Decepcionados por el mundo adulto. Así se sienten en general los niños, niñas y adolescentes que tienen que vivir en institutos de cuidado porque sufrieron alguna vulneración de sus derechos. Muchos fueron abandonados o maltratados por su propia familia. Entre recién nacidos y jóvenes de hasta 18 años, en la ciudad de Buenos Aires son cerca de 800, según datos oficiales. Pero una de las estrategias para que recuperen sus derechos es ofrecerles justamente la posibilidad de que cuenten con la compañía de un referente afectivo: una persona voluntaria que se preocupa por el chico, lo ayuda a restaurar la confianza en los adultos, va a las reuniones de padres de la escuela, lo lleva a un club el fin de semana o lo invita a su casa para compartir una celebración. Se trata de una persona que está disponible para el chico cuando la necesita: lo hace sentir único.
A través del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, se lleva adelante el programa Abrazar. La idea de la iniciativa es encontrar un referente significativo que pueda acompañar al niño durante el tiempo que viva en la institución y con la posibilidad de prolongar el vínculo en el futuro.
46 niños esperan que un referente los acompañe
El programa se dirige principalmente a niños mayores de diez años. “Cuando los chicos superan esa edad, el egreso de los hogares a través de la vía de adopción se dificulta porque, en general, las personas se imaginan adoptando un bebé. Por este motivo, buscamos sumar adultos referentes para acompañar el crecimiento de estos niños”, comenta Itatí Canido, directora general de Gestión de Políticas y Programas del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad.
Actualmente, 59 niños tienen su referente afectivo, pero todavía hay 46 en espera del suyo.
Uno de los requisitos para la inscripción es que los adultos que se acercan al programa no estén anotados en ningún registro del país como aspirantes a adoptar. Deben ser mayores de edad y, dentro de las posibilidades, tener una diferencia de 15 años con el niño. Además deben presentar una carta de intención y certificado de antecedentes penales.
Lorena Chaul es psicóloga y referente de Vanina (nombre ficticio), una joven de 16 años. Chaul trabajó en el hogar de Ieladeinu y allí conoció a la adolescente. Si bien en este caso, el vínculo se dio de forma natural, hace unos años Chaul formalizó la relación dentro del programa Abrazar y se convirtió en su referente afectivo.
“Se armó un lazo muy estrecho. La tengo en la cabeza todo el tiempo. Ella vive en la institución y va a la escuela durante la semana. Algunos fines de semana viene a casa. También pasamos Fin de Año juntas. Se lleva muy bien con mis hijos”, relata Chaul.
Ieladeinu es una organización que trabaja para ayudar a niños y niñas a superar el trauma de padecer alguna situación de maltrato en el interior de su familia. Cuentan con diferentes modalidades de intervención: fortalecimiento familiar, un centro de día, acogimiento familiar y hogares convivenciales. A su vez, articulan con el Gobierno de la Ciudad.
“Nos tomamos un tiempo para conocer bien a las personas que se van a involucrar con los chicos. Lo primero que miramos es qué compromiso tienen. La etapa de evaluación nos dice muchos de los referentes. Si de golpe no vienen o empiezan a distanciar las entrevistas, nos da un parámetro de que el compromiso no es tan grande. Estos niños ya perdieron mucho, no pueden seguir perdiendo”, expresa Magali Sinay, coordinadora del área de integración comunitaria de Ieladeinu.
Una figura para devolverle la singularidad a cada niño
Más allá de la figura de referente afectivo, que tiene que ver con el acompañamiento y la contención, en mayo de 2017 se sancionó la Ley Nacional de Egreso. Como ya se contó en RED/ACCIÓN, esta legislación reconoce el derecho de estos jóvenes de contar con un apoyo personalizado en su tránsito a la vida adulta y también recibirán una asignación económica mensual.
