En agosto de 2019, mientras capeaba la tormenta económica desde el Ministerio de Economía de la provincia de Buenos Aires, Hernán Lacunza recibió el llamado de Mauricio Macri para sustituir a Nicolás Dujovne al frente del Ministerio de Economía de la Nación. En ese timón, logró aterrizar el turbulento y delicado final del gobierno de Cambiemos, para luego volver a dirigir la consultora Empiria, desde donde hoy desarrolla su actividad privada. En esta entrevista el economista señala que el gobierno de Milei no reaccionó a las alertas tempranas del atraso cambiario, y que de consolidarse la transformación del Estado, “el 2027 va a ser mucho mejor que el 2023”.
—Empecemos por el principio. Virtudes del plan económico que conocimos en diciembre de 2023.
—Las virtudes están claras, y la primera es el compromiso con el equilibrio fiscal. Si vos en diciembre me hubieras preguntado si era posible alcanzar el superávit primario en el primer semestre, yo te hubiera dicho que no. Y me habría equivocado. Te recuerdo tres cifras: inflación mensual de noviembre, contenida, en 13%, un riesgo país de 2.700 puntos básicos, y una brecha cambiaria de 150%. Es decir que estábamos al borde de la hiper o del default.
—Hoy esos riesgos están despejados.
—Y no fue por arte de magia, sino porque se encaró un ajuste fiscal severo, políticamente muy difícil, de cinco puntos del PBI. De esos cinco punto, 3,5, o sea, el 70 %, fue baja del gasto, y el otro 30 % fue suba de impuesto, sobre todo impuesto país. Y el ajuste se hizo con pericia.
—¿En qué sentido?
—No era obvio que el paciente no se muriera en el camino: un error de calibración podría haber desatado un conflicto social. Fue quirúrgico, porque bajaste gastos de obra pública, pero no bajaste planes sociales.
—¿Cómo se desagrega la baja del gasto?
—El 60 % fue licuadora: gastos que suben por detrás de la inflación, como jubilación y salarios. El 30 % fue motosierra: fin de la obra pública y parte de las transferencias discrecionales a las provincias. Y el 10% fue freezer: postergación del pago de deudas y obligaciones, entre otras cosas. Pero lo más importante fue la responsabilidad fiscal como ancla. Aunque hay más aciertos.
—¿Por ejemplo?
—La prudencia monetaria, es decir, dejar de darle a la maquinita. Eso explica la baja de la inflación. Hoy estamos en 4 o 5 % de inflación mensual, riesgo país a 1.500 y brecha cambiaria al 50 %. Esto le permitió al Gobierno acumular 17.000 millones de dólares de reservas en los primeros 5 meses del año. Por supuesto, con su contracara: una caída dramática de la actividad y del consumo, suba el desempleo y de la pobreza. Pero eso era inexorable.
—¿Por qué?
—Porque lo anterior, el plan platita, las tarifas atrasadas y el dólar atrasados eran una ficción. El problema es que a partir de mayo el Gobierno ya no acumula reservas, y ahí apareció una alerta temprana. En los dos últimos meses, la acumulación de reservas es igual a cero. Algo pasó.
—¿Qué pasó?
—Pasó el atraso del tipo de cambio real. Tuvimos siete meses de dólar por la escalera y precios por el ascensor. El crecimiento de la brecha entre el dólar oficial y el blue fue otra alerta temprana.
—Allí apuntan en parte las últimas medidas, poner dólares para bajar el dólar contado con liquidación, por ejemplo.
—Sí, pero se puede achicar la brecha de dos maneras: subís el piso del dólar oficial o bajás el techo de los paralelos. Desde un mal diagnóstico podés perder reservas, tiempo y capital político, que no te sobra. Si ponés esos dólares que vos decís no acumulás reservas y te sube el riesgo país.
—¿Esto ocurre por elegir a la inflación como el indicador principal de toda la gestión económica? Porque la alternativa de subir el piso es devaluar, con seguro impacto inflacionario.
—En parte. El presidente ha mostrado ser más pragmático que lo que dice. Pero para un Gobierno débil, sin representación parlamentaria importante, sin gobernadores propios, el único activo político es la popularidad, Y el Gobierno tiene una sola buena noticia para dar: la baja de la inflación. Por eso detrás de este escenario hay un argumento político.
—¿Usar la política cambiaria como ancla inflacionaria no tiene su precio?
—Y yo creo que es un precio que sube a medida que pasa el tiempo. Sube el precio de salir de este esquema. Y te agrego algo, aunque el argumento central para no tocar el tipo de cambio oficial es político, también hay ingredientes psíquicos de los gobernantes.
—¿En qué sentido?
—Es habitual que uno se enamore de lo que funcionó y te trajo hasta acá. Es difícil ver que lo que te trajo hasta acá puede no funcionarte hacia adelante.
—¿Cuál es la alternativa?
—Si haces un ajuste del tipo de cambio oficial es posible que la inflación en un par de meses suba al 8 %, y que la popularidad del presidente baje del 50 al 42 %, y vas a postergar más la reactivación, pero hacerlo en noviembre va a ser más complicado que ahora. Este plan tiene cuatro pasos: equilibrio fiscal, prudencia monetaria, levantar el cepo y recuperar el crédito y la inversión. Los dos primeros, bien dados. Ahora todas las energías deberían estar puestas en levantar el cepo.
—Mientras tanto en la economía real no vemos una V (rebote rápido), ni una U (rebote lento) sino más bien una L (meseta baja).
—Buena descripción. Rebote en V no va a haber. El salario real cayó 25 %, recuperó 5 % en el segundo trimestre, es decir que está en menos 20 %. Inversión, con cepo, no va a haber. Yo creo que en el mejor de los casos vamos a ver una recuperación estilo pipa de Nike, es decir, después de la caída, una recuperación lenta.
—¿Cómo se conjuga este nivel de incertidumbre de las grandes variables con los pronósticos de crecimiento para el 2025? El FMI y todas las consultoras anticipan que la economía argentina el año que viene va a crecer entre un 3 y un 5 %.
—Son pronósticos que tienen fundamento en la caída del 3,5 % de este año. Seguro que el 2025 va a ser mejor que el 2024, pero todavía es difícil saber en que medida y a qué ritmo. Lo interesante es que el 2027 va a ser mucho mejor que el 2023.
—¿En qué sentido?
—Si en este período se logra la transformación del Estado, eso es muy potente. Venimos de “la emisión no genera inflación” de Cristina, del “vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer, y esos vértices se cambiaron por el equilibrio fiscal y la integración al mundo. La desregulación, la baja de impuestos, la vuelta del crédito, son indicadores que de consolidarse expresan un profundo cambio de visión. Porque el votante medio comprendió que aquello era una ficción.
—¿Se puede atribuir a Milei ese cambio?
—Los cambios culturales los experimenta la sociedad. Creo que Milei tuvo la capacidad de captar y canalizar ese cambio mejor que otros. Encontró el tono, sintetizando su campaña en tres palabras: anticasta, motosierra y dolarización. Decías eso en 2015 y no te votaba nadie.
—¿Aprendizajes de tu paso por la función pública?
—Muchísimos. La necesidad de una mirada que equilibre no solo lo económico, sino también lo político y lo social. La importancia de enfocarse en el plano general, más allá de que si la tasa de interés es un punto más o un punto menos.
—¿Alguno de esos aprendizajes que podrían servirle al actual equipo económico?
—Que la macro manda. Vos podés hacer todo bien en la micro, cielos abiertos, desregular sectores, pero si el dólar es un barrilete, te lleva puesto. Las ideas pueden ser las correctas, pero todo se juega en la implementación.