Hasta hace poco, Daniel Simons se despertaba en la villa 1-11-14 (en una casa a la que describe como “un rancho”) e iba a trabajar a su oficina en la Torre Bellini de WeWork, un espacio cowork de 25 pisos vidriados, con cerveza y café gratis para CEOs, founders y otros animales del ecosistema emprendedor. Simons, en cambio, es un creador de videogames. En ese rascacielos terminó de desarrollar su primer juego, Bildo, y comenzó con el segundo, Guardianes de Nibiru. Pero antes de que todo este sueño se hiciera realidad, los videogames habían sido su refugio en un hogar surcado por las discusiones y la depresión. “Si estaba todo el día pensando en mis problemas, agarraba el joystick y automáticamente me olvidaba de todo, me concentraba e incluso aprendía del juego”, dice. “Los videojuegos me salvaron la vida”.
Y realmente lo hicieron: los games le dieron a Simons una pasión y una ocupación a la que le dedica todo el día, todos los días. A los 25 años, es el director de su propia compañía, Dalesi, donde trabaja con otras 18 personas (recientemente, se mudó de WeWork al Centro Metropolitano de Diseño porque necesitaba más espacio). Además, dio una charla TED (“Los videojuegos ¿pueden cambiarte la vida?”) y tuvo encuentros, como joven talento del sector informático, con dos presidentes: Cristina F. Kirchner y Mauricio Macri. Pero sigue viviendo en una callejuela embarrada que parece no tener nombre, cerca del estadio de San Lorenzo, en la villa más grande de la ciudad de Buenos Aires. “En un rancho que levantó mi padre cuando yo nací”, sigue. “Él tenía 15 años y mi mamá, 18”.
Simons es un chico flaco que hoy viste una remera donde se lee el nombre de su estudio de videogames. Habla, de un modo muy locuaz, en la sala de juegos del área común de la Torre Bellini, en el piso 12 de WeWork (eligió este lugar para hacer la entrevista porque aquí sigue siendo bien recibido). Lo acompaña su novia, Belén Kachoroski, que es la directora de marketing de Dalesi y que trabaja en el diseño de los games.
Bildo, un juego de plataforma (donde el personaje corre, salta y esquiva peligros, al estilo de Mario Bros. o Prince of Persia), fue financiado por crowdfunding con Ideame. Así se presentaba Simons en 2015:
“Hola! mi nombre es Daniel, tengo 21 años y soy diseñador de videojuegos independiente, estudié 1 año en la facultad privada Da Vinci en la carrera de diseño y programacion de videojuegos, pero lamentablemente no pude terminar de pagarlo ya que he perdido mi empleo. Bildo es mi primer juego desarollado 100% por mi, y quisiera recaudar fondos para poder publicarlo en Steam y cumplir mi sueño de poder vivir de lo que me apasiona en la vida... hacer videojuegos.”
En la secundaria había ganado el concurso de videojuegos “Dale Aceptar” de la Fundación Sadosky. Ya sabía, desde muy chico, que quería dedicarse a hacer games, pero a veces le faltaba el convencimiento de saber que era bueno. Como premio, recibió una Playstation, fue invitado a la Casa Rosada y la expresidenta Cristina Kirchner le entregó un diploma. Su espíritu despertó: Simons se dio cuenta de que tenía talento.
Pero cuando la panadería donde trabajaba (y con la que se pagaba sus estudios) cerró, todo volvió a oscurecerse. “Me llegó la bajada, la depresión”, recuerda. “El día en que eso pasó, estuve solo, reflexionando, intentando encontrar una excusa que me mantuviera en vida, viendo por qué había llegado a eso, por qué, a pesar de que siempre intentaba, parecía que estaba destinado a irme mal”.
En esa época solía volver de la panadería y se pasaba la noche programando. “Por eso”, dice su novia, “si yo quería compartir tiempo con él, tenía que hacer cosas que le gustaran, como jugar con él a los videojuegos. Había momentos en los que él estaba muy motivado y otros en los que caía y decía: ‘Si estoy en la villa, ¿para qué seguir con este proyecto? ¿Quién va a querer jugar a mi juego?’”.
Su madre (a quien Simons recuerda como “depresiva y muy nerviosa”) se había quitado la vida cuando él iba a primer año del colegio secundario. De hecho, antes ya lo había intentado muchas veces. “Estaba casi todo el día medicada”, dice Simons, “y mis hermanos y yo teníamos un padre ausente, porque estaba trabajando, y una madre tirada en la cama. Nos quedábamos en la casa cocinándonos, lavándonos la ropa y limpiando”.
El último intento fue con pastillas. Y aunque el padre de Simons la llevó a un hospital adonde le hicieron un lavado gástrico y le dieron el alta, su cuerpo no lo soportó por muchas horas. Al día siguiente, cuando el padre los despertó, los tres hijos vieron a la madre echada en el piso, sin vida.