Como en el hogar se vive de forma comunitaria, la idea es que el referente afectivo pueda devolverle la singularidad a cada niño. En relación a la dinámica, en general, el referente se compromete a realizar visitas en el hogar y salidas de fin de semana. También ayuda con las tareas escolares, trata de que tenga un vínculo con algún deporte y promueve encuentros en su casa.
Mientras ese vínculo ocurre y se sostiene en el tiempo, un equipo especializado en niñez y adolescencia acompaña todo el proceso de vinculación, brindando la orientación y contención necesaria a los adultos.
Suele haber dos tipos de referentes afectivos: el que ya conoce al niño, tiene un vínculo y lo formaliza; y aquel que se entera de esta posibilidad por el boca en boca y tiene ganas de acompañar a un chico que fue separado de su familia biológica.
“Muchas veces se da que a una mamá o a un papá de un compañero de la escuela del niño le gustaría visitarlo en el hogar e incluirlo en salidas familiares”, aclara Canido. En este sentido, Sinay agrega: “Vemos muchos voluntarios que dieron apoyo escolar en Ieladeinu y en el mientras tanto hicieron un vínculo con el niño. Luego, se acercan a nosotras para convertirse en sus referentes afectivos”.
Tienen miedo pero les muestran que hay otra forma de vincularse
Un niño puede tener más de un referente. “El desafío es que lo chicos puedan vincularse genuinamente con alguien. Ellos ya vienen muy golpeados de tanta vulneración. Tienen miedo y es lógico. Un objetivo del referente es mostrarles que hay distintas formas de vincularse”, comenta Sinay.
La directora ejecutiva de Ieladeinu, Amiela Spector, señala que muchos referentes llegan con un ideal muy grande y muchas expectativas sobre los chicos: “Hay que trabajar con la realidad y hablar mucho con ellos. Seguimos el paso a paso: hacemos encuentros presenciales con el adulto, seguimiento telefónico y capacitaciones. Se arman dispositivos para acompañar y que la gente no se frustre. El vínculo se va generando paulatinamente”.
“Las familias de apoyo, como llamamos a los referentes afectivos, no tienen que ser Papá Noel, tienen que poner límites y orientarlos. Es importante para los chicos sentirse únicos e importantes para alguien en particular. No queremos que se sientan parte de una masa”, enfatiza Victoria Aguirre de Acosta, fundadora de la Asociación Familias de Esperanza, organización que recibe a niños y grupos de hermanos derivados de organismos oficiales en situación de alta vulnerabilidad social.
Cuando los chicos se van de los hogares, ya sea porque vuelven a su familia de origen, son adoptados o alcanzan la mayoría de edad, pueden seguir en contacto con el referente afectivo, pero no sucede en todos los casos. Sofía Paz hoy es referente de Nahiara, una nena de dos años con Síndrome de Down, que vive en el hogar de la Asociación Familias de Esperanza. También, fue referente de tres chicos más. Con Damián, un adolescente de 13 años que vive nuevamente en la villa La Cava con su mamá, Paz sigue en contacto. A otros dos chicos, que también acompañó, ya no puede seguir viéndolos.
“El año pasado lo fui a buscar a Damián a su casa y me perdí. Como iba con la ventanilla del auto baja, pude escuchar que él le gritaba a sus amigos, ella es mi familia de apoyo. Él tiene muy claro qué significa mi rol. Lo conozco desde los siete años. Hace cinco años se fue del hogar y sigo siendo su familia de apoyo”, cuenta Paz.
Paz tiene dos hijos y los fines de semana llevaba a Damián con ellos al club a jugar al rugby. “Él adora a mis hijos. Viene a casa y juegan juntos a la Play. Otra cosa que hace cuando nos visita es ir a un cuarto donde tengo fotos con todos los chicos de los que fui referente para ver si él sigue estando. Siempre se encuentra. Lo importante es que ellos sepan que uno está para lo que necesiten. El apego que generan con uno no es excluyente de poder revincularse con su familia de origen o la adoptiva”, relata.
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