Una de cada cuatro personas en el mundo está afectada por trastornos de salud mental. Pero, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi dos tercios de estas personas no reciben ningún tipo de ayuda profesional. El estigma, la discriminación, y la falta de recursos son algunas de las barreras que impiden su tratamiento y recuperación.
Este es el reto que enfrenta Dévora Kestel, psicóloga argentina que en enero de este año asumió como la primera mujer a cargo del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS. Desde su oficina en Ginebra, Kestel conversó con RED/ACCIÓN sobre las barreras sociales y políticas en temas de salud mental, la situación en Argentina, y modelos a seguir en el mundo.
–¿Cómo ha evolucionado la problemática de salud mental en los últimos años?
–Hoy en día, la depresión es la enfermedad que causa mayor discapacidad entre todas las enfermedades. Hablamos de más de 300 millones de personas afectadas, entre jóvenes, adultos y ancianos.
El problema de salud mental ha aumentado en los últimos años porque la población envejece, y la probabilidad de que la gente se pueda enfermar por trastornos mentales aumenta. Se vive más, se está más enfermo, aumentan los números.
Por otro lado, hoy en día se sabe más de los que sufren. Hay una cuestión de estigma, que si bien sigue existiendo, hay más trabajo en salud mental y hay más conocimiento. Antes a lo mejor no se consideraba que alguien que tenía un bajón profundo tenía un problema de salud mental.
–¿Cómo se puede derribar ese estigma en la sociedad?
–En los últimos años se está hablando más sobre el tema, se acepta que algunas problemáticas son enfermedades, el nivel de aceptación va aumentando. Creo que un cambio muy importante fue que, recientemente, muchas personalidades famosas han salido a hablar de sus problemas de salud mental.
Saber que Lady Gaga puede ser Lady Gaga, cantar fenomenal y ganar premios, y al mismo tiempo tener problemas de salud mental… eso es un mensaje muy potente. De a poco se conocen casos de personas que han tenido logros importantes, y sin embargo tuvieron o tienen problemas de salud mental. Eso ayuda a derribar una barrera de estigma y discriminación que de a poco se va venciendo.
–¿Cuáles son los mayores desafíos a nivel de política pública?
–Desde el punto de vista de los sistemas de salud, uno de los problemas más importantes es que a causa de años de desconocimiento, años de marginalización de esta problemática, el presupuesto dedicado a la salud mental por parte de los gobiernos sigue siendo muy magro. A nivel global, el presupuesto de salud mental representa sólo un 2% del total del presupuesto de salud pública.
Ahí hay un desafío claro. Hay que aumentar ese presupuesto, hay que dedicar más fondos a la salud mental para que se desarrollen servicios en las comunidades, fuera de los hospitales psiquiátricos, para que las personas afectadas, desde las más graves hasta las menos graves, reciban la atención necesaria. Muchas de estas personas, que pueden llegar a ser nuestros colegas, amigos, o familiares, no reciben tratamiento. La inversión en recursos humanos y monetarios es necesaria para que estas personas puedan formar parte de la comunidad de la que pertenecen.
–Argentina sancionó una Ley Nacional de Salud Mental en el 2010, pero muchos consideran que hasta el día de hoy la implementación ha sido casi nula. ¿Qué piensa de los cambios que propone la ley y por qué se ha avanzado tan poco?
–Aclaro que hace unos 30 años que no vivo en Argentina, y que mi experiencia trabajando en temas de salud mental ha sido principalmente internacional. Así que hace poco que me empiezo a informar sobre la situación argentina.
Pero conozco la ley y creo que tiene muchas cosas positivas. Creo que en este sentido, Argentina como muchos países que tienen una estructura de salud más fragmentada y con menos recursos, es mucho más fácil escribir un documento, aprobarlo y pasarlo por el congreso que ponerlo en práctica.
En los últimos tiempos me consta que las autoridades de salud mental del país, lideradas por la Dirección Nacional de Salud Mental, están trabajando a sol y a sombra para que esta implementación pueda tener lugar, con una serie de pasos que estaban previstos en la ley y que no fueron necesariamente considerados hasta ahora.
El tema del presupuesto va de la mano de eso. En muchos casos los recursos destinados desde el mismo gobierno que aprueba una ley para su implementación son limitados. Entonces es muy difícil hacer una transformación radical como la que se espera, si no hay capacidad desde el punto de vista de recursos.
Es una tarea ardua porque lo que en una época se creía que se podía resolver con un hospital psiquiátrico hoy sabemos que debería ser una red de salud y servicios sociales. Es decir, un modelo donde se considera el trabajo, los derechos, la justicia, la educación, etc.
–¿Hay algún modelo de política pública de salud mental en el mundo que considere que sea un ejemplo a destacar?
–Hay ejemplos, pero lamentablemente y curiosamente, ninguno está 100% consolidado. En América Latina, Brasil tiene experiencias en algunas regiones muy interesantes. Perú hace unos años está desarrollando incansablemente servicios de salud mental en la comunidad. Y también hay casos de países muy pequeños, como la República Dominicana y Belice, que lograron cerrar todos sus hospitales psiquiátricos y desarrollar servicios alternativos.
–¿Algo más para agregar?
–Creo que es muy importante dejar en claro que las personas con trastornos mentales son, primero y principal, personas que tienen una problemática que debe ser tratada como tantas otras problemáticas. Que los derechos de estas personas, los derechos a vivir en una comunidad, no deberían ser puestos en discusión. En todo caso el desafío está en nosotros, en la comunidad, en la sociedad, en los distintos actores, en buscar un diálogo con esas personas para encontrar qué tipo soluciones son las más adecuadas y justas para ellos.