Así fue como, algunos años después, en el momento en el que perdió su trabajo sin esperárselo, Simons la volvió a recordar. “Se me cruzó la idea de repetir lo que había hecho ella”, dice. Ni siquiera había regresado a su casa desde la panadería; eligió pasar la tarde en el Parque Chacabuco, sentado en un banco, ensimismado en sus idas y vueltas. “Si uno está solo, se encuentra consigo mismo”, sigue. Y, al final, se concedió una oportunidad: “Pensé en dedicarme ciento por ciento a Bildo, que era lo que me gustaba y que ya venía programando en mis ratos libres. No tenía nada más que perder”.
Llegó a su casa con los últimos 200 pesos que le quedaban. Belén, su novia, lo esperaba. Él le contó todo. Tuvieron una charla, se dieron cuenta de que no era imposible salir adelante haciendo games. Belén le dijo que lo acompañaría en su aventura. En esos días, no era raro que ella lo empujara: le decía, en momentos de tristeza, que el hecho de que él hubiera nacido en la villa 1-11-14 no lo marcaba para toda la vida; que era solamente una parte de su historia. “Él quería avanzar y ser alguien, y tenía un sueño gigante”, recuerda ella. Así que, al final, tomaron un aerosol y escribieron la fecha de ese día en la pared: 29 de agosto de 2016. Era un inicio.
“Cuando uno se larga a hacer lo que ama, siente que no está preparado”, dice ahora Simons. “Uno no sabe cómo va a hacer la plata, ni nada. Lo único que tiene es confianza en sí mismo. Ese es el salto de fe que se necesita. Y el tiempo me demostró que si uno tiene talento y pasión, hay dos personas que te dicen que no lo vas a conseguir y ocho que están dispuestas a ayudarte”.
Unos días después vendieron algunos muebles y una moto. Buscaron formas de financiarse y encontraron el método del crowdfunding. Vieron los proyectos publicados online y los estudiaron. “Cuando tengo que hacer algo, veo quién lo hizo bien y cómo lo hizo”, dice ahora Simons. “Esto lo aprendí con los videojuegos: si había un jugador superior a mí, yo estudiaba de qué manera jugaba y, replicando lo que él hacía, obtenía el mismo resultado”.
Así que hizo todo lo que pudiera llamar la atención. Intencionalmente, armó el video de Ideame un día antes de su cumpleaños, para contárselo a todos los que lo fueran a saludar, y posteó en Taringa algo con un título bien vendedor: “De la villa a diseñar videojuegos”. Poco después, un montón de personas lo estaban comentando. Y luego los medios comenzaron a hacerle entrevistas.
Cuando Simons y su novia se habían conocido, en abril de 2015, él le había contado todo el proyecto de Bildo: sonaba a cuento de hadas. Un año más tarde, el game estaba en el mercado.
“Bildo está centrado en el universo de Nibiru”, explica Simons. “Cuenta la leyenda que a medida que iba avanzando la luz, iba creando planetas. Y generaba vacíos que eran ocupados por la oscuridad. Y a medida que avanzaba la oscuridad, los iba destruyendo. Entonces la luz decide quedarse en este planeta, Nibiru, y empieza a enfrentarse con la oscuridad. Los niberianos eran asediados por la guerra entre la luz y la oscuridad. La oscuridad los afectaba a través de pensamientos negativos, depresivos, envidiosos, rencorosos. Pero, gracias al poder de la luz, los niberianos podían materializar un color de acuerdo a sus características: si uno tenía mucha energía, creaba el color amarillo, que representa la energía; si era muy puro, creaba el color blanco; si tenía mucha adrenalina, creaba el rojo. Estos niberianos se transformaron en guardianes y decidieron utilizar el color para luchar contra la oscuridad”.
Bildo es una catarsis de las condiciones más duras de la vida en una villa. “Los videojuegos son un arte”, dice Simons, “y con este arte puedo expresarme y compartir lo más profundo que pienso de la vida. Quería representarlo todo en el juego para que el jugador se sintiera reflejado, y pudiera encontrar la solución que tanto busqué yo. Di todo lo que tenía en mi cabeza: Bildo, que te enseña cómo vencer a la oscuridad aunque parezca que ya no hay esperanzas, es el juego que yo hubiera necesitado”.
Para jugar en PC o Playstation a Guardianes de Nibiru, el segundo game (cuya historia es una precuela de Bildo), aún falta un año de desarrollo. “Estamos utilizando un motor gráfico de última generación, Unreal Engine, que es el mismo que usa Fortnite”, dice Simons. “Y estamos presentando el proyecto a distintos publishers y buscando financiación”.
A su lado, su novia lo mira con ternura. “Ahora no hay manera de que le puedas hacer ver a él que su sueño no se va a cumplir”, dice.