Hacia rutas salvajes
Jon Krakauer
Ediciones B
Selección y comentario por Silvia Itkin.
Uno (mi comentario)
Into the wild se publicó por primera vez en diciembre de 1996. Krakauer, hoy de casi 65 años, es montañista y escritor y luego de esta joya, publicó otro libro (Mal de altura) y un puñado más sobre el mismo tema: la montaña. Lo extraordinario de esta aventura que protagoniza el malogrado Chris McCandless es que sabemos que todo termina mal en las primeras páginas. (...)
Hacia rutas salvajes nace de una crónica que le encargaron al autor para la revista norteamericana Outside y él, conocedor de aventuras extremas por experiencia propia, quiso saberlo todo; reconstruye el camino de McCandless, recoge las miguitas que dejó (para no volver). Es grande la tentación de darle un marco Thoreau al asunto, pero este chico que deja vida acomodada para romper con todos los lazos que lo atan al sistema tiene mucho de niño asustado, de quien se lanza al vacío con el candor de aspirar una bocanada grande de aire en la caída. Krakauer nos brinda una lección de periodismo. Si la historia tiene todo para ceder a la ficción por su dimensión trágica, él decide otra cosa: narrar los hechos, arriesgar interpretaciones (con la chapa de sus excursiones en altura) y dejar que los restos hablen. No hay subrayados emotivos. Así consigue traspasar sus preguntas al lector, impresas sobre una desolación sin remedio.
Dos (la selección)
En la puerta trasera, atada al extremo de una rama de aliso, alguien había improvisado una
bandera con unas mallas rojas de punto como las que usan los bailarines. La puerta estaba
entornada y tenía pegada con cinta adhesiva una nota inquietante. En una hoja arrancada de una novela de Nikolai Gogol, se leía un texto escrito a mano y en letras de molde:
S.O.S. NECESITO QUE ME AYUDEN. ESTOY HERIDO, MORIBUNDO, Y DEMASIADO DÉBIL PARA SALIR DE AQUÍ A PIE. ESTOY COMPLETAMENTE SOLO. NO ES UNA BROMA. POR DIOS, LE PIDO OQUE SE QUEDE PARA SALVARME. HE SALIDO A RECOGER BAYAS Y VOLVERÉ ESTA NOCHE. GRACIAS, CHRIS MCCANDLESS. ¿AGOSTO?
Tres
Curiosamente, cuando solicitó el trabajo en McDonald’s no se presentó como Alex, sino como Chris McCandless, y además dio a la empresa su verdadero número de la Seguridad Social. Una imprudente revelación de su identidad, desacostumbrada en él, ya que fácilmente podría haber puesto a sus padres sobre la pista de su paradero. Sin embargo, el desliz no tuvo consecuencias, ya que el detective privado que Walt y Billie habían contratado nunca llegó a averiguarlo.
Cuatro
“Cuando Alex partió hacia Alaska, recé -recuerda Franz-. Le rogué a Dios que lo protegiera. Le dije que el chico era especial. Pero él lo dejó morir. Así que aquel 26 de diciembre, cuando descubrí lo que había ocurrido, abjuré de mi fe cristiana. Renuncié a la Iglesia y me convertí en ateo. Decidí que no podía seguir creyendo en un dios que había permitido que algo tan horrible le sucediera a un chico como Alex.”
Cinco
McCandless no parece encajar demasiado con el prototipo de víctima de la montaña. Pese a su temeridad, su desconocimiento de las reglas básicas de la vida en el monte y su imprudencia rayana en la insensatez, no era un incompetente. No habría sobrevivido durante 113 días en el caso de serlo. Tampoco era un chiflado, un asocial o un marginado. McCandless era diferente, aunque lo difícil es establecer en qué consistía esa diferencia. Quizá fuese un peregrino.
Seis
En aquella época, la muerte era para mí un concepto tan abstracto como la geometría no
euclidiana o el matrimonio. Aún no percibía su terrible significado ni el dolor devastador que
puede causar entre las personas que aman al que muere. El oscuro misterio de la mortalidad me fascinaba. No podía resistir la tentación de escapar hacia el abismo y atisbar desde el borde. Lo que se insinuaba entre aquellas sombras me aterrorizaba, pero alcanzaba a ver un enigma prohibido y elemental, no menos imperioso que los dulces y ocultos pétalos del sexo de una mujer.
Siete
A diferencia de Muir y Thoreau, McCandless no se adentró en el monte para reflexionar sobre la naturaleza o el mundo en general, sino para explorar el territorio concreto de su propia alma. Sin embargo, pronto descubrió algo que Muir y Thoreau ya sabían: que una estancia prolongada en un lugar salvaje y desconocido agudiza tanto la percepción del mundo exterior como del interior, y que es imposible sobrevivir en la naturaleza sin interpretar sus signos sutiles y desarrollar un fuerte vínculo emocional con la tierra y todo lo que la habita.
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