o coleccionar; obras que mantiene fuera de su órbita.
En el arte, la idea de calidad está constituida a partir de criterios patriarcales. La mujer (y lo femenino), por lo tanto, se encuentran en desventaja, en el lugar de lo otro, distante –erradicado– de la norma. En este contexto, el reclamo de una representación igualitaria en galerías, museos, colecciones privadas, etc., es recibido como un problema en sí mismo, que se intenta desautorizar anclándolo en un supuesto pasado, perimido, que las cifras desmienten. La equidad de género está lejos de cumplirse, tal como lo demuestra Giunta en este libro que se inscribe en una historiografía del arte feminista. Lo cierto es que “el mundo del arte es predominantemente blanco, euronorteamericano, heterosexual y, sobre todo, masculino” (36). Mientras las artistas tienen que demostrar una valía excepcional para alcanzar cierto reconocimiento, artistas hombres mediocres destacan con facilidad. Con matices, la proporción en el plano de las exhibiciones en museos a nivel mundial es de una mujer cada cinco varones.
El sistema del arte es patriarcal, como también lo es la normalización del gusto estético. Desde el Antiguo Testamento la mujer es tentación y pecado, emblema de aquello que debe controlarse, reglamentarse, ordenarse. Dominarse. No en vano Silvia Federici habla de una “guerra contra las mujeres”. El control del cuerpo femenino está y siempre estuvo en el centro de las preocupaciones patriarcales. El arte es apenas una pantalla en la que estas violencias se replican bajo el formato de la exclusión, la desclasificación, los mecanismos de desautorización y de invisibilización. A partir del estudio de una serie de casos puntuales con los que Giunta recorre el arte hecho por mujeres en América Latina (desde Clemencia Lucena y María Luisa Bemberg, a Paz Errázuriz, pasando por Narcisa Hirsch, los feminismos artísticos en México y Nelbia Romero), con un interesante glosario en el que se definen con precisión el vocabulario específico de las problemáticas de género usado a lo largo de la argumentación (ya Gerda Lerner señaló, en la década del ochenta, la importancia de apreciar críticamente las palabras de las que nos servimos para hablar de emancipación femenina en su libro La creación del patriarcado que, como este, concluye con un glosario), este libro es un primer paso firme hacia el cambio de las reglas del juego en el mundo del arte. El segundo, sin duda, es la colectiva que integra su autora, Nosotras Proponemos (nP), www.nosotrasproponemos.org, que evalúa el estado de situación en el ámbito artístico local y buscan llegar a un compromiso efectivo de mayor equidad en la compra y exhibición de obra producida por artistas mujeres por parte de los museos nacionales, entre otros objetivos y acciones de visibilización para la obra de artistas mujeres.
Dos (la selección)
“Gracias a la investigación de Julian Spalding y Glyn Thompson –presentada en la exposición de Summerhall, Edimburgo, en 2014, con el título A Lady’s not a Gent’s–, nos enteramos de que el famoso urinario de Duchamp, pieza emblemática del comienzo del ready-made y del conceptualismo, es en realidad obra de la condesa [Elsa von Freytag-Loringhoven]. Para la biógrafa de la artista, Irene Gammel, la elección del urinal está más cerca de los intereses escatológicos de ella que de los de Duchamp. Además, en una carta a su hermana Suzanne, escrita en 1917, Marcel Duchamp le contaba que una amiga suya había enviado el mingitorio a la Exhibición de la Sociedad de Artistas Independientes. Toda la genealogía patriarcal del conceptualismo y la crítica institucional del siglo XX debería, entonces, cambiar de género.”
Tres
“Racista, clasista y geográficamente excluyente, el sistema del arte es también sexista y heteronormativo; una “mujer” es correcta en tanto sea blanca, no feminista y juegue el rol de “artista genio”; “gay” es aceptable en tanto el artista pueda ser identificado como varón, blanco y se ajuste al sistema de valores de la clase media o alta. Además, sus intervenciones deben entrar en el rubro “gran artista”, a la par de Picasso, Warhol, Matthew Barney o Marina Abramović. Incluso los temas queer y “feministas” funcionan en el mundo del arte si pueden encuadrarse como blancos y masculinos (siempre que entendamos lo masculino como fálico). Esto se da en llamar “síndrome de Margaret Thatcher”.”
Cuatro
“Los femicidios, los destapes de acoso, las condiciones laborales de las mujeres, etc., toda información que tomó más visibilidad en estos últimos tiempos hace que obviamente no piense de la misma manera […]. Respecto de las artistas mujeres, hemos incorporado varias, y este año vamos a mostrar solo mujeres (Orly Benzacar). Para 2018, la galería Ruth Benzacar planifica también un completo ciclo de conferencias dedicadas al feminismo en el arte y a las mujeres artistas. Me importa destacar el sentido transformador que produce la difusión de información que permanecía oculta. El conocimiento permite generar conciencia respecto de la reproducción en el campo de lo simbólico y de la cultura, de los datos que se registran en el orden de lo social.”
Cinco
“Actualmente no podemos sostener con certeza que hay un arte de mujeres y un arte de varones. Ni siquiera que hay un modo femenino y un modo masculino de expresarse en el terreno del arte. Esta fue la observación de Linda Nochlin. Sin embargo, a pesar de todo lo que los estándares tradicionales se han modificado, podemos constatar que desde que nacemos las instituciones nos clasifican en varones y en mujeres, y que las estadísticas dicen que las artistas clasificadas como mujeres representan, en el mejor de los casos, un 30% de lo que se realiza en el mundo del arte. En este sentido, y para refinar las problemáticas diferenciaciones, cuando me refiero a “artistas mujeres” en verdad me refiero a aquellxs artistas a quienes la sociedad y sus instituciones clasifican como mujeres, criterio a partir del cual disminuyen su representación.”
Seis
“En el contexto actual, las políticas de representación igualitaria deberían ser parte de la forma de operar de todos los agentes del mundo del arte: directores de museos, ferias, galerías, periodistas, editores de libros, críticos, curadores, historiadores. Incluso de los artistas a quienes el sistema clasifica como varones. Esta es la única metodología aplicable en el corto plazo que permitirá dar visibilidad a cuerpos de obra invisibilizados. Se trata de una estrategia, de acciones afirmativas que comienzan a proponerse en el campo de la política pero que están ausentes en el campo del arte. No por eso representan la solución del problema; pero permitirán dar visibilidad a lo que es sistemáticamente invisibilizado y cuestionar los parámetros normalizados del gusto y de la calidad estética. En lo oculto oprimido existe una reserva de insubordinación y de cuestionamiento al orden establecido cuya liberación cuenta entre los modos de funcionamiento de la cultura y el arte.”
Siete
“No cabe solo destacar qué es lo que las artistas mujeres están perdiendo en términos de representación y consagración, sino qué es lo que todos –varones, mujeres, ciudadanos con sexualidades no normativas– estamos perdiendo ante un tipo de censura de la obra de artistas mujeres basado en la clasificación administrativa mujer/varón.”
Ana Ojeda es escritora y editora. Nació en Buenos Aires en 1979. Se recibió de Licenciada en Letras con diploma de honor por la Universidad de Buenos Aires. En Twitter: @anaojota En Instagram: @vikingabonsai En Goodreads: Ana Ojeda
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